Pallasmaa, Juhani (2018): Habitar.


Pallasmaa, Juhani (2018): Habitar. Barcelona: Gustavo Gili p.57-

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PRÓLOGO
Habitar en el espacio y en el tiempo
Juhani Pallasmaa

“Para mí cualquier tipo de arquitectura, sea cual fuere su función, es una casa. Sólo proyecto casas, no arquitectura. Las casas son sencillas. Siempre mantienen una relación interesante con la verdadera existencia, con la vida”, confiesa el arquitecto Wang Shu, el ganador del premio Prtizker de 2012. Estoy en general de acuerdo con mi colega chino. La casa es un escenario concreto, íntimo y único de la vida de cada uno, mientras que una noción más amplia de la arquitectura implica generalización, distancia y abstracción. El acto de habitar revela los orígenes ontológicos de la arquitectura, y de ahí que afecte a las dimensiones primigenias de la vida en el tiempo y el espacio, al tiempo que convierte al espacio insustancial en espacio personal, en lugar y, en última instancia, en el domicilio propio. El acto de habitar es el medio fundamental en que uno se relaciona con el mundo. Es fundamentalmente un intercambio y una extensión; por un lado, el habitante se sitúa en el espacio y el espacio se sitúa en la conciencia del habitante, y por otro, ese lugar se convierte en una exteriorización y una extensión de su ser, tanto desde el punto de vista mental como físico.
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El habitar supone tanto un acontecimiento y una cualidad mental y experiencial como un escenario material, funcional y técnico. La noción de hogar se extiende mucho más allá de su esencia física y sus límites. Además de las cuestiones prácticas de la vivienda, el propio acto de habitar es un acto simbólico e, imperceptiblemente, organiza todo el mundo para el habitante. Además de nuestras necesidades físicas y corporales, también deben organizarse y habitarse nuestras mentes, recuerdos, sueños y deseos. Habitar forma parte de la propia esencia de nuestro ser y de nuestra identidad.
No obstante, en mi opinión la arquitectura tiene dos orígenes diferenciados; además del habitar, la arquitectura surge de la celebración. Lo primero constituye el medio para definir el domicilio propio en el mundo; lo segundo es la celebración, veneración y elevación de actividades sociales, creencias e ideales específicos. Este segundo origen de la arquitectura da lugar a las instituciones sociales, culturales, religiosas y mitológicas. Como sostuvo Ludwig Wittgenstein: “La arquitectura eterniza y sublima siempre algo. Por eso no puede haber arquitectura donde no hay nada que sublimar”.
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Podemos pensar también que la casa celebra el acto de habitar al conectarla de un modo intencionado con las realidades del mundo. Los numerosos y especializados cometidos y funciones de los edificios de la vida contemporánea son funcionalizaciones avanzadas de los actos de habitar originales, tanto de la vivienda particular como de la celebración. En ese constante proceso de especialización, la arquitectura se ha distanciado cada vez más de los contenidos míticos originales del edificio y se ha vaciado de todo significado mental profundo; solo queda el deseo de estetización. En el mundo obscenamente materialista de hoy la esencia poética de la arquitectura está amenazada simultáneamente por dos procesos opuestos: la funcionalización y la estetización.
El habitar se entiende habitualmente en relación con el espacio, como una forma de domesticar o controlar el espacio; sin embargo, también necesitamos domesticar el tiempo, reducir de escala la eternidad para hacerla comprensible. Somos incapaces de vivir en el caos espacial, pero tampoco podemos vivir fuera del transcurso del tiempo y de la duración. Ambas dimensiones necesitan articularse y dotarse de significados específicos. El tiempo también debe reducirse de escala hasta las dimensiones humanas y concretizarse como una duración continua. Las ciudades y los edificios antiguos son acogedores y estimulantes, puesto que nos ubican en el continuum del tiempo; se trata de amables museos del tiempo que registran, almacenan y muestran las huellas de un momento diferente a nuestro sentido del tiempo contemporáneo nervioso, apresurado y plano; proyectan un tiempo “lento”, “grueso” y “táctil”. La modernidad ha acometido de manera prioritaria el espacio y la forma, mientras que ha despreciado el tiempo como cualidad indispensable de nuestras viviendas.
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Me parece que los escritores, los cineastas y los artistas captan la esencia humana y el significado del habitar de una forma más profunda y sutil que los arquitectos. Para nosotros, los arquitectos, el hogar es simplemente un alojamiento correctamente funcional y estetizado, pero fracasamos al tocar los significados existenciales preconscientes del habitar. Como sostiene Martin Heidegger, hemos perdido nuestra capacidad de habitar.


