Sloterdijk, Peter (2006): Esferas III. Espumas
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En los dos tomos precedentes se intenta conferir a la expresión esfera el rango de un concepto fundamental, que se ramifica en aspectos significativos topológicos, antropológicos, inmunológicos, semiológicos. Esferas I propone una descripción (el autor piensa que, en parte, nueva) del espacio humano, que acentúa el hecho de que por el cercano ser-juntos de seres humanos con seres humanos se produce un interior hasta ahora poco considerado. Llamamos a ese interior la microsfera y lo caracterizamos como un sistema de inmunidad espacial anímico (moral, si se quiere), muy sensible y capaz de aprender. El acento se pone en la tesis de que es la pareja, y no el individuo, la que representa la magnitud más auténtica; eso significa, a la vez, que, frente a la inmunidad-yo, la inmunidad-nosotros encarna el fenómeno más profundo.
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En tanto es un ser que «existe», el ser humano es el genio de la vecindad. Heidegger lo conceptualizó así en su época más creativa: si hay existentes juntos, se mantienen «en la misma esfera de patencia». Son accesibles unos para otros y, sin embargo, unos a otros trascendentes, una observación que no se cansan de subrayar los pensadores del diálogo. Pero no sólo las personas, sino también las cosas y las circunstancias se comprenden, a su modo, desde el principio de la vecindad. Por eso «mundo» significa para nosotros el contexto de posibilidades de acceso. «El ser-ahí lleva ya consigo la esfera de posible vecindad; ya originariamente es vecino de…» (…)
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A la salida de la situación fundamental familiar -su símbolo arquitectónico es la cabaña-, el programa expansivo pasa del pueblo a la ciudad, al imperio y, más allá, al universo finito, hasta que se pierde en el espacio ilimitado e inhabitable.
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El postulado de que la seguridad se encuentra en lo más grande, y sólo en ello, suscitó el affaire del alma con la geometría. No otra cosa significó el acontecimiento que se llama metafísica: que la existencia local se integra en la esfera absoluta, y el punto animado va inflándose hasta la esfera-todo. En ella creyó encontrar la psique participación en lo indestructible.
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El gran relato de Esferas II, que sigue la curva, jalonada por catástrofes, del mínimo al máximo, pretende hacer comprensible la razón por la que la metafísica fue la prosecución del animismo con medios tanto teóricos como políticos: el animismo es la creencia en el hipersistema de inmunidad: alma.
20-21
Ese movimiento excéntrico, designado ahora tuertamente como «la globalización» (como si no hubiera más que una, y no tres), se reproduce en el capítulo 8 de Esferas II, bsyo el título «La última esfera. Para una historia filosófica de la globalización terrestre», al estilo de una consideración macrohistórica. Llamamos terrestre a la globalización que sigue a la metafísica y antecede a la telecomunicativa.
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En una defensa de la Enciclopedia, Diderot ya había consumado esa sustitución en el año 1755 expressis verbis, declarando al ser humano como «punto central común» de todas las cosas (y de todas las entradas lexicográficas): «¿Hay en el espacio infinito algún punto mejor desde el que puedan hacerse salir esas líneas inconmensurables que queremos trazar hasta todos los demás puntos?»
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Con una amplitud de miras que roza el acaparamiento, McLuhan postula una esfera de información, híbrida, global-tribal, que nos encerraría a todos nosotros, como miembros dichosos y obligados de la «familia humana», en una «única membrana universal»11, que sería a la vez redonda (centrada, romana) y ovalada (periférica, canadiense). La máquina que llevara a cabo este milagro simplificador es el Computer; interpretado en espíritu pentecostal: según McLuhan, él posibilita la integración de la humanidad en una «comunidad psíquica» supratribal. ¿Quién puede ignorar que aquí se enseñaba, una vez más, y quién sabe si no por última vez, la unidad de aldea global e Iglesia (…)
En contraste con todo esto, Esferas III, Espumas, ofrece una teoría de la época actual bajo el punto de vista de que la «vida» se desarrolla multifocal, multiperspectivista y heterárquicamente. Su punto de partida reside en una definición no-metafísica y no-holística de la vida (…)
La vida se articula en escenarios simultáneos, imbricados unos en otros, se produce y consume en talleres interconectados. Pero lo decisivo para nosotros: ella produce siempre el espacio en el que es y que es en ella. Así como Bruno Latour ha hablado de un «parlamento de las cosas», nosotros, con ayuda de la metáfora de la espuma, pretendemos ocupamos de una república de los espacios.
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Es evidente que se ha agotado la forma de pensar y de vida de la vieja Europa, la filosofía; la biosofía acaba de comenzar su trabajo, la teoría de las atmósferas se acaba de consolidar provisionalmente, la teoría general de los sistemas de inmunidad y de los sistemas de comunidad está en sus inicios, una teoría de los lugares, de las situaciones, de las inmersiones se pone en marcha lentamente, la sustitución de la sociología por la teoría de las redes de actores es una hipótesis con poca recepción aún, consideraciones sobre la movilización de un colectivo constituido realistamente con el fin de aprobar una nueva constitución para la sociedad global del saber no han mostrado apenas más que esbozos. En estos indicios no puede reconocerse sin más una tendencia común. Sólo algo está claro: donde se lamentaban pérdidas de forma, aparecen ganancias en movilidad.
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La proposición «Dios ha muerto» se confirma como la buena nueva del presente. Se la podría reformular: La esfera una ha implosionado, ahora bien, las espumas viven. La comprensión de los mecanismos del acaparamiento mediante globos simplifícadores y totalizaciones imperiales no proporciona precisamente la razón para dar al traste con todo lo que se consideraba grande, imaginativo, valioso. Proclamar muerto al Dios pernicioso del consenso significa reconocer con qué energías se retoma el trabsyo, no pueden ser otras que aquellas que estaban constreñidas en la hipérbole metafísica. Si una gran exageración ha cumplido su tiempo, surgen nuevos ideales de vuelos más discretos.
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Prólogo: El nacer de la espuma
Aire en lugar inesperado.
27-28
Casi nada, y sin embargo no nada. Un algo, aunque sólo un tejido de espacios vacíos y paredes sutiles. Un dato real, pero una hechura esquiva al contacto, que al mínimo roce abandona y revienta. Eso es la espuma, tal como se presenta a la experiencia cotidiana. Por suplemento de aire, un líquido, un sólido pierde su compacidad; lo que parecía autónomo, homogéneo, consistente, se transforma en estructuras esponjosas (…) Es la miscibilidad de las materias más opuestas lo que en la espuma se convierte en fenómeno. Al elemento ligero corresponde, evidentemente, la perversa capacidad de infiltrarse en los más pesados y asociarse con ellos, la mayoría de las veces fugazmente, en algunos casos incluso por más tiempo (…) Esta unión a corto plazo de gases y líquidos constituye el modelo del concepto usual de espuma. Alude al hecho de que, bajo circunstancias por ahora inexplicadas, lo compacto, continuado, macizo sufre una invasión de lo hueco. El aire, el elemento incomprendido, encuentra medios y caminos para infiltrarse en lugares en los que nadie cuenta con su presencia; más aún, por su propia fuerza acondiciona lugares extraños allí donde antes no había ninguno. ¿Cómo rezaría, pues, una primera definición de la espuma? ¿Aire en lugar inesperado?
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Por su forma efímera, la espuma ofrece la oportunidad de observar con los propios ojos la subversión de la substancia. A la vez, se consigue la experiencia de cómo la venganza de lo sólido la mayoría de las veces no se hace esperar mucho tiempo (…) En cuanto se detiene la agitación de la mezcla, que procura la introducción de aire en lo líquido, se desploma rápidamente el esplendor de la espuma. Queda una inquietud: lo que se atreve a ahuecar la substancia, aunque sea por poco tiempo, ¿no participa de aquello que ha de ser considerado malo y sospechoso, quizá incluso hostil? Así es como la tradición ha concebido la mayoría de las veces ese algo precario, recelando de ello como de una perversión (…) la espuma se presenta como una insolente subversión del orden natural en medio de la naturaleza. Es como si la materia se hubiera extraviado y se hubiera entregado a lo estéril en saturnales físicas. No es casualidad que durante toda una era se considere peyorativamente que ha de servir como metáfora de lo inesencial y falto de solidez (…) En la espuma se manifiestan fuerzas impulsivas, sospechosas para los amigos de los estados puros (…) La materia, la matrona fecunda que lleva una vida honesta al lado del logos, pasa por una crisis histérica y se arroja en brazos de la primera ilusión que se presenta. Las malvadas perlas de aire la someten a los juegos de prestidigitación más arriesgados. Espumea, se esponja, se estremece, estalla. ¿Qué queda? El aire de la espuma regresa a la atmósfera general, la substancia más sólida se descompone en polvo de gotas. Casi nada se convierte en casi nada.
