Fernández, Roberto (2013). Perspectivas futuras de ecoproyectos, en Inteligencia proyectual: un manual de investigación en arquitectura


Fernández, Roberto (2013). Inteligencia proyectual: un manual de investigación en arquitectura (1a ed.). Buenos Aires: Universidad Abierta Interamericana; Teseo.

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4. Perspectivas futuras de ecoproyectos
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Normalmente, el tipo genérico de instrumentos entendidos como eco-proyectos y/o eco-tecnologías transformadoras de una condición contextual dada resultan usualmente coyunturales o no estructurales, puntuales y más bien tácticos y pueden encuadrarse dentro del campo de las terapéuticas orientadas a mitigar los efectos negativos de las enfermedades ambientales y estas enfermedades o manifestaciones disfuncionales son todas locales y concretas, no abstractas (…)
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Por otra parte, también se advierte una diversificación de lo que entendemos por proyecto, una multiplicación de vías y formatos para realizar ahora en un espectro mucho más amplio, acciones que intentarán revertir problemas y aprovechar oportunidades que reivindicamos como pertenecientes a un campo nuevo y ampliado de la noción de proyecto pero que tienden a caracterizarse como diversas (quizá sea aquí más preciso usar el término ecoproyecto), más multidisciplinarias (tal vez con el tiempo emerja un estatus de transdisciplina) y más socialmente participativas (y por tanto, despojadas de la propiedad intelectual tan precisa que se venía manifestando en el concepto tradicional y moderno de proyecto desde el Renacimiento).

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Sobre la base de estas características el arquitecto malayo Ken Yeang45 plantea una serie de puntos a tomar en cuenta en el intento de elaborar una teoría ecológica del proyecto, a saber:
1. Aplicar el concepto ecológico al entendimiento del ambiente, no para que el sistema-proyecto reduzca su impacto ambiental (IA) sino para internalizar los datos del ambiente y su dinámica al proceso mismo de ideación del trabajo proyectual.
2. Plantear desde el proyecto un concepto de conservación de energía, materiales y cualidades ecosistémicas.
3. Intentar rastrear hasta consecuencias contextuales complejas los aspectos inherentes a las relaciones sistema-ambiente, aceptando la complejidad holística de tales relaciones.
4. Profundizar el análisis del emplazamiento o contexto ya que, como en los ecosistemas dominantemente naturales, no hay ambientes o emplazamientos idénticos, por lo cual deben investigarse las cualidades específicas y eventualmente, usar comparativamente esos análisis para escoger el emplazamiento más adecuado.
5. Acoger la noción de ciclo de vida como concepto de proyecto.
6. Entender que toda construcción comporta una transformación espacial del ecosistema ambiente y unas adiciones de energía y materiales nuevos al lugar de emplazamiento
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7. Debe procederse a analizar la relación sistema ambiente desde un punto de vista holístico e integrado, no como sumatoria de efectos o impactos.
8. Internalizar al concepto básico del proyecto el modo racional de minimizar y/o eliminar los productos de desechos.
9. Montar estrategias de proyecto basadas en la sensibilidad y en la previsión.
(Ken Yeang, Proyectar con la naturaleza. Bases ecológicas para el proyecto arquitectónico, Editorial G. Gili, Barcelona, 1999.)

Yeang introduce una tabla que permite calcular la demanda per cápita que los usuarios de un edificio formulan en relación con una serie de ofertas de recursos:
1. Aire: 2.86 x 10gramos oxígeno/día.
2. Agua: entre 143 y 273 litros/día; el hombre primitivo consumía 2.5 litros/día y en una cápsula espacial se calcula 2.83 litros/día. Véanse en este caso las notables diferencias históricas y tecnológicas de 1:100 que el hombre primitivo o el hombre posmoderno establecen respecto del uso convencional generalizado.
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3. Alojamiento: en UK se calculan 20 metros/persona, equivalentes a 22x10 kwkt de materiales de construcción.
4. Alimentos: 10x10 kcalorías/día; el hombre primitivo consumía una quinta parte de ese promedio.
5. Energía y combustibles: 2.74 kw de uso continuo; 413 litros/persona/año de petróleo; 161 m3 de gas natural/persona/año; 825 kg de minerales fósiles/año.
6. Metales: 63 kilos/persona de producción anual.
7. Minerales no metálicos: 960 kilos/persona de producción anual.
8. Materias orgánicas no alimenticias: 154 kilos/ persona de producción anual.
9. Productos residuales sólidos, líquidos y gaseosos: 32 kilos/persona de producción anual de residuos sólidos; 4.3 kilos/persona/día de residuos gaseosos y líquidos calculados para una cápsula espacial.
(…)
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Un punto adicional del enfoque yeangiano es el de superar la supuesta ruralidad o antiurbanidad que parecía teñir la voluntad ambientalista en lo proyectual, sosteniendo en cambio, la necesidad de aplicar formas ecoproyectuales más bien en los emplazamientos urbanos, que son los más críticos en materia de calidad de sustentabilidad. Se anula así la pretensión de salvación anti o posurbana, diluyendo las ciudades en territorios, anteponiéndose la necesidad de otra clase de proyectos urbanos.
(…)
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Las propuestas de Yeang, en términos metodológicos, se centran en definir una estructura de proyecto que optimice el análisis de las interacciones sistema/entorno, a través de cuatro funciones principales:
Interdependencias ecológicas externas al sistema-proyecto: lo que implica un análisis sistemático de los ámbitos de emplazamiento de un nuevo proyecto o la descripción funcional y dinámica del área preoperacional del proyecto.
Interdependencias ecológicas internas al sistema proyecto: que supone analizar la funcionalidad ambiental del proyecto, los ciclos de vida y las operaciones de mantenimiento, la verificación de uso de modelos lineales o cíclicos en el uso de los materiales, los circuitos de intercambio de energía y materia, el impacto espacial resultante del uso de los edificios y la perspectiva ideal de desarrollar un modelo cíclico de uso.
Interdependencias ecológicas del exterior al interior del sistema-proyecto: que supone revisar el modelo de transacciones que formula el proyecto y sus dispositivos de filtraje, mediación, buffer, etc. Esto abarca el análisis de la economía de las transacciones y la búsqueda de formas de retención, almacenamiento, reusos, etc.
Interdependencias ecológicas del interior al exterior del sistema-proyecto: que plantea básicamente el análisis de las emisiones engendradas por el proyecto, los residuos generados, la gestión de los trasvases interior/ exterior y la formas de optimización de reducción de impacto de estas externalizaciones, incluso maximizándose la retención, reciclaje y reducción de emisiones.