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IDENTIDAD, INTIMIDAD Y DOMICILIO
Notas sobre la fenomenología del hogar 1994
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El arquitecto y el concepto del hogar
A los arquitectos nos concierne proyectar edificios como una manifestación filosófica del espacio, la estructura y el orden, pero parecemos incapaces de aludir a los aspectos más sutiles, emocionales e imprecisos del hogar. En las escuelas de arquitectura se nos enseña a proyectar casas, no hogares. Sin embargo, aquello que le importa al habitante es la capacidad que tiene la vivienda para proporcionarle un domicilio. La vivienda tiene su psique y su alma, además de sus cualidades formales y cuantificables.
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Nuestro concepto de arquitectura se basa en la idea de un objeto arquitectónico perfectamente articulado, un artefacto artístico desprovisto de vida. El famoso caso judicial que enfrentó a Mies van der Rohe con su clienta, la doctora Edith Farnsworth, a propósito de la casa Farnsworth, es un buen ejemplo de la contradicción que existe entre la arquitectura y el hogar. Por lo que sabemos, Mies había proyectado una de las casas más importantes y más atractivas estéticamente del siglo XX, pero su clienta no la encontró satisfactoria como hogar y le llevó a juicio por daños y perjuicios. El tribunal falló a favor de Mies. Sin menospreciar la arquitectura de Mies en este caso particular, lo que sí quiero señalar es el distanciamiento respecto a la vida y la intencionada reducción del espectro vital que despliega esta obra maestra de la arquitectura. Para poner un ejemplo más reciente, una de las primeras casas de Peter Eisenman divide la cama conyugal en dos mitades debido a una junta dictada formalmente en el suelo y coloca un pilar en medio de la mesa del comedor en el piso inferior. Cuando comparamos los proyectos de la primera modernidad con los de la vanguardia actual podemos percibir inmediatamente una pérdida de empatía hacia el habitante. En lugar de estar motivada por la visión social del arquitecto o por una concepción empática de la vida, la arquitectura se ha vuelto autorreferencial y autista.
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Muchos arquitectos han desarrollado una personalidad escindida; como proyectistas y como usuarios a menudo aplicamos diferentes escalas de valores al entorno. En nuestro papel de arquitectos aspiramos a entornos meticulosamente articulados y temporalmente unidimensionales, mientras que como usuarios preferimos entornos más sedimentados y ambiguos, y estéticamente menos coherentes. El usuario instintivo se abre camino entre los valores del papel del profesional.

