DELGADO RAMOS, Giancarlo (2015): Ciudad y Buen Vivir

DELGADO RAMOS, Giancarlo (2015): Ciudad y Buen Vivir: ecología política urbana y alternativas para el bien común, Revista THEOMAI #32

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a continuación se presenta una aproximación a los perfiles de consumo de materiales y energía de los asentamientos urbanos, metodología también conocida como metabolismo urbano (...)

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El metabolismo urbano: una breve mirada desde América Latina

Las ciudades del mundo consumen entre el 67 y el 76% de la energía mundial y son responsables de la emisión de entre el 71 y el 76% de las emisiones directas e indirectas de gases de efecto invernadero – GEI (IPCC, 2014), no obstante, tan sólo las 380 ciudades más relevantes de los países desarrollados son responsables de alrededor del 60% del PIB mundial (McKinsey Global Institute, 2013), lo que las coloca prácticamente como los mayores centros consumidores del planeta.
Lo dicho se corrobora al notar que aunque los asentamientos urbanos crecen en promedio a un ritmo del 2% anual, teniendo como puntos extremos un 0.7% para algunos países metropolitanos y 3% para algunas zonas periféricas (Naciones Unidas, 2011), tal crecimiento no es proporcional al monto de emisiones atribuibles a cada caso (...) si bien, por un lado tal divergencia responde parcialmente a diversos factores como los usos del suelo, la forma y extensión del asentamiento, su tiempo de existencia o a las condiciones biofísicas de cada caso (e.g. latitud, cercanía y disponibilidad de recursos), por otro lado, no deja de ser significativa la polarización existente entre una ciudad y otra, y entre uno y otro habitante, en términos de patrones de consumo energético-materiales.


El carácter insustentable de los asentamientos urbanos es nítidamente visible cuando se verifica su perfil metabólico, o en otras palabras, el proceso de desterritorialización y reterritorialización derivado de tales o cuales flujos metabólicos circulatorios organizados por medio de conductos sociales y biofísicos (Swyngedouw en: Heynen, Kaika y Swyngedouw, 2006: 22).

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Para tal análisis las ciudades son vistas como sistemas abiertos a flujos de materiales y energía, estos es que toman energía y materiales fuera del sistema (urbano) y que desechan energía disipada y materiales degradados dentro y pero esencialmente fuera de ése. Se trata de un proceso entrópico que es visible con el deterioro de la infraestructura urbana, fenómeno que se acelera conforme se extiende la capa urbana, pero también a causa de la existencia de infraestructura no apta frente a los efectos del cambio climático; todo en un contexto en el que además los flujos se retroalimentan en el tiempo y en el espacio, complejizando y a veces hasta imposibilitando, por diversos factores biofísicos, económico-políticos y socioculturales, los mecanismos de obtención de materiales y energía y de expulsión de desechos.
En este tenor es clave notar que la ciudad, o lo que se ha calificado como “segunda naturaleza” (Mumford, 1961; Lefebvre, 1976), se caracteriza por tener una tasa metabólica muy intensa por unidad de área. No se trata de un ecosistema sino de una forma específica de asociación-interacción
de buena parte de la humanidad, misma que es sólo posible a partir de la subordinación de espacios-territoriales más allá de la periferia. Lo dicho es relevante desde el punto de vista de la magnitud de los mencionados flujos -o del metabolismo urbano necesarios para sostener las ciudades en creciente expansión.

(...)
Diversos análisis empíricos han sido realizados posteriormente, cubriendo sobre todo casos de ciudades de países desarrollados y enfocándose en varios o ciertos flujos metabólicos (agua, alimentos, energía, etcétera). La contribución de Baccini y Bruner (1990 y 2012) como precursores teórico-metodológicos y, más delante de otros como Kennedy et al (2007, 2009 y 2011) y Minx et al (2010) son destacables pues permiten tener una visión amplia e integrada de la evolución de los estudios sobre metabolismo urbano. Por su parte, Zhang (2013) ofrece una revisión de la evolución y grado de complejidad que caracterizan a las metodologías empleadas en los principales análisis de metabolismo urbano presentes en la literatura.

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El caso de la ZMVM en materia de energía es revelador en tanto que pasó de un consumo de unos 443 petajoules (Pj) de energía en 1990 a 545 Pj en 2006. Datos de 2010 precisan 527 Pj de consumo energético fósil y 179 Pj de energía eléctrica producida fuera de la ciudad (que no era contemplada en la medición de 2006) (SMA-DF, 2012). De modo similar, la generación de residuos se estima aumentó cuatro veces desde 1950 al 2010.

En lo que respecta a los flujos de entrada de agua, se observa una disponibilidad del líquido relativamente segura para las ciudades estudiadas con excepción de la ZMVM que ya se encuentra en un estado de alto estrés hídrico pese a la importación de una tercera parte del flujo de agua de entrada desde dos cuencas vecinas ubicadas y con puntos de extracción de hasta más de 100 kilómetros de distancia (Delgado, 2014). Sin embargo, la calidad del líquido sí es en diversos grados una variable que requerirá aún más atención en todos los casos (...)