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(…) antes los sueños no parecían representar más que un apéndice vacío de lo real, que se podía pasar por alto tranquilamente, sí, del que había que prescindir a la mayor brevedad posible si se quería permanecer en la esfera de lo categorial, substancial, público, así también faltaba a las espumas todo lo que pudiera relacionarse con las esferas respetables de lo válido-duradero.
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La espuma es el uniforme de salida del nihil, de la nada de la que nada puede provenir, si se sigue confiando en la afirmación de Lucrecio; es lo inconsistente, «sin edad alguna», lo que se distingue por su esterilidad y falta de acción. Lo espúmeo existe -se escucha decir a los informados- sólo en autorreferencia vacía, no produce más que episodios, nunca hace más que abombarse y desplomarse. Lo que no tiene ante sí otra perspectiva que su desintegración es mera inflación, es la anécdota que ha llegado al poder. La espuma no engendra nada, nada se sigue de ella. Sin esperanza de vida ni de generación próxima, sólo conoce el avance hacia su propio reventón. Por eso la espuma, entre los hijos extravagantes del caos, si no el primogénito, sí es el más despreciable.
Y sin embargo: cuando en la nueva lógica de Hegel el pensamiento se hizo polivalente, se produjo una positivación de lo negativo y, con ella, una posible rehabilitación de la espuma: «De la fermentación de la finitud, antes de que se convierta en espuma, exhala el aroma del espíritu»
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Interpretación de la espuma
La decisión temprana de Freud de señalar el sueño como camino real al inconsciente puso de manifiesto el cambio «revolucionario» de acento entre lo central y lo periférico. La aparición de la Interpretación de los sueños en el año 1900, sin embargo, no sólo puso de relieve lo pronto que en la retrospectiva del siglo se manifestó el acto fundacional epistémico-propagandístico del movimiento psicoanalítico, fue también uno de los puntos de partida de la subversión del sistema de seriedad tradicional y de la conciencia de la categoría de peso pesado en general.
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(…) El psicoanálisis vienés entró en un contexto en el que no había nada menos en juego que una nueva repartición de los acentos en el campo de lo primario, fundante, creador de significado, un suceso de alcance cultural-revolucionario (…)
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¿Con qué seriedad se tomó el siglo XX la espuma? ¿Qué rango de valor asignó al «aire en lugar inesperado»? ¿De qué modo trabajó en la rehabilitación de esa entidad evanescente, abocada a la desintegración? ¿Con qué medios intentó hacer justicia a las oquedades autorreferentes, a las esferas interiores llenas de valores propios, al interior halitoso y a los hechos climáticos? Si la respuesta adecuada a esas preguntas ya resultara posible en nuestro tiempo proporcionaría una sinopsis de la modernización. Describiría un amplio procedimiento de admisión de lo casual, momentáneo, vago, efímero y atmosférico, un procedimiento en el que participan las artes, las teorías y las formas de vida experimentales con planteamientos propios en cada caso.
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Quien quisiera emprender una amplia reproducción de estos procesos tendría que hablar tanto de las intenciones de un Nietzsche no falseado como del desarrollo del impulso de Husserl; tanto del perspectivismo en torno a 1900 como de la teoría del caos en torno al 2000; tanto de la promoción de lo surreal, convirtiéndolo en una sección arbitraria de lo real, como de la elevación de lo atmosférico a la dignidad de teoría; tanto de la matematización de lo borroso como de la penetración conceptual de las estructuras estriadas y de los conjuntos irregulares . Habría que hablar de una rebelión de lo poco llamativo, de lo discreto por la que lo pequeño y efímero se aseguró una porción de la fuerza visual de la gran teoría, de una ciencia de las huellas, que a partir de indicios poco aparentes quiso leer los signos tendenciales del acontecer del mundo. Más allá del giro «micrológico» habría que hablar de un descubrimiento de lo indeterminado, gracias al cual -quizá por primera vez en la historia del pensamiento- lo no-nada, lo casi-nada, lo casual y lo informe han conseguido conectar con el ámbito de las realidades teorizables.
33-34
La larga sombra del pensar de la substancia, que gusta tan poco de lo accidental, sigue extendiéndose aún sobre las teorías modernas y las teorías de la Modernidad.
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(…) La interpretación de la espuma tendría que constituirse como ontología política de los espacios interiores animados. En ella se comprendería lo más frágil como el corazón de la realidad.
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En el lenguaje de nuestro ensayo la interpretación de la espuma ha de negociarse bajo el nombre de poliesferología, o ciencia ampliada de invernaderos. Desde el principio tiene que quedar claro que este «leer» en las espumas no puede quedarse en mera hermenéutica, ni detenerse en el desciframiento de signos. Sólo entra en materia como teoría tecnológica de espacios humanamente habitados, simbólicamente climatizados, es decir, como instrucción científico-ingeniera y política para la construcción y mantenimiento de unidades civilizatorias, un ámbito temático que hasta ahora (aía dentro de la ética y de sus ramificaciones en politología y pedagogía La disciplina más cercana a esta teoría heterodoxa de la cultura y la civilización puede encontrarse, por el momento, en la astronáutica tripulada, pues en ninguna otra parte se pregunta tan radicalmente por las condiciones técnicas de la posibilidad de existencia humana en cápsulas que mantengan la vida.
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Aprología -del griego áphros, la espuma- es la teoría de sistemas cofrágiles. Si se consiguiera probar que lo espumoso puede ser lo que tenga un gran porvenir, sí, que es, en ciertas condiciones, capaz de generar, se le sustraería el fundamento al prejuicio substancialista. Justamente eso es lo que se intentará en lo que sigue. Lo que durante toda una era se ha considerado menospreciable, lo aparentemente frívolo, lo que existe sólo en vistas a su implosión, recuperaría su parte en la definición de lo real. Se comprende, pues: hay que entender lo flotante como algo que de algún modo especial proporciona fundamento; describir nuevamente lo hueco como una llenura de propio derecho; considerar lo frágil como lugar y modo de lo más real; evidenciar lo irrepetible como el fenómeno superior frente a lo serial.
Espumas fértiles – Interludio mitológico
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(…) Cierto, sólo parece que Hesíodo fue víctima de una feliz confusión etimológica al derivar el nombre de la diosa, que había sido importada del Próximo Oriente al panteón griego, de áphros, espuma. Con ello relacionó a la diosa del amor y la fertilidad de los helenos con aquella substancia asubstancial, a la que se atribuyen nobles funciones erógenas.
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La introducción de aire en la substancia sirve para el precipitado de lo más substancial de la substancia, hasta alcanzar la extrema contracción del poder generativo en un único receptáculo, en un último punto seminal. Se entiende: cuando se presupone, como en la Primera Teoría generalizante, la unidad de fuerza originaria y plenitud de esencia, de ahí no hay gran trecho hasta llegar a una radicalización de la búsqueda; es entonces cuando se aventura el acceso mágico a la esencia de la esencia con el fin de filtrar el poder desde el poder (…)
Estos mitos aluden a tempranas alternativas al prejuicio de esterilidad referente a las espumas; con todo, sólo pueden proporcionar a la constelación de espuma y fertilidad, en el mejor de los casos, una plausibilidad poética. Aun así, preparan desde lejos un concepto de aphrogenia (…)
42
We are such stuff the foams are made on.
Espumas naturales, aphrosferas
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En el contexto físico se entiende por espumas: sistemas de cámaras múltiples de reclusión de gas en materiales sólidos y líquidos, cuyas celdillas están separadas unas de otras por tabiques peliculares. Los impulsos a la investigación científica de estructuras espumosas se remiten al físico belga Joseph Antoine Ferdinand Plateau (…)
Con su ayuda las espumas pudieron describirse exactamente como esculturas tensionadas de tegumentos peliculares (…)
Enuncian que los ángulos de una burbuja de espuma o, mejor, de un polígono de espuma, se forman exactamente por tres tabiques peliculares; que dos a dos de esos tres tabiques se encuentran siempre en un ángulo de 120 grados; y que siempre convergen en un punto exactamente cuatro ángulos de celdillas de espuma. La existencia de tegumentos jabonosos se debe a la tensión de superficie del agua, que ya señaló en torno a 1508 Leonardo da Vinci en sus observaciones sobre la morfología de las gotas.