Arquitectura versus hogar
¿Puede un hogar ser una expresión arquitectónica? Quizás la idea de hogar no sea en absoluto una noción propia de la arquitectura, sino de la sociología, la psicología y el psicoanálisis. El hogar es una vivienda individualizada, y el significado de esa sutil personalización parece hallarse fuera de nuestro concepto de arquitectura. La casa es el contenedor, la cáscara, de un hogar. Es el usuario quien alberga la sustancia del hogar, por decirlo de algún modo, dentro del marco de la vivienda. El hogar es una expresión de la personalidad del habitante y de sus patrones de vida únicos. En consecuencia, la esencia del hogar es más cercana a la vida misma que el artefacto de la casa.
En esta época de excesiva especialización y fragmentación, la fusión total de la dimensión arquitectónica de la casa y de la dimensión privada y personal de la vida solo se ha producido en casos especiales.
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Por ejemplo, la villa Mairea de Alvar Aalto (…) esa obra maestra es expresión de una visión utópica compartida de un mundo mejor y más humano. La villa Mairea es a un tiempo arcaica y moderna, rústica y elegante, regional y universal. Prolífico en su imaginario, el hogar proporciona un terreno amplio para el apego psíquico individual.
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En su libro La poética del espacio, Gastón Bachelard reflexiona sobre la esencia de la “casa onírica”, la casa de ensueños de la mente. No acaba de decidirse sobre el número de plantas (tres o cuatro) de esa casa mental arquetípica, pero sí cree imprescindible que tenga un desván y un sótano. El desván es el lugar simbólico para almacenar los recuerdos agradables, mientras que los desagradables se guardan en el sótano; ambos tipos de recuerdo son necesarios para nuestro bienestar mental.
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Las características de la casa onírica están condicionadas culturalmente, pero la imagen también parece reflejar unas constantes universales de la mente humana. La casa onírica aparece a menudo en el cine (…) Sin embargo, la arquitectura moderna ha procurado encarnizadamente evitar o eliminar esa imagen onírica.
Por consiguiente, nuestro arrogante rechazo de la historia se ve acompañado inevitablemente por el rechazo de la memoria psíquica vinculada a esas imágenes primordiales. La obsesión por lo nuevo, lo no tradicional y lo inédito ha barrido la imagen de la casa onírica de nuestras almas. Construimos viviendas que quizá satisfagan la mayor parte de nuestras necesidades físicas, pero que no pueden albergar nuestra identidad. Nos hemos convertido en viajeros en pos de una utopía inalcanzable, condenados al desarraigo metafísico.
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La esencia del hogar
El hogar no es un simple objeto o un edificio, sino un estado difuso y complejo que integra recuerdos e imágenes, deseos y miedos, pasado y presente. El hogar es también un escenario de rituales, de ritmos personales y de rutinas del día a día. El hogar no puede producirse de una sola vez. Tiene una dimensión temporal y una continuidad, y es un producto gradual de la adaptación al mundo de la familia y del individuo.
Por tanto, el hogar no puede convertirse en un producto comercializable (…) Una reflexión sobre la esencia de la vivienda nos aleja de las propiedades físicas del hogar para introducirnos en el territorio psíquico de la mente. Nos enfrenta a cuestiones de identidad y memoria, de lo consciente y lo inconsciente, a los remanentes del comportamiento biológico y de las reacciones y los valores condicionados por la cultura.
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La poética del hogar: refugio y terror
La descripción del hogar parece pertenecer más a los ámbitos de la poesía, la ficción, el cine y la pintura que de la arquitectura.
(…)
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Al artista que trabaja en esos otros medios no le interesan los principios ni las intenciones formales de la disciplina arquitectónica y, por tanto, se aproxima directamente al significado mental de las imágenes de la casa y del hogar. Así, las obras artísticas que tratan con el espacio, la luz, los edificios y la vivienda pueden proporcionar lecciones valiosas a los arquitectos sobre la propia esencia de la arquitectura.
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Jean-Paul Sartre escribió con perspicacia acerca de la autenticidad de la casa imaginada y representada por el artista:
[El pintor] hace [casas], esto es, crea una casa imaginaria, y no un símbolo, sobre el lienzo. Y la casa que aparece de este modo preserva toda la ambigüedad de las casas reales.
Además de ser un símbolo de protección y orden, el hogar también puede convertirse en la materialización de la desgracia humana: soledad, rechazo, explotación y violencia (…)
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El hogar de la memoria
La palabra ‘hogar’ nos traslada inmediatamente a todo el calor, la protección y el amor de nuestra infancia, y quizás nuestras casas de la edad adulta sólo sean búsquedas inconscientes del hogar perdido de la niñez. Sin embargo, la memoria del hogar también despierta todos los miedos y las angustias que pudimos haber experimentado en la infancia (…)
“La casa es un instrumento para afrontar el cosmos”. Aquí Bachelard habla del hogar, de una casa vivida, de una casa llena con la esencia de la vida personal. La casa es una colección y una concreción de las imágenes personales de protección e intimidad que le permiten a uno reconocer y recordar su propia identidad.
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El espacio propio expresa la personalidad al mundo exterior, pero, no menos importante, ese espacio personal refuerza la imagen que el habitante tiene de si mismo y materializa su orden del mundo.

