Guattari, Félix (2017): La revolución molecular

Félix Guattari (2017): La Revolución Molecular.

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Acercarse al suicidio. Objeto fóbico.

 

¿Hay objetos fóbicos? ¿Hay objetos eróticos?

 

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Hay dos políticas del suicidio: la paranoico-familiarista de Werther y la del incesto esquizo de Kleist.

(…) Decidir lo indecidible. Ocupar un lugar entre los «suicidados de la sociedad»

(…) Y también para fastidiar al socius. Sus trucos atrapabobos que hablan del ser-para-la-muerte, su asistencia social del ser-para-el-margen (…)

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En fin, la muerte diamantina del deseo innombrable.

I.                   REVOLUCION MOLECULAR Y LUCHA DE CLASES

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EL FIN DE LOS FETICHISMOS

(…) cuando hablo de mierda casi no se trata de una metáfora: el capitalismo lo reduce todo al estado de mierda, es decir, al estado de flujos indiferenciados y decodificados de los que cada uno debe extraer su parte de una manera privada y culpabilizada. Se trata del régimen de la intercambiabilidad: cualquier cosa, dentro de su «justa» medida puede equivaler a cualquier otra. Marx y Freud, por ejemplo, reducidos al estado de papilla dogmática, podrán ser comercializados sin ningún riesgo para el sistema.

(…) El revisionismo es aquí la norma. Las teorías constituidas son incesantemente relativizadas, disueltas, dislocadas. 

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(…) La primera tarea de una teoría del deseo debería ser la de intentar discernir cuáles son las posibles vías de irrupción en el campo social.

(…) De forma paralela, todo desarrollo teórico relacionado con la lucha de clases actual debería esforzarse prioritariamente por abrirse a la producción deseante y a la creatividad de las masas. El marxismo, en todas sus versiones, ignora el deseo y pierde su fuerza en la burocratización y en el humanismo.

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(…) Negarse a hacer frente a esas carencias fundamentales, tratar de enmascararlas, significa hacer creer que los límites internos de esas teorías son límites realmente infranqueables.

(…) La única actitud admisible en este campo es tratar de que un texto funcione. Y desde este punto de vista, lo que permanece vivo en el marxismo y en el freudismo no es la coherencia de sus enunciados, sino la enunciación rupturista

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(…) Separar el deseo del trabajo: tal es el primer imperativo del capital. Desvincular la economía política de la economía deseante: tal es la misión de los teóricos que se ponen a su servicio.

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(…) la cuestión actualmente no es saber cómo se podría modificar la práctica del psiquiatra y del psicoanalista, o las actitudes de los grupos de enfermos, sino algo más fundamental, saber de qué manera funciona la sociedad para que hayamos llegado a una situación como ésta. Una sociedad que interpreta toda producción por la ley del beneficio tiende a separar definitivamente la producción deseante de la producción social. El deseo se inclina del lado de lo privado; lo social del lado del trabajo rentabilizado.

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Las máquinas deseantes proliferan sobre las máquinas industriales y sociales. Sin embargo, son constantemente vigiladas, canalizadas, aisladas las unas de las otras, cuadriculadas. ¿Puede ese control alienante considerarse legítimo e inherente a la condición social del hombre, o es posible superarlo? He aquí la pregunta fundamental.

(N de los E): El concepto de «máquina» es fundamental en el pensamiento de Guattari, así como en el de Deleuze, y por supuesto a lo largo del presente libro. Según ambos autores, el capitalismo no es como tal «un modo de producción», ya que no es un sistema, sino un conjunto de dispositivos de servidumbre maquínica [asservissement machittique] y a la vez un conjunto de dispositivos de sujeción social [assujettissement socidlé]. Los dispositivos son máquinas, si bien estas máquinas ya no dependen de la techne. La máquina tecnológica sería sólo un caso de maquinismo. Hay máquinas técnicas, máquinas estéticas, máquinas económicas, máquinas sociales, máquinas deseantes, etc. Uno puede vivir «sometido a servidumbre» o puede estar «sujeto a una máquina» (técnica, social, comunicativa, etc.). Estamos bajo la servidumbre de una máquina en tanto constituimos una pieza, uno de los elementos que le permiten funcionar. Estamos sujetos a la máquina en cuanto somos sus usuarios, en cuanto somos sujetos de acción de los que ella se sirve. La sujeción maquínica actúa sobre la dimensión molar del individuo (su ámbito social, sus roles, sus fundones, sus representaciones), mientras que la servidumbre maquínica actúa sobre la dimensión molecular, preindividual e infrasocial (los afectos, las sensaciones, los deseos, las relaciones aún no individualizadas, no asignables a un sujeto).