43-44
Hay que agradecer ante todo al siglo XX la introducción del tiempo en el análisis de la espuma. Hemos aprendido que las espumas son procesos y que en el interior del caos de múltiples celdas se producen constantemente saltos, transformaciones y cambios de formato. Esa agitación tiene un rumbo, conduce a mayor estabilidad e inclusividad. Una espuma vieja se reconoce porque sus burbujas son mayores que las de las espumas jóvenes, porque las celdas jóvenes que revientan mueren en cierto modo dentro de sus vecinas, a quienes legan su volumen. Mientras más húmeda y joven es una espuma, más pequeñas, redondas, móviles y autónomas son las burbujas aglomeradas en ella; mientras más seca y vieja, por el contrario, más burbujas autónomas han perecido, más grandes se hacen las celdas supervivientes, con más fuerza actúan unas sobre otras, más se hacen valer las leyes de Plateau de la geometría de vecindad en la deformación recíproca de las burbujas agrandadas. Una espuma avejentada encama el caso ideal de un sistema cofrágil, en el que se ha alcanzado un máximo de interdependencia. En el entramado de grandes poliedros lábil-estables ya no puede reventar potencialmente ninguna celda concreta sin arrastrar consigo a la nada la contextura total. La dinámica procesual de la espuma proporciona, así, la forma vacía a todas las historias que tratan de espacios de inclusión inmanentemente crecientes. En estas geometrías trágicas se alcanza un grado tan alto de tensión interior o tensegridad entre los espacios co-aislados restantes que su riesgo común de existencia puede expresarse mediante una fórmula de cofragilidad. Juntas, las grandes celdas de una espuma madura consiguen incrementar la duración de su existencia, juntas se deshacen en la implosión final. Notemos que en las espumas no existe una celda como punto central y que la idea de una capital sería contraproducente per se.
45
Últimamente, el motivo de la multiplicidad de cámaras ha hecho carrera también en las teorías físicas del espacio. Esto trae como consecuencia que se recurra cada vez más a menudo a la metáfora de la espuma para la descripción de conformaciones de espacio espontáneas, tanto en las dimensiones mínimas como en fenómenos mesocósmicos, como, finalmente, en procesos de dimensiones galácticas, efectivamente cósmicas. Se anuncia abiertamente el siglo XXI como la century of the foam. Buena parte de la astrofísica más reciente aparece con ropaje aphrofísico. Muchos de los modelos cosmológicos que se discuten actualmente representan el universo como un trenzado de burbujas inflacionarias, cada una de las cuales encarna un sistema de explosión originaria del tipo del contexto de mundo que habita la humanidad actual (…) Pero ninguna de las ciencias actuales concede mayor papel a la potencia morfológica de la espuma que la biología celular. Desde el punto de vista de numerosos biólogos, el surgimiento de la vida sólo puede explicarse por la formación espontánea de espuma en el agua turbia del océano primitivo.
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Espumas humanas
Mediante el concepto espuma describimos aglomeraciones de burbujas en el sentido de los análisis microsferológicos que hemos presentado con anterioridad44. La expresión vale para sistemas o agregados de vecindades esféricas, en los que cada una de las «células» constituye un contexto (dicho en lenguaje usual: un mundo, un lugar) autocomplementante (…)
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Cuando se forman lugares de ese tipo, el existir- uno-hacia-otro de los asociados en proximidad actúa en cada caso como el auténtico agens de la conformación de espacio; la climatización del espacio interior coexistencial se produce por la extraversión recíproca de los simbiontes, que atemperan el interior común (…)
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La introversión de cada uno de los hogares no contradice que se aglomeren en alianzas más densas, me refiero a las espumas sociales: el enlace de vecindad y la separación recíproca hay que interpretarlos como dos caras del mismo hecho. En la espuma rige el principio del co-aislamiento, según el cual una y la misma pared de separación sirve de límite en cada caso para dos o más esferas. Tales paredes, que se apropian ambos lados, son las interfaces originarias. Del hecho de que en la espuma físicamente real una burbuja concreta limite con una pluralidad de globos vecinos, que le condicionan la repartición del espacio, puede deducirse una imagen prototípica para la interpretación de asociaciones sociales: también en el campo humano las células concretas se aglutinan unas con otras por inmunizaciones, separaciones y aislamientos recíprocos (…)
49
Por eso la espuma constituye un interior paradójico, en el que la mayor parte de las co-burbujas circundantes son, a la vez, desde mi emplazamiento, vecinas e inaccesibles, y están, a la vez, unidas y apartadas (…) En realidad, las «sociedades» sólo son comprensibles como asociaciones agitadas y asimétricas de multiplicidades-espacios y multiplicidades-procesos, cuyas células no pueden estar ni realmente unidas ni realmente separadas (…) Quien pretenda hablar teóricamente de «sociedad» tiene que operar fuera de la obnubilación del «nosotros». Si se consigue eso se puede uno percatar de que las «sociedades» o los pueblos están constituidos más fluida, híbrida, permeable y promiscuamente ellos mismos de lo que sugieren sus nombres homogéneos.
50
Entendemos bajo «sociedad» un agregado de microsferas (parejas, hogares, empresas, asociaciones) de formato diferente, que, como las burbujas aisladas en un montón de espuma, limitan unas con otras, se apilan unas sobre y bajo otras, sin ser realmente accesibles unas para otras, ni efectivamente separables unas de otras.
51
Las unidades simbióticas son conformadoras de mundo siempre en sí y para sí, junto a grupos-modeladores-de-mundo que hacen lo mismo a su manera y con los que aquéllas están constreñidas bajo el principio del co-aislamien- to, formando un ensamblaje interactivo (…)
51-52
(Piénsese en los ocupantes de vehículos, que viajan en filas unos tras otros: cada grupo de viajeros conforma dentro una célula resonante, entre los vehículos sin embargo reina el aislamiento, y así está bien, puesto que comunicación significaría colisión.)
53
Para la teoría, que acepta el ser-en-la-espuma como determinación primaria de la situación, las super-visiones concluyentes del mundo-uno no sólo resultan inaccesibles, sino imposibles, y, si se entiende bien, tampoco deseables.
53
Como sistemas de vecindades asimétricas entre invernaderos de intimidad y mundos propios de tamaño mediano, las espumas son medio transparentes, medio opacas. Toda situación en la espuma significa un relativo ensamblaje de visión en derredor y ceguera; todo ser-en-el-mundo, entendido como ser-en-la-es- puma, abre un claro en lo impenetrable. El giro a una ontología pluralista ya fue tomado en cuenta previsoriamente en la moderna biología y me- tabiología, desde que, gracias a la introducción del concepto de entorno, llegó a una nueva visión de su objeto
54-55
Dado que las conformaciones de mundo siempre se expresan también arquitectónicamente, más exactamente, en la tensión sinérgica entre bienes muebles e inmuebles, hay que tener en consideración los procesos esferopoiéticos, que se materializan bajo forma de espacios habitados, edificios y aglomeraciones arquitectónicas. De acuerdo con una idea de Le Corbusier, se puede comparar un edificio con una pompa de jabón: «La pompa de jabón es perfectamente armónica cuando el aliento está bien repartido, bien regulado desde dentro. El exterior es el resultado de un interior»
55
Las espumas en la época del saber
Las cosas delicadas se convierten tarde en objeto.
56
Todo lo muy explícito se convierte en algo demoníaco.
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¡Ay de aquel que oculta desiertos! Ahora hay que reconstruir artificialmente lo que antes parecía dado como recurso natural.
58
Para ser absolutamente contemporáneo hay que presuponer que apenas hay algo todavía que presuponer.
Revolución, rotación, invasión
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Como hábito cognitivo, es lo mismo dar la vuelta a la Tierra y reflejarlo en mapas, que abrir el cuerpo humano por todas partes y representarlo gráficamente desde todas las perspectivas.
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El auténtico significado de la explicación está en otro campo: la gran característica de las relaciones modernas de saber no la constituye el hecho de que los «sujetos» puedan mirarse al espejo en sí mismos o rendir cuentas ante el público sobre los motivos de sus opiniones, sino que se operen a sí mismos y tengan planos ante sí de la oscuridad propia, en parte aclarada, que les señalen puntos de intervención potencial para la auto-intervención (…)
Nuestra posible intervención, inevitablemente imperfecta, pero siempre ampliable, en el propio fundamento interior somático y psicosomático constituye el rasgo característico de la situación, que designamos con el terminante predicado de «moderna». Huelga decir por qué apenas tenemos aún algo que tratar de la llamada cosificación a este nivel.