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Las restricciones de disponibilidad de materia y energía –miradas desde una perspectiva integrada y no caso por caso– están incidiendo fuertemente en cambiar los paradigmas de proyecto, ya sea sesgando el mismo hacia sectores sociales que puedan acceder a productos más caros o dispendiosos, ya sea pensando productos alternativos capaces de sostener incidencias masivas en el consumo.
Salvo en la mirada genérica de la arquitectura acerca de la ciudad en el territorio (como cosa o sistema, como interfase, en cuyo caso prevaleció la consideración de la periferia de la ciudad que bordea lo rural) o en elaboraciones específicas del paisajismo abocado a culturalizar lo rústico (por ejemplo, en los principios artísticos y políticos de Addison y Pope) o a naturalizar lo artificial (por ejemplo, en el desarrollo de los conceptos del parque urbano, como destaca en las propuestas de Alphand o Olmsted), la arquitectura se ha ocupado más directamente de la ciudad, que como sabemos es una de las más complejas mediaciones históricas del concepto de ambiente, en tanto un ambiente urbano es, ante todo, un vastísimo y complejo sistema de artificialización de un soporte natural, en cuya definición y construcción la arquitectura ocupó un lugar central.
Sin embargo, la cultura material de cada época en sus magnitudes de manipulación de materia y energía –con tendencia a cierta inflación cósica como expresión directa del progreso capitalista, un modo histórico de producción basado en la maximización de producción de mercancías– queda definida, sobre todo en la dimensión de la vida urbana, más por el herramental de objetos propios de la vida social que los contenedores o envolventes definidos por la arquitectura.

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Así como hay un adentro de la arquitectura –los sistemas a que referimos, cuya revisión acorde a las novedades ecoproyectuales son notorias– hay un afuera de la arquitectura, que va desde tales envolventes a la dimensión proyectual territorial propia de la landscape architecture del paisajismo, en tanto teoría y práctica de actuaciones de modelación de estructuras  dominantemente naturales.

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Hace ya más de dos décadas, cuando apareció editado en inglés el libro Topophilia, de Yi Fu Tuan50, pudo percibirse la posibilidad de una reconstrucción histórica de las formas habitativas urbanas en torno de un concepto afectivo, de amor (filia) al lugar o sitio (topos). Dicha interacción socioemocional, por así llamarla, está probablemente en la base de la voluntad cultural de enaltecer, transformar o enriquecer un sitio natural a través de alguna clase de intervención o instalación proyectual o proyectada.
Más que valorar el grado de violencia del acto cultural proyectual –que en definitiva ha sido determinante en la conformación axiológica de las preceptivas estéticas y por ello de las nociones patrimoniales clásicas– la noción de topofilia tiende a exaltar la sensibilidad o prudencia del proceso de antropización en cuanto este respete y ame la cualidad del locus originario.
El discurso topofílico, hay que decirlo, también está en la base del pensamiento heideggeriano tanto en cuanto a su vertiente positiva de formulación del pensar como una condición o derivación del morar –o instalarse con respeto y sabiduría en el territorio– como a su vertiente negativa o crítica referida al cuestionamiento de la inhospitalidad de la ciudad moderna.
Diríamos así que en estas posibles consideraciones tópico-afectivas respecto de lo patrimonial se inscribe la posibilidad de trascender de una noción objetualista y privatista de patrimonio cultural de repertorio a una noción territorialista y social de patrimonio ambiental de paisaje, trascendencia que es válida, creemos, en cualquier contexto histórico-cultural, pero particularmente pertinente en el caso del patrimonio americano y sus peculiaridades.

(…)
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Uno de los orígenes filosóficos y críticos de la posmodernidad parece haberse centrado en la elaboración de una protesta de lo particular contra lo universal, concepto que en cualquier caso, debiera recuperarse si se quiere afrontar la dialéctica subyacente e irreductible entre universalismo por un lado y territorialismo o regionalismo por el otro.
Sin embargo, propondrá el filósofo Albrecht Wellmer:
La defensa de lo particular no es posible si se adopta la forma de una pura conservación, sino que se trata de entender el doble universalismo de la modernidad: el tecnológico y el del entronizamiento de la democracia (como derechos humanos plenos y a la autodeterminación): al unilateral universalismo tecnológico solo se le puede confrontar el universalismo democrático (...) para poder ser regionales.


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