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La psicosis y la revolución han sido objetos tabú.

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La trampa es ineludible: o el deseo desea su propia represión, haciéndose por tanto cómplice de ésta —¡en cuyo caso encuentra su lugar dentro de la norma, que puede ser un lugar angustiado y neurótico, pero no por ello deja de ser el lugar que le corresponde!—, o por el contrario se rebela contra el orden establecido y es acorralado por todas partes.

Con la intención de desarrollar un poco estas cuestiones hace quince años propuse la noción de transversalidad para expresar la capacidad que tiene una institución a la hora de modificar los «datos de aceptación del superyó» de tal manera que puedan levantarse ciertos síntomas, ciertas inhibiciones. La modificación del «coeficiente local de transversalidad» implica la existencia de un núcleo erótico, un eros de grupo, y que el sujeto-grupo se haga cargo de la política local, aunque sólo sea de modo parcial. De esta manera una formación social puede modificar la «causalidad» inconsciente que pone en marcha la actividad del superyó.

28-29

Yo concibo el esquizoanálisis como una lucha política desde todos los «frentes» de la producción deseante. No se trata de centrarse en un solo aspecto. El problema del análisis es el problema del movimiento revolucionario. El problema del movimiento revolucionario es el de la locura, el problema de la locura es el de la creación artística… La transversalidad no expresa nada más que ese nomadismo de los «frentes».

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El inconsciente es desde el principio un agendamiento social: el agenciamiento colectivo de las enunciaciones virtuales. 

(N. De los E.) Se trata de un concepto creado a partir de una palabra que quizás pierda ciertos matices de significado en su traducción del francés al castellano. «Agenciamiento» proviene del verbo latino ago, agis, agere, que significa «hacer», y por lo tanto está ligado a una pragmática. Puede definirse como la relación de co-funcionamiento entre elementos heterogéneos que comparten un territorio y tienen un devenir (al contrario que el concepto de estructura, ya se aplique en el psicoanálisis o la antropología, donde los elementos que se integran son de carácter homogéneo y solidarios entre sí. Igualmente sirve de contrapunto al concepto de identidad, pues un agenciamiento relacionará términos que son multiplicidades y, como decíamos, siempre en devenir). Deleuze describe dos vertientes del agenciamiento: la colectiva de enunciación (producción de enunciados) y la maquínica de deseo (producción de deseo).

 

El inconsciente desconoce la propiedad privada de los enunciados tanto como la del deseo. El deseo es siempre extraterritorial, desterritorializado, desterritorializador; pasa por encima y por debajo de todas las barreras (…) Sirve al capitalismo de religión y de sustituto. Su papel consiste en acomodar la represión, «personalizándola» (…) Una vez «enganchado» a esta nueva droga, ya no hay que temer que el sujeto se implique realmente en una lucha social.

31-32

(…) La repetición produce la diferencia. La repetición no constituye aquí el final de algo, la clausura de un proceso, sino que, al contrario, marca un umbral de desterritorialización, señala una mutación deseante.

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El esquizofrénico es un tipo que, por una u otra razón, ha entrado en conexión con un flujo deseante que amenaza el orden social, aunque sólo sea al nivel de su entorno inmediato. Éste interviene inmediatamente para detenerlo. De lo que se trata aquí es de la organización libidinal en su proceso de desterritorialización y no de la detención de ese proceso.