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Cuando lo implícito se vuelve explícito: Fenomenología
Que el hogar del saber se convulsiona por la invasión irreprimible de la inteligencia en lo oculto: ese hecho fundamental para toda civilización superior, y sobre todo para la Modernidad, se llama, en su exégesis normal, investigación. Cuando la interpretación de esa inquietud se llena de pretensiones toma el nombre, durante un lapso de tiempo destacado en la historia del espíritu, de Fenomenología: teoría de la salida de «objetos» a la escena del aparecer, y reconocimiento lógico de su existencia junto al resto del contingente del saber. Que a los seres humanos no todo se les revela de una vez, sino que la llegada de los objetos al saber sigue las leyes de una secuencia -un orden tan estricto como difícil de entender, de lo anterior y lo posterior-: en esto consiste la intuición originaria (…) El núcleo de esa intuición es la observación de que lo posterior y lo anterior se comportan a menudo recíprocamente como lo explícito y lo implícito (…) La Fenomenología es la teoría que narra la explicitación de aquello que al comienzo sólo puede estar dado implícitamente (…) Aquí estar implícito quiere decir: presupuesto en estado no revelado, dejado en reposo cognitivo, exonerado de la presión de desarrollo y mención pormenorizada, dado en el modus de proximidad oscura, que no está todavía en la lengua, no interpelable en el instante próximo, no movilizado por el régimen discursivo y no instalado en un procedimiento. Volverse explícito significa, al contrario: ser llevado por la corriente que fluye del trasfondo al primer plano (…)
63-64
Ciertamente, la implicación es también una relación entre enunciados (…) la auténtica historia del saber tiene la forma del devenir-fenómeno de lo en otro tiempo no-aparecido, del paso de lo no-iluminado a lo iluminado o de datos-en-la-sombra a temática-en-primer-plano. Saber real: así llamamos a los discursos que han sobrevivido a la larga noche de la implicación y se mueven en el día de lo temáticamente desplegado.
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Los fenomenólogos propagan la buena nueva de que no hay un exterior al que no corresponda un interior; sugieren que no se topa uno con nada extraño que no pueda ser asimilado por apropiación en lo nuestro.
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El optimismo consecuente hace que la historia del conocimiento y de la técnica desemboque en una imagen final, en la que la paridad entre interioridad y exterioridad estuviera consumada punto por punto. ¿Pero qué sucedería si pudiera mostrarse que con el devenir explícito de lo implícito se infiltra en el pensar, a veces, algo completamente arbitrario, extraño, de otro tipo, algo nunca pensado, nunca esperado y jamás asimilable? (…) ¿Si hay algo nuevo que se sustrae a la simetría de lo implícito y lo explícito y penetra en los órdenes del saber como algo inmenso, exterior, algo que permanece extraño hasta el final?
Aparece lo monstruoso
65-66
Tras el fin de la coyuntura optimista puede manifestarse desapasionadamente qué significó de fado la fenomenología en su habitual aplicación: fue un servicio de salvamento de los fenómenos en una época, en la que la mayoría de las «apariciones» ya no se dirigen al ojo o a los demás sentidos desde sí mismas, sino que más bien son conducidas a la visibilidad por la investigación, por explicaciones invasoras y medidas correspondientes (esto es, «observaciones» gracias a máquinas y sensores artificiales).
66-67
Invitó a sus adeptos a participar en el intento de defender el primado metafísico de la percepción contemplativa frente al medir, calcular y operar. Se dedicó a la tarea de contrarrestar la enajenante inundación de la conciencia por las inasimilables miradas internas y externas de máquinas a las entrañas y cuerpos cortados y abiertos, no para negarse a lo nuevo sino para integrarlo en la acostumbrada percepción de la naturaleza o de las circunstancias, como si no hubiera sucedido nada por el corte de la técnica. Con razón había enseñado Heidegger que la técnica es un «modo del desocultamiento». Esto quería decir, a la vez, que a lo técnicamente desocultado y hecho público sólo le puede corresponder ya una fenomenalidad derivada, una publicidad híbrida y una quebrantada vinculación con la percepción.
67-68
En primera instancia no puede negarse: también las vistas y figuras de lo extraño -que se vuelve visible al hacer incisiones en los cuerpos de los seres humanos y animales desde diferentes ángulos, así como en la descomposición química de la materia, hasta llegar a las epifanías nucleares sobre el desierto americano o a las huellas de átomos en cámaras de Wilson- penetran en la percepción humana como si esas nuevas visualidades sólo fueran continuación de lo diáfano de la primera naturaleza diurna con medios más actuales. Pero no son eso. Todas esas nuevas visibilidades, esas penetraciones en el trasfondo de los fenómenos, posibilitadas por procedimientos figurativos desarrollados: esos cortes implacablemente explícitos en cuerpos vivos y sin vida, esas vistas externas de órganos naturalmente ocultos, esas vistas artificiales contra-intuitivas del lado nocturno y mecánico de la naturaleza, esas tomas de cerca de la materia al descubierto, generada por un sólido saber operacional y un excentricismo experimentado, todo ello está separado por un foso ontológico de la disposición cognoscitiva natural, cautelosa, tolerante, de las miradas en derredor humanas dentro de circunstancias más o menos familiares, inmanentes al horizonte, para las que se ha introducido desde antiguo la expresión naturaleza. Sólo después del giro auto-operativo el nuevo saber llega a una posición en la que se convierte para él en fenómeno lo que en modo alguno estaba predispuesto para el aparato perceptivo humano, al menos no según su primer diseño. Lo que la investigación lleva a la superficie tuvo que ser extraído «a la luz del día» o «desocultado» (…)
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(…) como consecuencia de esas invasiones, los cerebros humanos, el genoma humano y los sistemas de inmunidad humanos han sido colocados tan teatralmente en el escenario epistemológico que se mantiene continuamente en vilo tanto a la publicidad formativa como a la sensacionalista mediante su puesta en escena y la carta de naturaleza que se les concede, presentándolos como «investigación» y « desciframiento ».
En estos tres campos de objetos puede mostrarse qué absurda sería la idea de que disciplinas de esa orientación fueran expresión y emanación de la reflexión humana sobre la existencia, o incluso manifestaciones de eso que los filósofos idealistas han llamado autorreflexión.
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Quien plantea la pregunta qué es la vida tiene que comenzar por admitir que la vida depara ella misma la respuesta. Cada vez puede hablarse menos de una apropiación del objeto por el sujeto investigador (…) Los nuevos bienes nunca pueden pasar a ser propiedad nuestra, porque nada nos resultará tan extraño siempre como la biomecánica «propia» hecha explícita.
71-72
Nunca hemos sido revolucionarios
Una vez transcurrido el siglo XX comienza a reconocerse que fue un fallo colocar el concepto de revolución en el centro de su interpretación, igual que fue un camino errado entender los modos extremos de pensar de aquel tiempo como reflejos de acontecimientos «revolucionarios» en la «base» social (…) Lo que pudo explorarse, explotarse, investigarse mediante perforaciones de profundidad, intervenciones e hipótesis invasivas, llegó a los depósitos de combustible, al texto impreso, a los balances de negocios. El medio plano se extendió, las funciones representativas se multiplicaron, cambió el reparto de papeles en los tribunales, las administraciones se ampliaron, los puntos de aplicación de acciones, producciones, publicaciones proliferaron, nuevos departamentos oficiales surgieron de la nada, el número de oportunidades de hacer carrera se multiplicó por mil (…)
El concepto fundamental auténtico y verdadero de la Modernidad no se llama revolución sino explicación. Explicación es para nuestro tiempo el verdadero nombre del devenir, al que pueden subordinarse o yuxtaponerse los modi convencionales del devenir mediante flujo, mediante imitación, mediante catástrofe y recombinación positiva.
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El
concepto fundamental auténtico y verdadero de la Modernidad no se llama
revolución sino explicación. Explicación es para nuestro tiempo el verdadero
nombre del devenir, al que pueden subordinarse o yuxtaponerse los modi
convencionales del devenir mediante flujo, mediante imitación, mediante
catástrofe y recombinación positiva. Deleuze articuló una idea semejante cuando
intentó transferir el tipo de acontecimiento «revolución» al nivel molecular,
con el fin de eludir las ambivalencias de la actuación en la «masa»; no cuenta
la subversión voluminosa, sino el fluir, el discreto ir más allá en la próxima
situación, la huida continuada del status quo. En el ámbito molecular lo que
importa son sólo las pequeñas y mínimas maniobras; todo lo nuevo, que lleva más
lejos, es operativo. La visibilidad de
la innovación real se debe precisamente al efecto producido por la explicación;
lo que entonces se encomia como una «revolución» no es ya, por regla general,
más que el ruido que surge cuando el acontecimiento ha pasado. La era presente no
subvierte las cosas, las situaciones, los temas: los lamina.
73
¿Exageró
Heráclito cuando dijo que la guerra es el padre de todas las cosas? En
cualquier caso, un filósofo contemporáneo no habría exagerado afirmando que el
terror es el padre de la ciencia de las culturas.
