Latour, B. (2007). Nunca fuimos modernos. Ensayo de antropología simétrica (parcial)


Latour, B. (2007). Nunca fuimos modernos. Ensayo de antropologia simétrica. Siglo XXI.
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1. Crisis
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Volviendo a atar el nudo godiano
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Es evidente que nuestra vida intelectual está muy mal hecha. La epistemología, las ciencias sociales, las ciencias del texto, cada una tiene su casa propia, pero a condición de ser distintas.
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Si los seres que a ustedes les interesan atraviesan las tres, dejan de ser comprendidos. Ofrezcan a las disciplinas establecidas alguna bella red sociotécnica, algunas bellas traducciones, las primeras extraerán los conceptos y arrancaran todas sus raíces que podrían unirlas a lo social o a la retórica; las segundas les cortaran la dimensión social y política y la purificaran de cualquier objeto; las terceras, por último, conservarán el discurso pero lo purgarán de toda adherencia indebida a la realidad —horresco referens— y a los juegos de poder. Ei agujero de la capa de ozono sobre nuestras cabezas, la ley moral en nuestro corazón, el texto autónomo, por separado, pueden atraer a nuestros críticos. Pero que una delicada lanzadera haya unido el cielo, la industria, los textos, las almas y la ley moral, eso es lo que sigue siendo ignorado, indebido, inaudito.
La crisis de la critica
Los críticos desarrollaron tres repertorios distintos para hablar de nuestro mundo: la naturalización, la socialización, la deconstrucción. Para no andar con rodeos y con un poco de injusticia, digamos Changeux, Bourdieu, Derrida. Cuando el primero habla de hechos naturalizados, no existe ya ni sociedad ni sujeto ni forma de} discurso. Cuando el segundo habla de poder sociologizado, no hay ya ni ciencia ni técnica ni texto ni contenido. Cuando el tercero habla de efectos de verdad, creer en la existencia real de las neuronas del cerebro o de los Juegos de poder seria hacer gala de una gran ingenuidad. Cada una de estas formas de crítica es poderosa en si misma pero imposible de combinar con las otras (…)
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Un patchwork semejante sería algo grotesco. Nuestra vida intelectual sigue siendo reconocible mientras los epistemólogos, los sociólogos y los deconstruccionistas permanezcan a distancia conveniente, nutriendo sus criticas con la debilidad de los otros dos abordajes (…)

Sin embargo, una de dos: o bien las redes que hemos desplegado no existen realmente, y los críticos tienen buenas razones para marginar los estudios sobre las ciencias o trocearlos en tres conjuntos distintos —hechos, poder, discurso—; o bien las redes son tal y como las hemos descrito y atraviesan las fronteras de los grandes feudos de la critica, y no sen ni objetivas ni sociales ni efectos de discurso al tiempo que son reales, colectivas y discursivas. O bien nosotros, los portadores de malas nuevas, debemos desaparecer, o bien la crítica debe entrar en crisis a causa de esas redes sobre las que se rompe los dientes (…)
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La formulación del dilema ahora se ha modificado: o bien es imposible hacer la antropología del mundo moderno, y existen buenas razones para ignorar a aquellos que pretenden ofrecer una patria a las redes sociotécnicas; o bien es posible hacerla aunque habría que alterar la definición de mundo moderno.
Pasamos de un problema limitado —¿por qué las redes son inasibles? a un problema más amplio y más clásico: ¿qué es un moderno?
(…)
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El Occidente
liberal no cabe en sí de alegría. Ha ganado la guerra fría.
Pero ese triunfo es de corta duración. La celebración en Paris, Londres y Ámsterdam, en ese glorioso ano de 1989, de las primeras conferencias sobre el estado global del planeta simboliza, para algunos observadores, el fin del capitalismo y de esas vanas esperanzas de conquista ilimitada y de dominación total de la naturaleza. Al querer desviar la explotación del hombre por el hombre sobre una explotación de la naturaleza por el hombre, el capitalismo multiplicó indefinidamente ambas.
Lo reprimido retorna, y lo hace por partida doble: las multitudes que se quería salvar de la muerte vuelven a caer por centenares de millones en la miseria; las naturalezas, a las que se quería dominar por completo, nos dominan de manera también global amenazándonos a todos.
(…)
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Tras este doble desvío de las mejores intenciones, nosotros, los modernos, parecemos haber perdido un poco la confianza en nosotros mismos. No había que intentar ponerle fin a la explotación del hombre por el hombre? No había que tratar de ser amo y poseedor de la naturaleza?
(…)
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Todos, seamos antimodernos, modernos o posmodernos, estamos cuestionados por el doble desastre de] milagroso año 1989. Pero si lo consideramos justamente como un doble desastre, como dos lecciones cuya admirable simetría nos permite recuperar de otro modo todo nuestro pasado, entonces recuperamos el hilo de] pensamiento.