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Si es cierto que los cambios sociales en el futuro serán, como yo creo, absolutamente inseparables de una multitud de revoluciones moleculares al nivel de la economía del deseo, entonces el esquizoanálisis tendría que ver con una perspectiva revolucionaria. Cuando se trata de hacer saltar todos los obstáculos, las esquematizaciones del capitalismo, las sobrecodificaciones del superyó, las territorialidades primitivas reconstituidas artificialmente, etc., el trabajo del analista, del revolucionario y del artista confluyen.

34-35

Sólo modificando progresivamente las formas de tutela que pesan sobre el deseo puede un trabajo en equipo constituir máquinas analíticas y militantes de un nuevo tipo.  Cuanto más pienso que resulta ilusorio confiar en una transformación gradual de la sociedad, más creo que las iniciativas microscópicas como las comunidades, los comités de barrio, la organización de una guardería en una facultad, etc., pueden desempeñar un papel absolutamente fundamental.

 

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LAS LUCHAS DEL DESEO Y EL PSICOANÁLISIS

La cuestión que se le plantea al movimiento obrero revolucionario es la de un desajuste entre:

• las relaciones de fuerza perceptibles en la lucha de clases,

• la catexis deseante real de las masas.

El capitalismo explota la fuerza de trabajo de la clase obrera y manipula en su beneficio las relaciones de producción, pero también se insinúa en la economía deseante de los explotados. La lucha revolucionaria no puede circunscribirse sólo al ámbito de las relaciones de fuerza perceptibles. Debe, por lo tanto, desarrollarse en todos los niveles de la economía deseante contaminados por el capitalismo. (En el ámbito del individuo, la pareja, la familia, la escuela, el grupo militante, la locura, las prisiones, la homosexualidad, etc.).

36-37

(…) no es posible que la lucha «microscópica» contra el fascismo, ese que se instaura en el seno de las máquinas deseantes, pase por la mediación de «delegados», «representantes», o de bloques identificados de una vez y para siempre. El «enemigo» ha cambiado de rostro: puede ser el aliado, el camarada, el responsable e incluso puede ser uno mismo. Nunca podemos estar seguros de que, en un momento u otro, no nos inclinaremos del lado de una política burocrática o del prestigio, de una interpretación paranoica, de una complicidad inconsciente con los poderes establecidos, de una interiorización de la represión.

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Estas dos luchas pueden no ser mutuamente excluyentes:

• la lucha de clases y la lucha revolucionaria de liberación implican la existencia de máquinas de guerra capaces de oponerse a las fuerzas opresivas y, por eso mismo, funcionan a partir de cierto centralismo, según un mínimo necesario de coordinación;

• la lucha en el frente del deseo y los agenciamientos colectivos que actúan mediante el análisis permanente, la subversión de todos los poderes en todos los ámbitos.

¿No es absurdo que esperemos derrocar el poder de la burguesía para sustituirlo por una estructura que reproduce la forma de ese mismo poder?

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Ya he hablado antes de la posibilidad de acabar con el centralismo tecnocrático de la producción capitalista partiendo de otra concepción posible de las relaciones entre producción, distribución y consumo, por una parte, y entre la producción, la investigación y la formación, por la otra. Eso es algo que evidentemente tendría que transformar por completo las formas de relación con el trabajo, y en particular la brecha entre el trabajo al que se le reconoce un valor de utilidad (considerado como socialmente útil por el capitalismo, por la clase dominante) y el trabajo «inútil» del deseo. 

(…) la cuestión consiste en saber si se puede escapar a la oposición exduyente entre el valor de uso y el valor de cambio. La alternativa, que consiste en decir «rechacemos toda forma desarrollada de producción, volvamos a la naturaleza», no hace sino reproducir la brecha entre los distintos campos de la producción: la producción deseante y la producción social reconocida como útil.

40

Todo cuanto se constituye alrededor del individuo como objeto privilegiado para el estudio de las ciencias humanas, no hace sino reproducir la escisión entre el individuo y el campo social. Siempre que se aborda una práctica social concreta, ya sea la palabra, la locura, o cualquier otra cosa que tenga algo que ver con los procesos del deseo real, se hace sin hablar de los individuos.