75
Introducción:
Aerimotos
(…)
1 La
guerra de gas o: El modelo atmoterrorista
Si
se quisiera decir en una frase y con un mínimo de expresiones lo que el siglo
XX, junto a sus logros inconmensurables en las artes, aportó como
características inconfundiblemente propias a la historia de la civilización,
bastaría con considerar tres criterios. Quien desee comprender la originalidad
de esa época ha de tener en cuenta: la praxis del terrorismo, la concepción del
diseño del producto y las ideas sobre el medio ambiente. Por lo primero, se
establecieron las interacciones entre enemigos sobre fundamentos posmilitares;
por lo segundo, el funcionalismo consiguió reincorporarse al mundo de la
percepción; por lo tercero, los fenómenos de la vida y del conocimiento se
vincularon entre sí a una profundidad no conocida hasta entonces.
75-76
Si
se planteara, además, la tarea de determinar cuándo, desde este punto de vista,
comenzó el siglo XX, la respuesta podría darse con gran exactitud puntual. Con
un mismo dato puede ilustrarse cómo las tres características primarias de la
época estaban unidas al comienzo en una común escena primordial. El siglo XX se
abrió espectacularmente revelador el 22 de abril de 1915 con la primera gran
utilización de gases de cloro como medio de combate por un «regimiento de gas»
78
Mientras
que el desdichado siglo XX se dispone hoy a entrar en los libros de historia
como la «época de los extremos»81 y le va consumiendo la inactualidad
progresiva de sus líneas de lucha y conceptos movilizado res (…) se manifiesta
con creciente nitidez uno de los modelos técnicos del siglo pasado. Se le podía
llamar la introducción del medio ambiente en la lucha de los adversarios.
79
Se
recordará el siglo XX como la época cuya idea decisiva consistió en apuntar no
ya al cuerpo de un enemigo sino a su medio ambiente. Esta es la idea
fundamental del terror en un sentido más explícito y más acomodado a los
tiempos (…) Entre esos medios, hoy han pasado a ser el centro de atención,
junto a las económicas, también las condiciones ecológicas y psicosociales de
la existencia humana. En los nuevos procedimientos para gestionar desde el
medio ambiente o entorno del enemigo la sustración de sus condiciones de vida
aparecen los perfiles de un concepto específicamente moderno, post-hegeliano,
del horror.
80
El
horror de nuestra época es una forma fenoménica del saber de exterminio,
teórico-medioambientalmente modernizado, gracias al cual el terrorista
comprende mejor a sus víctimas de lo que ellas mismas se comprenden. Cuando el
cuerpo del enemigo ya no se consigue liquidar por impactos directos, al
atacante se le presenta la posibilidad de hacerle imposible la existencia
sumergiéndolo durante el tiempo suficiente en un medio sin condiciones de
vida.De esa conclusión surge la moderna «guerra química», como ataque a las
funciones vitales del enemigo que dependen del medio ambiente, a saber,
respiración, regulaciones nervioso-centrales y condiciones de temperatura y
radiación aptas para la vida. De hecho, aquí se produce el paso de la guerra
clásica al terrorismo (…)
82
(…)
apareció el fenómeno de una segunda artillería, que ya no apuntaba directamente
a los soldados enemigos y sus posiciones, sino más bien al entorno de aire de
los cuerpos del enemigo. En consecuencia, el concepto de «blanco» se movilizó
siguiendo una lógica borrosa: lo que estaba suficientemente cerca del objeto
podía valer desde ahora como suficientemente exacto y, por ello, operativamente
dominado.
83
Cuando
se llega a saber por la literatura histórico-militar que, entre febrero y junio
de 1916, sólo entre las tropas alemanas en Verdún fueron repartidas por el
depósito correspondiente de la zona de retaguardia cerca de 5 millones y medio
de máscaras de gas, así como 4.300 aparatos de protección de oxígeno (la
mayoría de las veces tomados de la explotación minera) dotados con 2 millones
de litros de oxígeno91, se hace evidente en cifras en qué medida ya en ese
momento la guerra «ecologizada», transferida a un entorno atmosférico, se había
convertido en una lucha alrededor de los potenciales respiratorios de las
partes enemigas.
84-85
En
su primera aparición la guerra de gas reunió en estrecho consorcio los
criterios operativos del siglo XX: terrorismo, conciencia del design y
planteamiento medioambiental. El concepto exacto de terror presupone, como se ha
mostrado, un concepto explícito de medio ambiente, porque el terror representa
el desplazamiento de la acción destructiva desde el «sistema» (aquí, desde el
cuerpo enemigo físicamente concreto) a su «medio ambiente» (en este caso, al
entorno atmosférico en el que se mueven los cuerpos enemigos, obligados a
respirar).
85
Desde
el comienzo el principio design se incluye en este envite explicativo, ya que
la manipulación operativa de ambientes gaseados en terrenos abiertos obliga a
una serie de innovaciones atmotécnicas. Por su causa, las nubes tóxicas de
combate se convirtieron en una tarea de diseño productivo. Los combatientes
movilizados como soldados normales en los frentes de gas, tanto en el oeste
como en el este, se vieron enfrentados al problema de desarrollar rutinas para
el diseño regional de atmósferas. La instalación o producción artificial de
nubes de polvo de combate exigía una coordinación eficiente de los factores
generadores de nubes bajo criterios de concentración, difusión, sedimentación,
coherencia, masa, expansión y movimiento. Con ello se anunciaba una
meteorología nueva, dedicada a «precipitaciones» de un tipo muy especial.
86
Lo
decisivo fue que la técnica, por medio del terrorismo de gas, apareció en el
horizonte de un diseño de lo inobjetivo, y por ello temas latentes como calidad
física del aire, aditivos artificiales de la atmósfera y demás factores
conformadores de clima en espacios de residencia humanos cayeron bajo presión
explicativa (…)
El
terrorismo diluye la diferencia entre violencia contra personas y violencia
contra cosas desde el flanco del medio ambiente: es violencia contra aquellas
«cosas»-humano-circundantes, sin las cuales las personas no pueden seguir
siendo personas.
88
En
cuanto desaparece la moderación de las desavenencias, conforme al derecho de
los pueblos, toma el mando la relación técnica con el enemigo: en tanto que
estimula la explicitud de procedimientos, la técnica pone en claro la esencia
de la enemistad: que no es otra que la voluntad de extinción de lo que está
enfrente. La enemistad hecha explícita técnicamente se llama exterminismo. Esto
explica por qué el estilo maduro de guerra del siglo XX estaba orientado a la
aniquilación.
88
Nuevas
armas de terror son aquellas por las cuales se hacen más explícitas condiciones
de vida; nuevas categorías de atentados ponen en evidencia -al modo de una
sorpresa maligna- nuevas superficies de vulnerabilidad. Es terrorista quien
consigue una ventaja explicativa respecto a las condiciones de vida implícitas
del contrario y las utiliza para la acción. Esta es la razón por la cual, tras
grandes y violentas cesuras históricas producidas por el terrorismo, se pueda
tener la sensación de que lo sucedido remite al futuro. Tiene futuro lo que
destapa lo implícito y transforma aparentes inocuidades en zonas de lucha.
90
Al
atardecer de aquel día, entre las 18 y las 19 horas, la manecilla del reloj
epocal saltó de la fase vitalista-tardorromántica de la Modernidad al
objetivismo atmoterrorista.
91
Dado
que el componente fundamental de la mezcla, el gas cianhídrico, que se evapora
a unos 27 grados centígrados, a menudo no es inmediatamente perceptible para
los seres humanos, a los creadores de ese material les pareció oportuno
pertrechar su producto con un componente provocador, muy llamativo, que por su
fuerte efecto aversivo advirtiera de la presencia de la substancia (desde el
punto de vista filosófico se hablaría de una refenomenalización de lo no
aparente).
98
(…)
la cámara de gas de Nevada fue un lugar de culto del humanismo pragmático. Su
instalación fue dictada por esa ley sentimental de la Modernidad, que prescribe
mantener libre el espacio público de actos de manifiesta crueldad. Nadie ha
expresado con tanta pregnancia como Elias Canetti esa compulsión de los modernos
a ocultar los rasgos crueles del propio obrar: «La suma total de la
sensibilidad en el mundo de la cultura se ha hecho muy grande. […] hoy sería
más difícil condenar públicamente a la hoguera a un único ser humano que
desencadenar una guerra mundial»
99
(…)
instala, así, espacialmente una especie de diferencia ontológica: clima mortal
en el interior de la celda claramente definida, meticulosamente hermetizada,
clima convivial en la zona mundano-vital de los ejecutores y observadores; ser
y poder-ser fuera, ente y no-poder-ser dentro.
100
Cuando
Heidegger, en 1927, en Ser y tiempo, hablaba con prolijidad ontológica del
rasgo existencial del ser-para-la-muerte, magistrados y médicos de ejecución
norteamericanos ya habían puesto en funcionamiento un aparato que hacía del
respirar-para-la-muerte un proceso ónticamente controlado. No se trata ya de
«avanzar» hacia la muerte propia; ahora se trata de mantener fijo al candidato
en la trampa-aire letal.