¿Y si nunca fuimos modernos? Entonces la antropología comparada se volvería posible. Las redes tendrían un hogar.
¿Qué es un moderno?
Cuando las palabras “moderno”, “modernización”, “modernidad” aparecen, definimos por contraste un pasado arcaico y estable. Además, la palabra siempre resulta proferida en el curso de una polémica, en una pelea donde hay ganadores y perdedores, Antiguos y Modernos. “Moderno”, por lo tanto, es asimétrico dos veces: designa un quiebre en el pasaje regular del tiempo, y un combate en el que hay vencedores y vencidos (…)
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De ahí proviene el escepticismo llamado curiosamente posmoderno, aunque no sepa si es capaz de remplazar para siempre a los modernos.
Para volver sobre nuestros pasos, debemos retomar la definición de la modernidad, interpretar el síntoma de la posmodernidad y comprender por qué no adherimos con toda el alma a la doble tarea de la dominación y la emancipación.
(…)
La hipótesis de este ensayo —se trata de una hipótesis y en verdad de un ensayo— es que la palabra “moderno” designa dos conjuntos de prácticas totalmente diferentes que, para seguir siendo eficaces, deben permanecer distintas aunque hace poco dejaron de serlo. El primer conjunto de practicas crea, por “traducción”, mezclas entre géneros de seres totalmente nuevos, híbridos de naturaleza y de cultura. El segundo, por “purificación”, crea dos zonas ontológicas por completo distintas, la de los humanos, por un lado, la de los no humanos, por el otro. Sin el primer conjunto, las prácticas de purificación serían huecas u ociosas. Sin el segundo, el trabajo de Ja traducción sería aminorado, limitado o hasta prohibido.
El primer conjunto corresponde a lo que llamé redes, el segundo a lo que llamé crítica. El primero, por ejemplo, relacionaría en una cadena continua la química de la alta atmosfera, las estrategias científicas e industriales, las preocupaciones de los jefes de Estado, las angustias de los ecologistas; el segundo establecería una partición entre un mundo natural que siempre estuvo presente, una sociedad con intereses y desafíos previsibles y estables, y un discurso independiente tanto de la referencia como de la sociedad (…)
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(…) habrá que aminorar, desviar y regular la proliferación de los monstruos representando oficialmente su existencia. ¿Resultaría necesaria otra democracia? ¿Una democracia extendida a las cosas? Para responder a estas preguntas voy a tener que seleccionar entre los premodernos, los modernos, e incluso entre los posmodernos, lo que tienen de duradero y lo que tienen de fatal. Demasiadas preguntas, me doy cuenta, para un ensayo que no tiene otra excusa que su brevedad.
Nietzsche decía de los grandes problemas que eran como los baños fríos: hay que entrar rápido y salir del mismo modo.
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2. Constitución
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La constitución moderna
A menudo se define la modernidad por el humanismo, ya sea para saludar e] nacimiento del hombre o para anunciar su muerte. Pero este mismo habito es moderno por ser asimétrico.  Olvida el nacimiento conjunto de la “no humanidad”, el de las cosas, o los objetos, o los animales, y aquel, no menos extraño, de un Dios tachado, fuera de juego. La modernidad viene de la creación conjunta de los tres, luego del recubrimiento de ese nacimiento conjunto y del tratamiento separado de las tres comunidades, mientras que, por abajo, los híbridos siguen multiplicándose por el mismo efecto de ese tratamiento separado, Es esa doble separación lo que debemos reconstruir entre lo alto y lo bajo por un lado, entre los humanos y Jos no humanos por el otro (…)
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Se llama constitución el texto común que define ese entendimiento y esa separación. ¿Quién debe escribirlo? Para las constituciones políticas, la tarea corresponde a Jos juristas, pero hasta ahora ellos no hicieron más que un cuarto del trabajo porque olvidaron tanto el poder científico como el trabajo de los híbridos. Respecto de la naturaleza de las cosas, la tarea es de los científicos, pero ellos no hicieron más que otro cuarto del trabajo porque fingieron olvidar el poder político y niegan a los híbridos cualquier eficacia, al tiempo que los multiplican. Para el trabajo de traducción, es tarea de los que estudian las redes, pero ellos sólo cumplieron la mitad de su contrato porque no explican el trabajo de purificación que se hace por encima de ellos y que explica esa proliferación (…)
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Boyle y sus objetos
No concebimos la política como algo exterior a la esfera científica y que, de algún modo, podría difundirse sobre ella. La comunidad experimental [creada por Boyle] justamente se peleó para imponer tal vocabulario de la demarcación, y nosotros nos esforzamos por situar históricamente ese lenguaje y explicar el desarrollo de esas nuevas convenciones del discurso (…) Es precisamente el lenguaje el que permite concebir la política como exterior a la ciencia que tratamos de comprender y explicar. Aquí tropezamos con el sentimiento general de los historiadores de las ciencias, que pretenden haber superado desde hace tempo las nociones de “interior” y de “exterior” de la ciencia. jGrave error! (…)
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¿Cómo, históricamente, los actores científicos distribuían los elementos según su sistema de delimitación (no según el nuestro), y cómo podemos estudiar en forma empírica sus maneras de adaptarse a ellos? Esa cosa que se llama “ciencia” no tiene una demarcación que se pueda tomar por una frontera natural (p. 342).