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MICROPOLÍTICA DEL FASCISMO

El fascismo es un tema clave a la hora de abordar la cuestión del deseo en el ámbito social. Además, ¿no merece la pena que aprovechemos para hablar de ello ahora que todavía podemos hacerlo libremente? La propuesta de una micropolítica del deseo no consiste en establecer un puente entre el psicoanálisis y el marxismo en tanto que teorías completamente constituidas.

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Micro y macropolíticas del deseo.

La distinción que me propongo establecer entre la micropolítica y la macropolítica del deseo debería servir para acabar con la pretendida universalidad de los modelos propuestos por los psicoanalistas, que les permiten protegerse de las contingencias políticas y sociales. Se dice que todo lo que concierne al psicoanálisis sucede a pequeña escala, dentro de la familia y en el terreno de lo personal, mientras que la política se ocupa de los grandes grupos sociales. Yo quisiera, por el contrario, demostrar que hay una política que se ocupa tanto del deseo del individuo como de ese otro deseo que se manifiesta dentro de un campo social más amplio (…)

Así, el problema no consiste en tender puentes entre dominios ya definidos y separados entre sí, sino en establecer nuevas máquinas teóricas y prácticas capaces de borrar las estratificaciones anteriores para dejar establecidas las condiciones para nuevas formas de usar el deseo.

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Una micropolítica del deseo

 Un análisis político que se pretenda inseparable de una política del análisis tendría que romper con la división tradicional entre los grandes grupos sociales y los problemas individuales (…) Una micropolítica del deseo abandonaría la pretensión de representar a las masas y de interpretar sus luchas (…) Dejaría entonces de sustentarse en un objeto trascendente para ganar estabilidad, evitando centrarse en un único punto, el poder del Estado —y en la construcción de un partido representativo (…)

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Una multiplicidad de deseos moleculares

La idea de una micropolítica del deseo implica, por tanto, poner en cuestión de forma radical los movimientos de masas que se deciden de forma centralizada y que movilizan en serie a los individuos. Lo más importante es que van a conectarse una multiplicidad de deseos moleculares, una conexión que puede implicar efectos de tipo «bola de nieve» y demostraciones de fuerza a gran escala.

(…) En una situación como ésta ya no estamos ante una unidad ideal que representa y mediatiza intereses múltiples, sino ante una multiplicidad equivoca de deseos que en el proceso genera sus propios sistemas de localización y control. Esta multiplicidad de máquinas deseantes no está compuesta por sistemas estandarizados y ordenados que puedan ser disciplinados y jerarquizados en función de un único objetivo (…) Por el contrario, se encuentra estratificada a partir de grupos sociales diferentes, de clasificaciones en función de la edad, el sexo, el origen geográfico, la cualificadón profesional, las prácticas sexuales, etc. No produce una unidad totalizadora. Es la univocidad del deseo de las masas, y no su agolpamiento en torno a objetivos estandarizados, lo que fundamenta la unidad de su lucha.

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La palabra fuera de lugar

La coincidencia entre la lucha política y el análisis del deseo implica que el «movimiento» se encuentre en todo momento dispuesto a escuchar a cualquiera que se exprese desde la posición del deseo, incluso, y sobre todo, si lo que dice esa persona parece «fuera de lugar» (…) la división del trabajo entre los especialistas del decir y los especialistas del hacer se vuelve cada vez más borrosa.