101
La
investigación del holocausto ha reconocido, con razón, en la fusión de locura
homicida y rutina la marca de fábrica de Auschwitz. El hecho de que el ciclón
B, al parecer, fuera llevado la mayoría de las veces a los campos en vehículos
de la Cruz Roja corresponde, asimismo, a la tendencia higienizante y
medicalizadora de las disposiciones, así como a la necesidad de encubrimiento
de los responsables de ejecutarlas.
102
2
Explicitud creciente
103
Desde
ese «air conditioning negativo» pueden sacarse conclusiones sobre el proceso de
la Modernidad como explicación de atmósferas. El atmoterrorismo proporciona el
empuje modernizante decisivo a aquellos recintos humanos de residencia en
condiciones de «mundo de la vida» que habían conseguido resistirse durante más
tiempo a dar el paso hacia concepciones modernas, desde la relación natural con
la atmósfera y desde la tranquilidad de quienes viven y viajan en un medio de
aire incuestionablemente dado y despreocupadamente previsible. El
ser-en-el-mundo humano medio -también éste un nombre explicativo moderno para
la «situación» ontológica tras la pérdida de la vieja certeza universal
europea- había sido hasta entonces un ser-en-el-aire, o más exactamente un
ser-en-lo-respirable (…) Johann Gottfried Herder, que ya en 1784, en sus
inagotables Ideen zur Philosophie der Geschichte der Menschheit [Ideas para la
filosofía de la historia de la humanidad], postuló una nueva ciencia de la
«aerología» (…) el iniciador de una teoría de las culturas humanas en tanto
formas de organización de la existencia en invernaderos.
108
Es
sabido que el «terror de las bombas», generalizado desde 1940 a 1945 en el
territorio del Reich alemán, no tenía sólo como objetivo estructuras militares,
sino, más bien, la infraestructura mental de la nación; por eso, a causa de su
efecto supuestamente desmoralizante -se hablaba de moral bombing-
112
En
nuestro contexto es importante que la explicación físico- nuclear de la materia
radiactiva y su demostración popular mediante hongos atómicos sobre áridos
terrenos experimentales y ciudades habitadas, al mismo tiempo, pusiera de
manifiesto un nuevo escalón de profundidad en la explicación de lo atmosférico
humanamente relevante. Con ello dio lugar a una nueva orientación
«revolucionaria» de la conciencia del «medio ambiente» en dirección al medio
invisible de ondas y radiaciones. Frente a ello ya no puede conseguirse nada
con el recurso al clásico claro [Lichtung] en el que «vivimos, tejemos y
somos», se entienda teológica o fenomenológicamente. El comentario
(post)-fenomenológico a los relámpagos atómicos sobre el desierto de Nevada y
las dos ciudades japonesas reza: Making radioactivity explicit.
116
Cuando
Martin Heidegger, en sus artículos a partir de 1945, la mayoría de las veces
utilizaba la «falta de patria» como contraseña existencial del ser humano en la
época-del-entramado-técnico [Ge-stell-Zeitalter/, esa expresión no sólo se
refería a la ingenuidad perdida de la estancia en casas de campo y al paso a
una existencia en máquinas urbanas habitables.
116-118
Es
lícito dudar de que el discurso evocativo de Heidegger sobre el «habitar» del
ser humano en una «región» posibilitante de sí y remitida a sí pueda quedar
como la última palabra en cuestiones de una existencia atrapada en la coacción
explicativa y de su tarea de autodiseño. Cuando el filósofo alababa el prudente
mantenerse en la «región» saltaba, adelantándose un tanto precipitadamente, al
ideal de un espacio que rehace la totalidad, que implica lo antiguo y lo nuevo.
«Región» [Gegend] significa para él el nombre de un lugar en el que
todavía podía florecer una existencia auténtica. No se podría decir muy bien
cómo se llega hasta él si no se estuviera ya en él. Tendría que ser un lugar
más allá de toda explicación, como si ésta sólo valiera en otra parte; un lugar
efectivamente azotado por el frío viento del exterior, por el riesgo de
emplazamiento de la modernización. Pero que, a pesar de todo, siguiera siendo
la patria. Sus habitantes sabrían que el desierto crece, pero podrían sentirse
comprometidos. Precisamente allí donde están, con una «extensión de terreno y un
receso temporal» maravillosamente inmunizadores. Aquí se puede hablar de alto
bucolismo. A la palabra «región» no se le puede negar, con todo, a pesar de
toda su provisionalidad y de sus connotaciones provinciales, una fuerza
remisora a la dimensión terapéutica en el arte de la conformación de espacio.
¿Qué es terapéutica sino el saber procedimental y el arte del saber sobre la
nueva organización de una escala de medida conforme a los derechos humanos tras
la irrupción de lo desmesurado; sino una arquitectura para espacios de vida
después de que se haya mostrado lo invivible? Lo que nos hace divergir de
Heidegger es la convicción históricamente crecida y teóricamente estabilizada
de que en la era de la explicación del trasfondo tampoco las relaciones
«regionales» y patrias, allí donde florecen todavía localmente, pueden ser
tomadas simplemente como dones del ser, sino que dependen de un gran despliegue
de diseño formal, de producción técnica, de asesoramiento jurídico y
estructuración política.
120
Con
la explicitación de estos nuevos parámetros para intervenciones operativas de
militares en el battlespace environment ya se tiene en cuenta hoy la
posible condición futura del diseño del campo de batalla (battlefield
shaping) y de su percepción (battlefield awareness).
123
El
efecto de surrealidad de lo real antes de la publicación pertenece a los
efectos colaterales de la explicación puntera, que desde su comienzo divide las
sociedades en un pequeño grupo de personas, que participan en la irrupción de
lo explícito como pensadores, operadores y víctimas, y en otro, mucho más
grande, que, desde el punto de vista de lo lícito existencialmente, persiste
ante euentum en lo implícito y, en todo caso, reacciona posterior y
puntualmente a las explicaciones. La histeria pública es la respuesta
democrática a lo explícito, tras devenir innegable.
3
Air/Condition
123-124
Entre
las campañas ofensivas de la Modernidad, la del surrealismo ha aguzado
especialmente la idea de que el interés fundamental de la actualidad tiene que
dirigirse a la explicación de la cultura. Entendemos por cultura (…) el conjunto de reglas y cometidos de acción
que se transmiten y van variando en los procesos generacionales. El surrealismo
obedece al imperativo de ocupar las dimensiones simbólicas en la campaña de
modernización. Su objetivo declarado o no declarado es hacer explícitos
procesos creativos y aclarar técnicamente los dominios de sus fuentes. Para
ello acudió sin más al fetiche de la época, al concepto omnilegitimante de
«revolución». Pero, como ya sucedía en el espacio político (donde, de fado, no
se trató nunca de un «giro» real, en el sentido de una inversión de arriba y
abajo, sino de la proliferación de posiciones punteras y de su nueva ocupación
por representantes de estratos sociales medios agresivos, cosa que en realidad
no pudo conseguirse sin que los mecanismos de poder se transparentaran
parcialmente, o sea, sin democratización, y pocas veces sin una fase inicial de
abierta violencia desde abajo), también en el campo cultural resulta evidente
la calificación errónea de los acontecimientos; pues aquí nunca se trató
tampoco de «revolución», más bien, y exclusivamente, de un nuevo reparto de la
hegemonía simbólica; y eso necesitaba una cierta puesta en evidencia de los
procedimientos artísticos; por ello tuvo que haber una fase de barbarismos y
tempestades de imágenes. Por lo que respecta a la cultura, «revolución» es una
expresión encubierta de violencia «legítima» contra la latencia. Pone en escena
la ruptura de los nuevos operadores, seguros de sus procedimientos, con los
holismos y comodidades de las situaciones artísticas burguesas.
125
(…) el
surrealismo es un diletantismo cuando no utiliza objetos técnicos de acuerdo
con sus propias características, sino simbólicamente; y que, a la vez, es una
parte del movimiento más explicitista de la Modernidad, en tanto que se
presenta inequívocamente como procedimiento rompedor de la latencia y disolutor
del trasfondo. El intento de destruir el consenso entre el lado productivo y
receptivo en asuntos de arte, con el fin de liberar la radicalidad del valor
propio de las exhibiciones-acontecimientos, constituye un importante aspecto de
la disolución del trasfondo en el campo cultural. Explícita tanto el carácter
absoluto de la producción como la arbitrariedad de la recepción.
126
Quien
escandaliza a los ciudadanos hace profesión de iconoclastia progresiva.