La imagen del hogar
Antes de empezar la enseñanza secundaria, mi familia se mudó varias veces debido al trabajo de mi padre. En consecuencia, durante la infancia viví en siete casas diferentes (…) Mi hogar experiencial parece haber viajado conmigo y se transforma constantemente en  nuevas formas físicas con cada traslado. El hogar estaba más en mi memoria que en un escenario físico particular, o para ser más precisos, mi mente transformaba cada uno de los numerosos escenarios en una imagen única del hogar.
No puedo recordar ni la forma arquitectónica ni la distribución exactas de ninguna de las ocho casas que he mencionado, pero sí recuerdo intensamente la sensación de hogar que emanaba del sentimiento de volver a casa (…) Para mí, la experiencia del hogar nunca ha sido tan fuerte como al ver las ventanas iluminadas de nuestra casa en el paisaje oscuro de invierno, y sentir la cálida invitación de la chimenea encendida (…)
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En un ensayo titulado “The geometry of Feeling”, traté las propiedades de los espacios vividos comparándolas con las nociones comunes de la arquitectura. Las emociones que se derivan de la forma y del espacio surgen a partir de confrontaciones directas entre el hombre y el espacio, la mente y la materia. Un impacto emocional arquitectónico está vinculado a una acción, no a un objeto o elemento visual o figurativo. En consecuencia, la fenomenología de la arquitectura se basa en verbos más que en sustantivos -el acto de acercarse a la casa, no la fachada; el acto de entrar, no la puerta; el acto de mirar por una ventana, no la propia ventana; o el acto de reunirse a la mesa o junto a la chimenea más que esos mismos objetos-, todas esas expresiones verbales parecen disparar nuestras emociones.
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La intimidad y el hogar
(…)
El hogar es donde escondemos nuestros secretos y expresamos nuestro yo privado. El hogar es nuestro lugar seguro para poder descansar y soñar. De un modo más preciso, el papel del hogar es el de un delineador o un mediador entre el reino de lo público y el de lo privado; por tanto, la transparencia del hogar varía mucho. Existen culturas en las que el hogar es el dominio de la mujer, y existen formas de vida en las que es un escaparate público y la mirada pública penetra en sus secretos.
Sin embargo, generalmente la intimidad del hogar es un recinto casi sagrado en nuestra cultura. Tenemos una sensación de culpa y de vergüenza si, por alguna razón, nos vemos obligados a entrar en el hogar de alguien sin haber sido invitados cuando el habitante no está presente. Ver un hogar sin ser recibidos es como ver a un habitante desnudo o en su máxima intimidad.
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La casa parece ser una extensión y un refugio de nuestra constitución y de nuestro cuerpo.
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Nuestra fascinación por el mundo de la intimidad personal es inmensa: en un pequeño teatro neoyorquino de la década de 1960, el público observaba a través de un espejo la vida cotidiana de una familia estadounidense normal y corriente en su piso de alquiler, una familia que no era consciente de estar en escena. El teatro estaba abierto las veinticuatro horas del día y agotó las entradas todo el tiempo hasta que las autoridades lo clausuraron por inhumano.