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Los agenciamientos colectivos de la enunciación

Los agenciamientos colectivos de la enunciación producen sus propios medios de expresión, ya se trate de una lengua especial, de un argot o del regreso a una lengua antigua. Para ellos no hay ninguna diferencia entre trabajar con flujos semióticos, con flujos materiales o con flujos sociales. Ya no estamos frente a un sujeto, un objeto, y, en tercer lugar, un medio de expresión; ya no tenemos una tripartición entre el ámbito de la realidad, el de la representación o representatividad, y el de la subjetividad. Lo que tenemos es un agenciamiento colectivo, que es a la vez sujeto, objeto y expresión (…)

Aquí todo puede formar parte de la enunciación, desde individuos hasta zonas del cuerpo, trayectorias semióticas o máquinas conectadas a todos los horizontes posibles (…)

 ¿No es una ilusión querer devolverles la palabra a las masas en una sociedad industrial altamente estratificada? ¿Cómo podría un objeto social —un grupo-sujeto— sustituir al sistema de la representación y a las ideologías? A medida que avanza mi argumentación, va imponiéndose una paradoja: ¿es concebible hablar de estas cosas, de agenciamientos colectivos de la enunciación, sentado en una silla, escribiendo un texto?

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(…) La enunciación individual es prisionera de las formas de significación dominantes. ¡Únicamente un grupo-sujeto puede trabajar con los flujos semióticos, romper con los significados, abrir el lenguaje a otros deseos y forjar otras realidades!

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Molecularizar los objetos de análisis

De hecho, el análisis sólo puede progresar con la condición de seguir avanzando hacia la molecularización de su objeto, lo que permitiría examinar de cerca su función en el seno de los grandes grupos sociales. No hay un partido nazi, ya que no solamente el partido nazi ha evolucionado, sino que, en cada periodo, su función ha ido cambiando para adaptarse al campo que estaba sometido a su intervención en un determinado momento. 

(…) negarse a asumir simplificaciones que nos impedirían comprender la genealogía y la permanencia de ciertas maquinarias fascistas. 

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La maquina totalitaria

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La transversalidad histórica de las máquinas de deseo sobre las que se apoyan los sistemas totalitarios es inseparable de su transversalidad social (…) lo que se puso en marcha ayer continúa proliferando en la actualidad, bajo otras formas, en el conjunto del espacio social. Las estructuras del Estado son modeladas por esta química totalitaria, así como las estructuras políticas y sindicales, las estructuras institucionales y familiares; incluso las estructuras individuales se verían afectadas, siempre que aceptemos la existencia de una especie de fascismo del superyó en la culpabilidad y en la neurosis (…)

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Los montajes maquínicos infrahumanos del capitalismo

El hombre ya no se comunica directamente con sus semejantes: los órganos y las funciones participan en un «montaje» maquínico que aglutina los eslabones semióticos con todo un entrecruzamiento de flujos materiales y sociales (por ejemplo, en la acción del conductor, los ojos leen la carretera prácticamente de forma inconsciente, la mano y el pie están integrados con los engranajes de la máquina, etc.). Las fuerzas productivas, que antaño hicieran saltar las territorialidades humanas tradicionales, están hoy, en contrapartida, listas para liberar la energía «molecular» del deseo. Todavía no podemos apreciar la profunda transformación que conllevará esta revolución maquínico-semiótica; revolución que es, sin embargo, manifiestamente irreversible. Además, es el motor que lleva a los sistemas totalitarios y socialistas burocráticos a perfeccionar y miniaturizar sin descanso sus sistemas represivos.

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Permanencia del fascismo

Lo que está en juego en este nivel no es, lo repetimos, un problema histórico, biográfico o psicoanalítico puramente especulativo, sino toda una micropolítica. La micropolítica que produjo a Hitler afecta también a los movimientos políticos y sindicales de la actualidad; nos concierne aquí y ahora, desde el seno de los grupúsculos de la vida familiar, escolar, etc., en la medida en que nuevas formas de micro-cristalización fascistas van tomando el relevo de las antiguas a partir de un phylum o tronco común

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El fascismo fue un fenómeno exterior a la burguesía, pero sólo en parte. Y ésta no se decidió a repudiarlo hasta que se hubo convencido de que constituía un peligro; ya que, en razón de su inestabilidad y del deseo demasiado fuerte que incitaba en las masas, el fascismo amenazaba con hacer estallar los regímenes de la democracia burguesa desde el interior.