Instaura el terror contra símbolos con el fin de hacer que exploten posiciones
latentes mistificadas y que aparezcan ayudadas de técnicas más explícitas. La
premisa legítima de la agresión simbólica radica en el supuesto de que las
culturas tienen demasiados cadáveres en el armario y que ya es hora de hacer
saltar las conexiones, protegidas latentemente, entre armadura y edificación.
128
La
función de Dalí en ese juego se distinguía por una ambigüedad que manifiesta
algo esencial sobre su fluctuación entre romanticismo y objetividad: por una
parte, se presentaba como frío tecnólogo de lo otro, dado que en el texto de su
alocución, no transmitido pero fácilmente imaginable por el título: Auténticas
fantasías paranoicas, tenía previsto tratar de un método preciso de acceso al
«subconsciente»: aquel método crítico-paranoico, con el que Dalí formuló
instrucciones para la «conquista de lo irracional»132. Se confesaba partidario
de una especie de fotorrealismo en relación con imágenes irracionales, que
había de objetivar con exactitud proverbial lo que se presentara en sueños,
delirios y visiones internas.
130
Dado
que en esta guerra de mentalidades la normalidad se considera un crimen, el
arte, como medio de lucha contra el crimen, puede apoyarse en órdenes de
entrada en acción inusuales. Cuando Isaac Babel declaraba: «la banalidad es la
contrarrevolución», expresaba con ello, mediatamente, el principio de la
revolución modernista: la utilización del horror como violencia contra la
normalidad hace estallar tanto la latencia estética como la social, y que
afloren a la superficie leyes según las cuales se han de construir las
sociedades y las obras de arte. El horror ayuda a la consumación del giro
antinaturalista, que hace valer por todas partes el primado de lo artificial.
La «revolución» permanente quiere el horror permanente, puesto que postula una
sociedad que se manifiesta siempre de nuevo como aterrorizable, revisable.
131
El
nuevo arte está imbuido de la excitación por lo más nuevo, dado que se presenta
mimético al terror y análogo a la guerra, a menudo sin poder decir, incluso, si
declara la guerra a la guerra de las sociedades o si hace la guerra en causa
propia. El artista se encuentra siempre ante la decisión de presentarse ante la
opinión pública bien como salvador de las diferencias o como señor de la guerra
de las innovaciones. También tiene que aclararse sobre si está de acuerdo con la
ley de la imitación de lo superior, sobre la que se basa toda la cultura hasta
ahora, o se asocia al hábito neo-bárbaro de la Modernidad de convertir en regla
la imitación de lo inferior. A la vista de estas ambivalencias, la llamada
posmodemidad no estaba tan equivocada al articularse como reacción
contra-explícita, contra-extremista y parcialmente anti-bárbara al terrorismo
estético y analítico de la Modernidad.
134
Finalizado
el siglo XX, la teoría del homo sapiens como pupilo del aire adquiere perfiles
pragmáticos. Se comienza a comprender que el ser humano no sólo es lo que es,
sino lo que respira y aquello en que se sumerge. Las culturas son estados
colectivos de inmersión en aire sonoro y sistemas de signos.
134-135
El
universo de los climas influidos, de las atmósferas configuradas, de los aires
modificados y de los entornos acotados, medidos, legalizados, tras los empujes
explicativos de gran alcance llevados a cabo en el espacio científico-natural,
técnico, militar, jurídico-legislativo, arquitectónico y plástico, ha tomado
una ventaja, difícilmente salvable, a la formación teórico-cultural de
conceptos. Por eso parece lo más razonable que en una primera fase de autocercioramiento
se oriente a las formas más ampliamente desarrolladas de descripción científica
de atmósferas, a la meteorología y climatología, para dedicarse, en un segundo
paso, a fenómenos de aire y clima más cercanos a las personas y más relevantes
culturalmente.
135-136
Por
su forma periodística más exitosa, el llamado informe meteorológico (Wetterbericht,
informations météorologiques, weather news), la meteorología
moderna (derivada en el siglo XVII de la palabra griega metéoros:
«suspendido en el aire») -la ciencia de las «precipitaciones» y de todos los
demás cuerpos relucientes en el cielo o suspendidos en la altura- ha impuesto a
las poblaciones de modernos Estados nacionales y de comunidades políticas
mediáticas una forma de conversación históricamente nueva, que como mejor puede
caracterizarse es como «debate climatológico sobre la situación».
136
La
moderna información meteorológica moldea poblaciones nacionales como
espectadores de un teatro climático, estimulando a los receptores a comparar la
percepción personal con el informe de la situación y a hacerse una opinión
propia sobre los acontecimientos en curso.
En tanto que describen el tiempo como una representación escénica de la
naturaleza ante la sociedad, los meteorólogos reúnen a los seres humanos
convirtiéndolos en un público de expertos bajo un cielo común; hacen de cada
individuo un crítico climatológico, que valora la representación actual de la
naturaleza según su propio gusto (…)
Mientras
la meteorología salga a escena como ciencia natural, y nada más, puede
permitirse obviar la pregunta por un creador del tiempo. Concebido en un
contexto natural, el clima es algo que se hace exclusivamente a sí mismo y que
procesa incesantemente de un estado al siguiente. Basta, pues, describir los
«factores» climáticos más importantes en su acción dinámica: atmósfera
(cubierta gaseosa), hidrosfera (mundo acuático), biosfera (mundo de animales y
plantas), criosfera (región de hielo), pe- dosfera (tierra firme) desarrollan
bajo el influjo de la radiación solar modelos de intercambio de energía
extremamente complejos, que se pueden representar en disposición puramente
científico-natural. (…)
137
Un
análisis adecuado de estos procesos se muestra tan complejo que fuerza un nuevo
tipo de física que sea capaz de habérselas con turbulencias y corrientes
impredecibles.
(…) No obstante, la meteorología moderna viene
unida a una progresiva subjetivización del tiempo; además, en múltiples
sentidos: por una parte, porque relaciona cada vez más los «datos» climáticos
con las opiniones, cálculos y reacciones de las poblaciones, para las que el
entorno atmosférico se vuelve cada vez menos indiferente en vistas a sus
propios proyectos; por otra, porque el clima objetivo, tanto regional como
global, ha de ser descrito de modo creciente como efecto de las formas de vida
socio-industriales. Ambos aspectos de este ajuste del tiempo al ser humano
moderno, como cliente y co-causante meteorológico, se implican objetivamente
uno en otro.
138
(…)
el apremio a tener una opinión sobre el clima no es tanto un indicio de la toma
arbitraria del poder por parte del ser humano sobre todo lo que es el caso en
el entorno. Prepara el cambio de actitud fundamental, por el que los seres
humanos, los supuestos «dueños y señores» de la naturaleza, se transforman en
diseñadores de atmósferas y guardianes del clima (que no habría que confundir,
por cierto, con pastores del ser heideggerianos).
140
(…)
se desarrollaron atmotécnicas concretas, sin las que no serian imaginables
formas modernas de existencia tanto en contextos urbanos como rurales: la
popularización de los antes lujosos y señoriales parasoles y paraguas; la
instalación de calefacción y ventilación en casas privadas y grandes edificios;
la regulación artificial de temperatura y humedad del aire en salas de estar y
almacenes; la colocación de neveras en viviendas y la implantación de cámaras
frigoríficas fijas o móviles para el transporte y la conservación de alimentos;
la política de higiene del aire para entornos laborales en fábricas, minas y
edificios de oficinas y, finalmente, la modificación aromático-técnica de la
atmósfera, con la que se cumple el tránsito al air design
agresivo.
140-141
Air
design es la respuesta técnica a la idea fenomenológica, transmitida con
retraso, de que el ser-en-el-mundo humano se presenta siempre y sin excepción
como modificación del ser-en-el-aire. Ya que siempre hay algo en el aire, en el
transcurso de la explicación atmosférica se va imponiendo la idea de
introducirlo uno mismo, por si acaso. En cuanto la dependencia del aire de los
seres humanos se articula con carácter general, se impone también una
emancipación correspondiente, que exige y consigue la transformación activa del
elemento.
141
(…)
un pensamiento que permanece demasiado tiempo fe- nomenológicamente anclado, en
los límites del mundo fenoménico se convierte en acuarelismo interior y termina
en meditación atécnica.
141-142
(…)
El air design se presenta «frente» al aire en una postura de fuerza
práctica. Recoge el relevo de la actitud defensiva, higiénicamente motivada, de
la preocupación por el «mantenimiento de la pureza del aire», y somete el aire
tematizado a un programa positivo, que lo que propone, en cierto modo, es la
continuación del uso privado del perfume por medios públicos. El air design
apunta inmediatamente a la modificación dél estado de ánimo en los usuarios del
espacio aéreo; con ello sirve al fin declarado de retener en un lugar a los
transeúntes del aire, niéndoles -inducidos por el olor- ciertas situaciones
agradablemente, con el fin de provocar en ellos una mayor asimilación al
producto y disposición de compra (…)
142
El
subtrend hacia la «sociedad-odor-hedonista» se encuadra en la tendencia
primaria de la sociedad de consumo al desarrollo de mercados de vivencias y
«escenas», en los que se ponen a disposición atmósferas, como situaciones
generales compuestas de estímulos, signos y oportunidades de contacto.