Los ingredientes del hogar
Una concepción completa del hogar consiste en tres tipos de elementos mentales o simbólicos:
1.       Elementos con cimientos a un nivel biocultural profundo e inconsciente (entrada, tejado, chimenea).
2.       Elementos relacionados con la vida personal y la identidad del habitante (conjunto de recuerdos, enseres, objetos heredados de la familia).
3.       Símbolos sociales cuyo objetivo es ofrecer cierta imagen y mensajes a los extraños (signos de riqueza, educación, identidad social, etc.).
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Claramente, la estructura del hogar como institución vivida difiere fundamentalmente de los principios de la arquitectura. El arquitecto compone una casa como un sistema de jerarquías espaciales y dinámicas de estructura, luz, color, etc., mientras que un hogar se estructura alrededor de unos pocos centros que consisten en diferentes funciones y objetos domésticos. Los siguientes tipos de imágenes pueden funcionar como focos de comportamiento y simbolización: el frente de la casa (el jardín delantero, la fachada, el emplazamiento en la ciudad), la entrada, la ventana, la chimenea, la estufa, la mesa, el armario, el baño, la estantería, el televisor, los muebles y las fotos, los tesoros, y los recuerdos de familia. Cada uno de esos ingredientes forma la base de un examen fenomenológico y de una inspiración individuales, una serie de tareas que van más allá del objetivo de este ensayo, pero que se merecen, como mínimo, unas notas preliminares.
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La poesía del armario
El análisis del Bachelard de la función esencial de los cajones, las cómodas y los armarios en nuestro imaginario mental plantea un ejemplo inspirador. Bachelard otorga a esos objetos -que rara vez se considera que merezcan un significado arquitectónico- un papel impresionante en el mundo de la fantasía y la ensoñación; “En el armario existe un centro de orden que protege todo el hogar contra el desorden incontenido”.
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Una de las razones por las que las casas y las ciudades contemporáneas son tan alienantes es porque no contienen secretos; su estructura y su contenido se perciben de un solo vistazo.

La chimenea y el fuego
La importancia que la chimenea o la estufa tienen en la sensación de hogar es evidente. La imagen del fuego en la casa combina la experiencia más arcaica con las necesidades más contemporáneas.
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La chimenea es un símbolo burgués de la separación entre el fuego destinado al placer y el fuego destinado a cocinar, mientras que los fogones tienen connotaciones de la vida campesina.
(…) En la casa moderna, la chimenea se ha aplanado para convertirse en un objeto de función distante y decorativa (…) El propio fuego se ha domesticado para convertirse en un cuadro enmarcado, privado del papel esencial que era dar calor y mantener la vida (…) Podríamos hablar del “fuego frío de la casa moderna”.

La mesa
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La función estructuradora y el papel simbólico de la mesa también se han perdido en gran medida en la arquitectura contemporánea.
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(…) La mesa era el escenario de las comidas, la costura, los juegos, los deberes del colegio y la charla con vecinos y extraños. La mesa era el centro que organizaba la vida en el campo, lo que marcaba la diferencia entre los días de diario y el domingo, los laborables y los festivos.

Las imágenes diluidas del hogar
En general, la sobrefuncionalización y la estetización del hogar lo han despojado de sus más profundas dimensiones bioculturales. El hogar ha perdido su esencia metafísica y se ha convertido en un producto funcionalizado y mercantilizado.
La imagen de la cama se ha diluido; de ser una casa en miniatura, de ser un microclima y un territorio visual separado, de ser una casa dentro de una casa, con una provacidad física y simbólica, ha pasado a convertirse en un simple plano horizontal neutro, un escenario de la privacidad. La observación de Bachelard de que la casa y, por tanto, nuestra vida colectiva, ha perdido su dimensión vertical y se ha convertido en un plano horizontal resuena en estos momentos.
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La ventana y, en particular, el acto de mirar por ella de la casa al jardín o al patio constituyen una experiencia poética y esencial de la experiencia del hogar.