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La selección de las máquinas totalitarias

El «remedio» aceptado durante la fase paroxística de la crisis demostró inmediatamente ser más peligroso que el propio mal que debía combatir. No obstante, el capitalismo internacional sólo se planteó eliminarlo después de haber experimentado con otras fórmulas totalitarias para dominar el deseo de las masas. 

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Máquinas totalitarias capitalistas

A diferencia del fascismo, las máquinas totalitarias capitalistas, que también captan la energía del deseo de los trabajadores, se esfuerzan por dividirlos, particularizarlos y molecularizarlos. Se infiltran en sus filas, en sus familias, en sus parejas, en su infancia; llegan incluso a instalarse en el corazón de su subjetividad y de su visión del mundo. El capitalismo tiene miedo de los grandes movimientos multitudinarios. Trata de apoyarse en sistemas automáticos de regulación. Ésa es la función a la que se consagran el Estado y los mecanismos contractuales entre «interlocutores sociales». Cada vez que un conflicto desborda los límites establecidos, el capitalismo trata de reducirlo a guerras económicas o conflictos locales. Desde ese punto de vista, hay que reconocer que la máquina totalitaria estalinista ha sido ampliamente superada por la del totalitarismo occidental. 

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Desterritorialización de la producción y molecularización del fascismo

¿Qué es lo que permite el paso de las grandes entidades fascistas clásicas hacia la molecularización del fascismo a la que asistimos hoy en día? ¿Qué consecuencias entraña la desterritorialización de las relaciones humanas, qué es lo que les hace perder su arraigo dentro de los grupos territoriales y familiares, del cuerpo, de los grupos de edad, etc.? ¿Qué es esta desterritorialización, que, a su vez, engendra un microfascismo en alza? No se trata de una simple cuestión de orientación ideológica o estratégica por parte del capitalismo, sino de un proceso material fundamental:

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Las sociedades industriales se encuentran en condiciones de liberar flujos de deseo cada vez mayores porque funcionan a partir de máquinas semióticas que decodifican cada vez con mayor efectividad todos los tipos de realidad, y también porque las máquinas técnicas y los sistemas económicos están cada vez más desterritorializados. O, más exactamente, estas formas de represión son conducidas a un estado molecular debido a que su propio modo de producción está obligado a operar dicha liberación. Ya no basta con la simple represión masiva. El capitalismo tiene que construir e imponer modelos de deseo, por lo que es esencial para su supervivencia que éstos sean interiorizados por las masas a las que explota (…) Las relaciones de producción capitalistas no sólo se establecen en el ámbito de los grandes grupos sociales; están modelando un tipo preciso de individuo productor-consumidor desde la cuna. La molecularización de los procesos de represión y, por consiguiente, la perspectiva de una micropolítica del deseo, no están vinculadas a la evolución de las ideas, sino a la transformación de los procesos materiales, a la desterritorialización de todas las formas de producción, ya se trate de la producción social o de la producción deseante.

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Junto al fascismo de los campos de concentración, que siguen existiendo en numerosos países, están desarrollándose nuevas formas de fascismo molecular, cocidas a fuego lento en el familiarismo, la escuela, el racismo y los guetos de todo tipo, formas que han sustituido con éxito a los hornos crematorios. La máquina totalitaria experimenta en todas partes con estructuras mejor adaptadas a las situaciones, es decir, más preparadas para captar el deseo y ponerlo al servicio de una economía basada en el beneficio (…) El fascismo ya ha pasado, de hecho no ha dejado de pasar. Pasa atravesando todos los intersticios y está en constante evolución. Parece provenir del exterior, pero encuentra su combustible en el interior de nuestros corazones, en nuestro deseo (…)

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PARTIDO CENTRALISTA O MÁQUINA DE GUERRA REVOLUCIONARIA

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Lo que cuenta no es la unificación autoritaria, sino más bien la formación de enjambres de máquinas deseantes en las escuelas, las oficinas, los barrios, las guarderías, las prisiones, etc.