142-143
No
olvidemos que la hoy llamada sociedad de consumo y acontecimiento se inventó en
el invernadero, en aquellos pasees con techo de cristal de comienzos del siglo
XIX, en los que una primera generación de clientes vivenciales aprendió a
respirar el aroma embriagador de un mundo interior cerrado de mercancías. Los
pasajes representan un primer peldaño de la explicación
atmosférico-urbanística: un divertículo objetivo de la disposición
«maníacoaditiva hogareña», de la que, en opinión de Walter Benjamín, estaba
poseído el siglo XIX. Manía hogareña, dice Benjamín, es el impulso irrefrenable
a «crearnos una morada» en entornos discrecionales (…)
143
El
siglo XX, ciertamente, ha mostrad* > en sus grandes edificaciones lo lejos
que se impulsó la construcción de «moradas , más allá de las necesidades de
búsqueda de un interior habitable. A los grandes containers y colectores (…) se
les fue exonerando progresivamente de la tarea de fingir calidad de hogar; el
encuentro episódico entre gran almacén e invernadero, en el que Benjamín, en
hipérbole genial, quiso ver el signo característico de la Mo- dernidad. Hubo de
volver a deshacerse por las diferenciaciones progresivas de las formas
arquitectónicas. Falta todavía un estudio que ofrezca con respecto al siglo XX
lo que Passagrn-Wrrk se propuso con respecto al XIX. Después de todo lo que
sabemos hoy sobre la época, esa obra debería llevar como título:
Air-Condition-Werk.
147
El
fraccionamiento del mundo social en zonas de diferente índole, inaccesibles
unas para otras, es el análogo moral de la «disgregación de la atmósfera» en
microclimas (que, a su vez, siguiendo al autor, corresponde a una disgregación
del «mundo de valores»). Dado que Broch, tras su avance por el plano
climático-individual y ecológico-personal, había captado cuasi-sisté- micamente
la profundidad del aislamiento de los individuos modernos, la pregunta por las
condiciones de su unión en un éter común, superando la disgregación de la
atmósfera, hubo de planteársele con una claridad y apremio para los que
(excepto, quizá, el planteamiento análogo de Cañe tti mismo en Masa y poder) no
existe nada parangonable, ni en su propio tiempo ni en un momento posterior de
la historia de investigaciones sociológicas sobre el elemento de la cohesión
social.
150-152
Marcel
Duchamp pasó los días de Navidad de 1919 con su familia en Rouen. La tarde del
27 de diciembre quería ir a Le Havre a bordo del 55 Touraine para viajar a
Nueva York. Poco antes de la salida fue a una farmacia de la rué Blomet, donde
convenció al farmacéutico para que tomara de los estantes una ampolla de tamaño
medio, abriera su sello, derramara el líquido contenido en ella y volviera
después a cerrar el recipiente abombado. Una vez en Nueva York, Duchamp entregó
la ampolla vacía, que había llevado en su equipaje, al matrimonio de
coleccionistas Walter y Louise Arensberg como regalo de visita, con la
argumentación de que, como los acomodados amigos ya poseían de todo, a él se le
ocurrió traerles 50 centímetros cúbicos de air de París. Así es como sucedió
que un volumen de aire costero francés entrara en la lista de los primeros
ready-ma- des. Parece que a Duchamp no le preocupaba que su objeto de aire
preparado representara una falsificación desde el principio, puesto que no
había sido llenado con aire de París, sino con el de una farmacia de Le Havre.
El acto de nominación primó sobre su procedencia real. No obstante, el
«original» lo guardaba en el corazón; cuando el hijo de un vecino rompió
inadvertidamente en 1949 la ampolla del aire parisino de la colección
Arensberg, Duchamp hizo que un amigo solícito le procurara de nuevo en Le Havre
la misma ampolla en la misma farmacia167. Diez años más tarde, en el hall de un
hotel de Nueva York, Duchamp declaraba a un entrevistador: «El arte fue un sueño
que se ha vuelto inútil». «Paso mi tiempo con toda ligereza, pero no sabría
decirle lo que hago… Soy un respirador.»
152
4 El
alma del mundo en agonía o:La emergencia de los sistemas de inmunidad
En
la campaña de la Modernidad contra lo sobreentendido, que antes se llamaba
naturaleza, el aire, la atmósfera, la cultura, el arte y la vida han caído bajo
una presión explicativa, que cambia completamente el modo de ser de esos
«datos». Lo que era trasfondo o latencia satisfecha, se ha transferido ahora, con
énfasis temático, al lado de lo representado, de lo objetivo, elaborado y
producible. En forma de terror, iconoclastia y ciencia han tomado posición tres
fuerzas rompedoras de latencia, bajo cuyos efectos se desmoronan los datos e
interpretaciones de los antiguos «mundos de la vida». El terror explicita el
entorno bajo el aspecto de su vulnerabilidad; la iconoclastia explicita la
cultura desde la experiencia de su pa- rodiabilidad; la ciencia explicita la
naturaleza primera bajo los puntos de vista de su sustituibilidad por
implementos protésicos y de su integrabili- dad en procedimientos técnicos; las
teorías de sistemas explicitan las sociedades como configuraciones que son
videntes para su vista y ciegas para su ceguera.
153
Las
totalidades circunstanciadas, que no podemos abandonar, a las que ya no podemos
confiarnos tampoco sin más, se llaman desde comienzos del siglo XX entornos o
medio ambientes [Umwelten]: una acuñación introducida en el discurso de la
biología teórica en 1909 por Jakob von Uexküll y que hasta ahora ha seguido un
curso equívoco que favorece ocasionalmente conceptos pseudoevidentes.
153
Con
la constatación de que vida es ya siempre vida en un entorno -y, con ello,
también contra un entorno y en oposición a muchos entornos extraños- comienza
la crisis persistente del holismo (…) De la inmemorial sensación de patria de
los mortales en el aire libre ha surgido algo inquietante, inhabitable,
irrespirable. Por la emergencia de la cuestión del medio ambiente el aposentamiento
humano en el medio primario se ha vuelto progresivamente problemático. Después
de que Pasteur y Koch descubrieran e impusieran científico-publicistamente la
existencia de microbios, la existencia humana tiene que acostumbrarse a
habérselas con medidas explícitas para la simbiosis con lo invisible; y, más
aún, con la prevención y defensa frente a rivales microbianos, detectables
ahora con precisión.
153-154
Gracias
a la crítica de la ligión, de la ideología y del lenguaje, amplias partes de los
entornos semánticos se acreditan como zonas intelectualmente irrespirables; ya
sólo sería responsable desde entonces la estancia en espacios que fueran
insuflados, renovados y habilitados para vivienda móvil-crítica por el análisis
(…)
154
Ya
no puede pensarse más tiempo la integridad como algo que se consigue por
entrega a un envolvente benéfico, sino sólo ya como logro propio de un
organismo que se preocupa activamente de su delimitación con respecto al
entorno. Con ello se abre paso la idea de que la vida no está determinada tanto
por la apertura y participación en el todo como por la clausura en sí misma y
la negación selectiva a participar.
El
tema del siglo emerge de la catástrofe de la cultura tradicional y de su moral
holística: making the immun systems explicit.
154-155
El
ocaso de la inmunidad determina las condiciones intelectuales de luz durante el
siglo XX. Un aprendizaje de la desconfianza, sin par en la historia del
espíritu, cambia el sentido de todo lo que hasta ahora se denominaba racionalidad.
Para la inteligencia que se mueve al frente del desarrollo comienzan los años
de aprendizaje de la no-entrega.
155
La
primera consecuencia, experimentada de muchos modos pero apenas conceptualizada
aún, del primado de la delimitación frente a la participación es la presión
creciente del riesgo, que desde comienzos del siglo XX pesa sobre los
habitantes y diseñadores de escenarios del mundo actuales.
(…)
Esto
inaugura la era de las imágenes electivas del mundo y de las autoimágenes
electivas. Se implanta el largo ciclo coyuntural de las llamadas «identidades».
Identidad es una prótesis de obviedad en terreno inseguro. Se confecciona según
patrones tanto individualistas como colectivistas.
(…)
El
excesivo interés de los seres humanos modernos por la «salud» sólo se comprende
en este contexto: es un fenómeno de tapadera para la demanda de seguridades de
trasfondo, que siguen siendo válidas tras la disolución de las latencias
naturales y culturales.
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