Esta larga cita extraída del final de un libro de Steven Shapin y Simon Schaffer (1985 señala el verdadero comienzo de una antropología comparada que tomaría en serio a la ciencia (…)
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Cuando una docena de guerras civiles causan estragos, Boyle escoge un método de argumentación, el de la opinión, denigrado por la más vieja tradición escolástica. Boyle y sus colegas abandonan Ia certeza del razonamiento apodíctico por la doxa. Esta doxa no es la imaginación divagante de las masas crédulas, sino un dispositivo nuevo para acarrear la adhesión de los pares. Mas que sobre la lógica, las matemáticas o la retórica, Boyle se funda en una metáfora parajurídica: algunos testigos creíbles, adinerados y de buena fe reunidos alrededor de la escena de la acción pueden atestiguar acerca de la existencia de un hecho, the matter of fact, aunque no conozcan su Verdadera naturaleza. Así, Boyle inventa el estilo empírico que utilizamos todavía hoy (Shapin, 1991a).
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Éste no requiere la opinión de los gentileshombres, sino la observación de un fenómeno producido artificialmente en el lugar cerrado y protegido del laboratorio. Irónicamente, la cuestión clave de los constructivistas —¿los hechos son construidos de cabo a rabo en los laboratorios?— es precisamente la cuestión que Boyle suscita y resuelve. Sí, lisa y llanamente los hechos son construidos en la nueva instalación del laboratorio y por el intermedio artificial de la bomba de aire. El nivel en realidad desciende en el tubo de Torricelli insertado en el recinto transparente de la bomba accionada por técnicos sin aliento. “Los hechos son hechos”, diría Bachelard. Pero, construidos por el hombre, ¿son por ello falsos? No, porque Boyle, así como Hobbes, extiende al hombre el “constructivismo de Dios; Dios conoce las cosas porque él las crea (Funkenstein, 1986). Nosotros conocemos fa naturaleza de los hechos porque los hemos elaborado en circunstancias que controlamos a la perfección. La debilidad se convierte en una fuerza, con tal que se limite el conocimiento a la naturaleza instrumentalizada de los hechos y que se haga a un lado la interpretación de las causas. Una vez más, Boyle transforma un defecto -lo único que producimos son matters of fact creados en laboratorios y que no tienen otro valor que no sea el local- en una ventaja decisiva: jamás se modificarán esos hechos, no importa qué ocurra, por lo demás, en materia de teoría, de metafísica, de religión, de política o de lógica (…)
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Hobbes y sus temas
(…)
Hobbes está obsesionado por esa unidad de la Persona que es, para emplear sus términos, el Actor cuyos Autores somos nosotros, los ciudadanos (Hobbes, 1971). Precisamente a causa de ella no puede haber trascendencia. Las guerras civiles causaran estragos mientras existan entidades sobrenaturales a las que los ciudadanos se sientan con derecho a implorar cuando las autoridades de este mundo miserable los persigan (…)
Para Hobbes, el poder es conocimiento, lo que equivale a decir que no puede existir más que un solo conocimiento (…)
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Una materia inerte y mecánica es tan esencial para la paz civil como una interpretación meramente simbólica de la Biblia. En ambos casos, conviene evitar a cualquier precio que algunas facciones puedan invocar una Entidad superior —la Naturaleza o Dios— que el soberano no controlaría plenamente (…)
En este nuevo régimen donde el conocimiento iguala el poder, todo está reducido: el soberano, Dios, la materia y la multitud. Hobbes hasta se prohíbe hacer de su propia ciencia del Estado la invocación de una trascendencia cualquiera.
Él no llega a sus resultados científicos a través de la opinión, la observación o la revelación, sino por una demostración matemática, el único método de argumentación capaz de obligar a cada uno a dar su asentimiento, y a esta demostración no llega mediante cálculos trascendentales, a la manera del rey de Platón, sino mediante un instrumento de pura computación, el cerebro mecánico, computadora precoz. Hasta el famoso contrato social no es más que la suma de un cálculo al que todos los ciudadanos aterrorizados que tratan de liberarse del estado de la naturaleza llegan juntos súbitamente.


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