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Haría falta estudiar en detalle el papel preciso que juegan estas máquinas de aplastar el deseo que son los grupúsculos, su trabajo de molienda y criba. Siempre el mismo dilema: ser engullido por el sistema social o integrarse en el marco preestablecido de estas pequeñas sectas.

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EL CAPITAL COMO ELEMENTO INTEGRANTE DE LAS FORMACIONES DE PODER

El Capital no es una categoría abstracta, es un operador semiótico al servicio de formaciones sociales concretas. Su función consiste en integrar el registro, el balance, la regulación, la recodificación de las formaciones de poder propias de las sociedades industriales desarrolladas; de los flujos y de las relaciones de fuerza relativas al conjunto de las fuerzas económicas planetarias.

Pero, al parecer, el procedimiento general de semiotización de esa capitalización sólo llega a hacerse autónomo en el seno de los modos de producción. Este procedimiento se desarrolla a través de los siguientes dos ejes:

• la territorialización de los modos locales de semiotización de formas de poder que, de este modo, caen también bajo el control de un sistema general de inscripción y cuantificación del poder;

• la reterritorializadón de este último sistema sobre una formación de poder hegemónico: la burguesía de los Estados-nación.

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(…) parecería que ni un solo instante de nuestras vidas puede escapar al control del Capital, presente en los medios de transporte, los estilos de vida urbanos, domésticos, conyugales, los medios de comunicación, la industria del entretenimiento e incluso en los sueños.

(…) No se le paga al asalariado por la duración del funcionamiento del «trabajo social medio», sino por el hecho de que esté siempre disponible; es una compensación por un poder que va más allá del poder que se ejerce durante el tiempo presencial en la empresa. Lo que cuenta aquí es el desempeño de una función, un juego de poder entre los trabajadores y los grupos sociales que controlan los agenciamientos productivos.

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Lo que compra no es sólo la fuerza del trabajo, sino, antes que nada, el poder sobre los agendamientos productivos. 

(…) Por otra parte, la sumisión subjetiva, la alienación social inherente a un puesto de trabajo o a cualquier otra fundón social sí que puede calcularse. Ésta es, por cierto, la función que se le ha asignado al Capital.

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El valor marxista abstracto cuantifica el conjunto del trabajo humano destinado a la producción de valores de mercado. Sin embargo, el movimiento actual del capitalismo tiende a hacer que todo valor de uso se convierta en valor de mercado y que todo trabajo productivo dependa de las máquinas.

Estas transformaciones no implican que un nuevo capitalismo haya venido a sustituir por completo al antiguo. Lo que se produce es más bien una coexistencia, estratificación y jerarquización de capitalismos de distintos tipos que funcionan según las siguientes modalidades:

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• los Capitalismos segmentarios tradicionales, territorializados sobre los Estados-nación, que se unifican gracias a una forma de semiotización monetaria y financiera,

• un Capitalismo mundial integrado que ya no se apoya únicamente en la semiotización del Capital financiero y monetario, sino, fundamentalmente, en todo un conjunto de procesos de sujeción tecnocientíficos micro y macrosociales, de medios de masas, etc.

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Independientemente de la apariencia que adopte, el Capital no es racional. Es hegemónico. Lo que hace no es buscarla armonía entre las formaciones sociales, sino ajustar por la fuerza las disparidades socioeconómicas. El ejercicio del poder precede a la búsqueda del beneficio. El Capital no se deduce de una mecánica básica del beneficio, sino que se impone desde arriba.

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Incluso cuando parecía centrado sólo en extraer beneficios monetarios a través de actividades comerciales, bancarias e industriales, el Capital —en cuanto expresión de las clases capitalistas más dinámicas— había comenzado ya a implementar esa política de destrucción y de reestructuración (desterritorialización del campesinado tradicional, constitución de una clase obrera urbana, expropiación de la antigua burguesía comercial y de las viejas formas de artesanía, liquidación de los «arcaísmos» regionales y nacionalistas, expansionismo colonial, etc.).

(…) Por lo tanto, aquí no basta con hablar de una política del Capital. El Capital, como tal, no es nada más que lo político, lo social, lo tecnocientífico, articulados entre sí.