La falta de concreción
Yo vivo en un ático con cubierta de chapa [lámina]. La experiencia hogareña más intensa y más agradable se produce cuando la lluvia golpea el tejado durante una tormenta fuerte, magnificando la sensación de calor y protección. Al mismo tiempo, el batido de la lluvia a pocos centímetros de mi piel me coloca en contacto directo con los elementos primarios. Estas sensaciones desaparecen en el caso del habitante de los departamentos encajonados entre dos forjados de hormigón [concreto].
Cocinar con fuego es inmensamente satisfactorio, porque uno puede experimentar una causalidad primaria entre el fuego y sus efectos.
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En la casa contemporánea la función de la chimenea ha sido sustituida por el televisor. Ambos parecen ser focos de reunión social y de concentración individual, pero la diferencia de calidad es decisiva.
(…)
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En resumen, el debilitamiento del sentido de causalidad amenaza la vida moderna. La amenaza que representa nuestro nuevo mundo intimidatorio reside en su falta de concreción. Hasta el miedo sería aceptable si tuviese una causa comprensible o simbolizase algo, si no estuviera encubierto por ese aparente orden y arreglo de las cosas.
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Una arquitectura de la tolerancia
Si, como parece, arquitectura y hogar son conceptos en conflicto, ¿qué margen le queda al arquitecto para dar “la bienvenida” (…)?
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En mi opinión, la arquitectura puede tolerar y animar la personalización, o reprimirla. Podemos distinguir entre una arquitectura que acomoda y una que rechaza. La primera facilita la reconciliación, mientras que la segunda intenta imponer un orden arrogante, divisor e intocable. La primera se basa en imágenes profundamente arraigadas en la memoria colectiva; es decir, en el terreno auténticamente fenomenológico de la arquitectura, mientras que la segunda quizás manipula imágenes llamativas y a la moda, pero que no incorporan la identidad personal, los recuerdos ni los sueños del habitante. Probablemente la segunda actitud crea casas aparentemente más imponentes, pero la primera proporciona la condición esencial de la bienvenida.
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La virtud de la idealización
El hecho de que reconozca la existencia de un conflicto entre la arquitectura y las necesidades intrínsecas del hogar quizás podría interpretarse como una señal de que el arquitecto debería satisfacer fielmente las demandas y los deseos del cliente. Quiero decir firmemente que no creo en tal visión populista. La aceptación acrítica del programa del cliente solo conduce al kitsch sentimental; es responsabilidad del arquitecto penetrar en la superficie de lo que muy a menudo es un deseo comercial, social y momentáneamente condicionado. El artista y el arquitecto auténticos se comprometen consciente o inconscientemente con un mundo ideal. El arte y la arquitectura estimulantes se pierden en el momento en que esa visión y esa aspiración se dejan de lado.
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En mi opinión, sólo el arquitecto que crea su cliente ideal en sus proyectos puede crear casas y hogares que den a la humanidad esperanza y sentido en lugar de mera satisfacción superficial. Sin la Casa de la cascada de Frank Lloyd Wright, la casa Rietveld-Schröder de Gerrit Th Rietveld, la villa Savoye de Le Corbusier, la Maison de Verre de Pierre Chareau y la villa Mairea de Alvar Aalto, las posibilidades de la morada humana, de nuestra comprensión de la modernidad y de nosotros mismos, serían considerablemente más débiles.

La necesidad de una bienvenida
La arquitectura de verdad siempre trata sobre la vida. La experiencia existencial del hombre es la asignatura principal del arte de la construcción. Hasta cierto punto, la gran arquitectura siempre trata de la propia arquitectura, de las reglas y los límites de la propia disciplina. Pero la arquitectura de hoy parece haber abandonado por completo la vida y haber huido hacia la pura invención arquitectónica (…)
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La vanguardia arquitectónica debe desencajar […] sin por ello destruir su propio ser. Aunque la casa contemporánea todavía debe dar cobijo, no necesita simbolizar o hacer romanticismo de esta función de cobijo. Al contrario, tales símbolos carecen hoy de significado y son pura nostalgia.
(…)
Nuestra época posthistórica ha puesto fin a las narrativas históricas, al concepto de progreso y ha eliminado nuestra visión del futuro. Esa pérdida de horizonte y de sentido de finalidad, ese acortamiento de la perspectiva, ha apartado a la arquitectura de las imágenes de la realidad y la vida hacia un compromiso autista y autorreferencial con sus propias estructuras. Al mismo tiempo, la arquitectura se ha distanciado de otros ámbitos sensitivos y se ha convertido en una forma artística puramente retiniana.
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La nostalgia sin fundamento puede esperar: sigo creyendo en la viabilidad de una arquitectura de la reconciliación, una arquitectura que pueda mediar en dar la “bienvenida” al hogar del ser humano. Todavía necesitamos casas que refuercen nuestro sentido de la realidad humana y de las jerarquías esenciales de la vida. El arte de la arquitectura todavía puede producir casas que nos permitan vivir con dignidad.