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En el caso de la generación de residuos uno de los principales retos es la disminución de los patrones de consumo, no sólo porque se corrobora que mientras más grande es la población mayor es el valor de generación per cápita de residuos (INECC, 2012), sino también debido a que, en términos climáticos, la disminución del consumo de productos y por tanto de generación de residuos se convierten en la principal medida de mitigación –esto es, en términos de residuos y emisiones evitadas.
(...)
En todo caso, es claro que los mayores retos los representan las mega-ciudades y en sí las megalópolis -la vinculación física y/o socioeconómica de una megaciudad a ciudades aledañas-, ello en tanto que son en sí mismas insostenibles en el mediano y largo plazos –al menos tal y como hoy por hoy se configuran.
Las ciudades, pero con mayor énfasis las megalópolis, han precisado recursos materiales y energéticos crecientes y la conformación de un gigantesco stock urbano que debe ser de una u otra forma mantenido (de hecho por lo general de manera cada vez más ineficiente y en el mejor de los casos con una planeación limitada), todo en un contexto en el que el usufructo de tales flujos y stock tiende a ser cada vez más desigual e injusto, sobre todo en los asentamientos de países pobres. Por lo dicho, se puede sostener que sí hay un problema de escala, esto es de las dimensiones biofísicas en las cuales lo urbano puede ser relativamente viable en tales o cuales territorios (o bioregiones). Y es que no debe olvidarse que, estrictamente hablando, lo urbano es metabólicamente parasitario y claramente insostenible a partir de ciertas escalas ya que, como se ha dicho, se deben movilizar recursos o desechos crecientes de o hacia otros territorios con implicaciones socio-ambientales cada vez más agudas.

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Ecología política del metabolismo urbano

Los crecientes patrones de consumo que han caracterizado a las ciudades contemporáneas
pueden observarse en términos per cápita para propósitos comparativos (dígase entre
ciudades), no obstante ese tipo de mediciones oculta las desigualdades realmente existentes
entre pobres y ricos, mismas que en AL son de al menos varios órdenes de magnitud.8 Aún
más, dar cuenta de tales asimetrías precisa analizar la naturaleza misma de la producción del
espacio urbano o las “naturalezas urbanas” que concretamente establecen condiciones
sociopolíticas y biofísicas aptas para la acumulación de capital y por tanto para un desarrollo
desigual (Harvey, 1996).
No sobra recordar que la conformación de lo urbano pasa en primera instancia por el despojo, acaparamiento y especulación de la tierra para luego, particularmente en el neoliberalismo, sumar de manera mucho más intensa a dicho proceso los bienes públicos y bienes comunes, desde infraestructura para dotar de servicios públicos como agua y saneamiento, energía o transporte, hasta espacios verdes y suelo de conservación que rodea y tiene funciones ecológicas importantes para la ciudad (preservación de biodiversidad local, infiltración de agua, captura de CO2, etcétera). La ciudad se ha pues construido en gran medida bajo los impulsos y las necesidades de la acumulación por desposesión (Harvey, 2004).

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Las resistencias sociales en pugna por un derecho a la ciudad, a una ciudad menos desigual, más sustentable, incluyente, equitativa y solidaria, dan cuerpo a la denominada ecología política urbana en tanto que la pelea por tal derecho pasa por el derecho a la gestión del metabolismo urbano (Heynen, Kaika y Swyngedouw, 2006).
(...)
Así entonces y debido al arraigo de relaciones de poder dominantes, se observa la apropiación desigual de los flujos de energía y materiales, y del stock material, ello por medio de relaciones de mercado pero también de ciertas políticas públicas (dígase por ejemplo el gasto en transporte que tiende a privilegiar el de tipo privado muy por encima del público, ello por no hablar de movilidad; al respecto léase Delgado, 2012). El resultado de una capacidad de compra desigual es que las mejores construcciones, los servicios de mayor calidad y el grueso del espacio público, cada vez más privatizado, es adjudicado a los “mejores” consumidores, es decir a las clases medias y altas, todo al tiempo que las externalidades negativas de la vida urbana tienden a exportarse en la medida de lo posible a los barrios periféricos o fuera de la ciudad (algo desde luego inviable para el caso de la contaminación atmosférica que afecta a la población de zonas geográficas por igual).
En el proceso claramente las cuestiones de clase, género, etnicidad, entre otras, son centrales en términos de la capacidad de movilización de relaciones de poder para definir quién tiene acceso a, o control de, y quién será excluido del acceso a, o el control de los recursos naturales y otros componentes del espacio urbano construido (Hyenen Kaika y Swyngedouw, 2006), incluyendo la imposición de los impactos socioambientales creados.

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Reflexiones finales

(...) cada pueblo tendrá que explorar las mejores rutas para pasar, desde lo local pero también como humanidad en su conjunto, de sociedades desigualmente despilfarradoras, a sociedades genéricamente ahorradoras; de sociedades socialmente desiguales a aquellas que buscan ser cada vez más justas y democráticas; de sociedades reactivas a preventivas y en armonía con su entorno natural y del cual somos parte; de aquellas que colocan lo material como prioridad, a aquellas que como ya se ha dicho buscan un genuino desarrollo subjetivo. La transformación de los territorios a escala de lo local requiere del resurgimiento de los valores territoriales a esa escala, esto es a decir de Magnaghi (en: Palacio, 2012), las identidades del lugar, en especial aquellas de larga duración y las prácticas cotidianas, todo con el objeto de favorecer, precisa, la reterritorialización del desarrollo, este último pensado en términos post-capitalistas. Parafraseando a Magnaghi, se trata pues de una ontología del lugar distinta a la capitalista, aquella que asume el territorio y sus distintos componentes biofísicos y socio-culturales como valores importantes que están reconciliados y territorializados -aunque no libres de conflictos y diferencias- en tanto que comparten un espacio común cuya función se piensa desde y para el bien común de la humanidad.
El punto de partida es más o menos evidente. Los caminos puntuales los tendrán que explorar, recorrer y construir los pueblos de la mano de aquellos gobiernos o estructuras de gobierno alternativas dispuestas a acompañar tales procesos de base. Las metas en cambio tendrán que ser reconfiguradas de manera permanente en tanto que el Buen Vivir o el bien común de la humanidad no se entiende como una finalidad sino como proceso vivo y activo.

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