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En la actualidad, cada operación capitalista concreta orientada hacia la obtención de beneficios —en términos de dinero y de poder social— va incorporando gradualmente la totalidad de las estructuras de poder (…) El ama de casa ocupa en cierta manera un puesto de trabajo dentro de su propio domicilio, el niño ocupa un puesto de trabajo en la escuela, el consumidor en el supermercado, el telespectador frente a la pantalla…

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A todo esto habría que añadir un aspecto sobre el que no me cansaré de insistir: el capitalismo no sólo explota al trabajador fuera de su horario laboral, durante su tiempo de ocio, sino que, además, lo utiliza como instrumento para explotar a aquellos que se encuentran sometidos a él en su propia esfera de acción: sus subordinados, sus familiares no asalariados, mujeres, niños, ancianos y todo tipo de personas en estado de dependencia (…)

Pero regresemos de nuevo a esta idea central: ¡a través de la estructura salarial, el capitalismo tiene por objetivo fundamental controlar a toda la sociedadl Así, tenemos la sensación recurrente de que el juego de los valores de mercado depende en todo momento de las relaciones sociales, y no al contrario. Mecanismos como el de la inflación son un buen ejemplo de la intrusión constante de lo social en la economía. Lo «normal» no es el equilibrio de los precios, sino la inflación, ya que ésta es un sistema para reajustar relaciones de poder que están en permanente evolución (poder adquisitivo, poder de inversión, poder de confrontación entre diferentes grupos sociales).

La plusvalía económica está intrínsecamente unida a las plusvalías del poder que se ejerce sobre el trabajo, las máquinas, los espacios sociales y la redefinición del capital como forma general de capitalización de las semióticas del poder (…)

Ahora depende al menos de cuatro tipos de componentes, cuatro agenciamientos que son irreductibles entre sí:

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1) Las formaciones de poder capitalistas que posibilitan la existencia de un Capital de mantenimiento del orden, garantizan la propiedad, las estratificaciones sociales, la repartición de los bienes materiales y sociales… El valor de un bien, sea el que sea, es inseparable de la credibilidad de los dispositivos represivos legales o policiales… y también de la existencia de un cierto grado de consenso popular a favor del orden establecido.

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2) Los agenciamientos maquínicos relativos a las fuerzas productivas, constitutivos del Capital fijo (máquinas, fábricas, transportes, reservas de materias primas, capital de conocimientos tecnocientíficos, técnicas de servidumbre maquínica, técnicas de formación, laboratorios, etc.). Aquí nos encontramos en el ámbito clásico de las fuerzas productivas.

3) La fuerza colectiva de trabajo y el conjunto de relaciones sociales que se encuentran bajo la dominación del poder capitalista. La fuerza colectiva de trabajo aquí no es considerada en cuanto servidumbre maquínica, sino como alienación social (…) Estamos en el ámbito de las relaciones de producción y de las relaciones sociales.

4) La red de dispositivos, de aparatos de poder estatal y paraestatal, así como los medios de comunicación. Este entramado, que tiene ramificaciones tanto a escala microsocial como a escala planetaria, se ha convertido en una herramienta esencial del Capital; pues permite extraer e integrar las capitalizaciones sectoriales del poder relativas a los tres componentes anteriores.

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Las funciones dia- gramáticas específicas del Capital (es decir, que hacen referencia a su inscripción, que no son exclusivamente representativas, sino operativas) «añaden» algo esencial a lo que de otro modo no sería sino una simple acumulación de los diferentes componentes ya mencionados (…)

El aumento del nivel de abstracción semiótica correspondiente a este diagramatismo puede hacernos pensar en lo que explica Bertrand Russell en su teoría de los tipos lógicos, es decir, que existe una discontinuidad fundamental entre una clase y sus miembros. Pero en el caso del Capital nos encontramos ante una discontinuidad que no es sólo de orden lógico, sino también maquínico, en el sentido de que no opera únicamente a partir de flujos de signos, sino también de flujos materiales y sociales.

 

 

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