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EL ESPACIO HABITADO
La experiencia encarnada y el pensamiento sensorial 1999
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El espacio existencial
No vivimos en un mundo objetivo de materia y de hechos, tal como asume el realismo convencional. La forma de existencia característicamente humana tiene lugar en el mundo de las posibilidades y está moldeada por nuestra capacidad de imaginar y de fantasear. Vivimos en mundos donde lo material y lo mental, lo experimentado, lo recordado y lo imaginado se funden completamente entre sí.
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Para distinguir el espacio vivido del espacio físico y geométrico, podemos llamarlo “espacio existencial”. El espacio existencial vivido se estructura sobre la base de los significados y los valores que se reflejan en él por el individuo o el grupo, sea de manera consciente o inconsciente (…) los grupos, e incluso las naciones, comparten ciertas experiencias de espacio existencial que constituyen sus identidades colectivas y su sentido de comunidad (…) la función de la arquitectura es “hacer visible cómo nos toca el mundo”, como Maurice Merleau-Ponty escribió a propósito de la pintura de Paul Cézanne. Según Merleau-Ponty, vivimos en la “carne del mundo”.
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Experimentamos una obra de arte o de arquitectura a través de nuestra experiencia encarnada en ella y de la identificación con ella.
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(…) Una obra de arte o de arquitectura no es un símbolo que represente, o retrate indirectamente algo que está fuera de sí misma; una obra de arte es un objeto imagen que se sitúa directamente en nuestra experiencia existencial.
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Utilidad e inutilidad
La arquitectura es una forma artística que da servicio a las funciones prácticas y vulgares del día a día. Sin embargo, la arquitectura no solo surge de las realidades del uso y de la función, sino también de imágenes mentales que están fuera del ámbito del uso. El impacto del arte de la arquitectura tiene su origen en la ontología del espacio habitado; el objetivo de la arquitectura es servir de marco, estructurar y dar significado a nuestro ser-en-el-mundo. Habitamos el mundo y nuestra forma particular de hacerlo obtiene su sentido fundamental a través de las construcciones de la arquitectura.
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La conciencia incorporada
Nuestra conciencia es una conciencia incorporada. El mundo se estructura a través de un centro sensorial y corporal. “Yo soy mi mundo”, como escribe Ludwig Wittgenstein.
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Sin embargo, los sentidos no son meros receptores de estímulos, y el cuerpo no es un simple punto de vista del mundo a través de una perspectiva central. Todo nuestro ser-en-el-mundo es una forma sensitiva y corporal de estar. El cuerpo no es el escenario del pensamiento cognitivo; de hecho, los sentidos y nuestra estructura corporal esencial producen y almacenan conocimiento silencioso.
El saber de las sociedades tradicionales se almacena directamente en los sentidos y en los músculos; no se trata de un saber moldeado en palabras ni conceptos. Aprender una habilidad no se basa en la enseñanza verbal, sino en la transferencia directa del oficio desde los músculos del maestro a los del aprendiz a través de la percepción sensorial y la mímesis. Este principio de conocimiento incorporado y de habilidad -de introyección, por utilizar un concepto de psicoanálisis- sigue hallándose en el núcleo del aprendizaje artístico. De forma similar, la principal habilidad del arquitecto es convertir la esencia multidimensional de la tarea del diseño en una imagen incorporada; toda la personalidad y el cuerpo del arquitecto se convierten en el lugar del problema. Los problemas arquitectónicos son demasiado complejos y existenciales como para tratarlos de una manera enteramente conceptualizada y racional.
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La mano que piensa
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Martin Heidegger también conecta la mano con la capacidad de pensar:
La esencia de la mano nunca puede determinarse ni explicarse como la de un órgano que agarra (…) Todo movimiento de la mano en cada una de sus acciones conduce al pensamiento; todo carga de la mano se soporta a sí misma en el elemento. Toda acción de la mano está enraizada en el pensamiento.
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Nuestra manera de educar debería reconocer la existencia de un pensamiento sensorial y una institución incorporada como equivalentes y complementos del pensamiento conceptual, como medios de comprensión de la esencia poliédrica y multifacética del arte y de la creatividad; o mejor aún, para entendernos a nosotros mismos como seres humanos.

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