Fernández Cox, Cristian; Browne, Enrique; Comas, Carlos Eduardo; Santa María, Rodolfo; Liernur, Francisco; Dewes, Ada; Waisman, M. (1991). Modernidad y postmodernidad en América Latina. Estado del debate (1st ed.; D. Arango de Jaramillo, Silvia; Serna, ed.). Bogotá: Escala.


Ficha de lectura
(Fernández Cox, Cristian; Browne, Enrique; Comas, Carlos Eduardo; Santa María, Rodolfo; Liernur, Francisco; Dewes, Ada; Waisman, 1991)
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Modernidad y postmodernidad en américa latina
Estado del debate

En arquitectura, como en otros aspectos de la cultura, se ha venido discutiendo en los últimos años acerca de los alcances y características de la modernidad y la postmodernidad. Con frecuencia se habla del “fin de la modernidad” o del comienzo de la “era postmoderna”, bajo la convicción de que estamos en un momento de crisis o al menos de inflexión histórica. La caracterización de la índole y profundidad de esta crisis varía según los autores. Para algunos, se trata nada menos que del eclipse del racionalismo como forma de pensamiento; un ciclo histórico de larga duración cuyos inicios se remontan a finales del siglo XVIII y cuya declinación se iniciaría a comienzos del siglo XX (de Hegel a Nietzsche). Para otros autores, que privilegian los sistemas de producción, la crisis se caracterizaría por la declinación de la sociedad industrial y sus formas de organización económica, social y política, dentro de un ciclo histórico originado a mediados del siglo XIX y en crisis acelerada después de la Segunda Guerra Mundial. Para otro grupo de autores, finalmente, asistimos a un malestar de la cultura que cierra el bucle del Movimiento Moderno entendido en sentido restringido -como estilo- cuyo nacimiento está en las vanguardias de entre-guerras y cuya demolición se está produciendo desde la década del 60.
Como las mismas palabras de modernidad y postmodernidad son usadas aleatoriamente para designar fenómenos históricos de distinto nivel y de índole diferente, las discusiones tienden a tornarse difusas y confusas.
(…)
Con todo, en América Latina estos temas son particularmente pertinentes y su discusión inaplazable (…) ¿cómo entendemos nosotros la modernidad? ¿hasta donde nuestras sociedades son modernas? ¿desde cuándo lo son? ¿Cuáles son las características peculiares de nuestra modernidad arquitectónica? ¿empezamos ya a ser postmodernos? (…) de la claridad y agudeza de estas respuestas depende, en gran medida, la posibilidad de dar salida a temas difíciles como el de la identidad de la arquitectura latinoamericana o los modelos arquitectónicos y urbanos que es deseable impulsar para el futuro.

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Modernidad apropiada
¿Modernidad o modernidades?
1.       Miradas las cosas desde acá, me parece que hay dos modos distintos de ver los asuntos de la modernidad. Uno, es verlos como un conjunto de respuestas históricas ya dadas; otro, es considerarlos como un conjunto de desafíos históricos pendientes. Cada visión puede ser válida, según la situación en que uno se encuentre.
En la primera perspectiva se parte de un interrogante que ha llegado a ser clásica: ¿qué es ser moderno? Dentro de las variadas respuestas que se pueden encontrar en una amplia gama de disciplinas -interpretación sociológica, filosófica, política, económica, artística, arquitectónica, etc.- todas tienen al menos una cualidad en común: son siempre inferidas de alguna historicidad determinada. Y en cuanto esa historicidad, por tal, es necesariamente peculiar, en verdad no existe concretamente la cuestión de la modernidad, sino la cuestión de las modernidades.
(…) la modernidad ilustrada (…) se ha convertido en su utopía rediviva; lo que nos provoca el sesgo implícito a olvidar su naturaleza histórica y a considerarla como una especie de entelequia metafísica -la modernidad- o modelo normativo absoluto del ser moderno. Y así, esta la modernidad deviene en un bloque conceptual cerrado inexpugnable, al que solo acceden quienes lo construyeron por dentro.
Esta visión cerrada de la modernidad, parece válida para las sociedades que efectivamente han vivenciado esta modernidad ilustrada, y en cierto modo ya parecen estar culminando esta experiencia: desde esta situación, pueden hacer su introspección autocrítica, y desarrollar su reflexión postmoderna.
Pero -aunque siempre se puede aprender de la experiencia ajena- nuestra situación es bastante distinta.
2.       Para nosotros, me parece más válida la otra aproximación. No la modernidad como un conjunto cerrado de respuestas; sino la modernidad como un conjunto abierto de preguntas; ya que de facto, los desafíos que nos plantearon los hechos históricos modernos, siguen pendientes.
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En un escrito anterior hacíamos notar cómo el nuestro, ha sido un imperativo de modernización a presión (…) Así -esbozando muy incompletamente estos hechos modernos- la progresiva percepción de que las ideas seculares y las estratificaciones sociales no eran sagradas y que por tanto es posible una afluencia de ideas y personas; el paralelo crecimiento de la eficacia de las técnicas productivas, que despierta nuevos apetitos y legitima nuevas estructuras sociales, la consecuente masificación de las aspiraciones a una mejor y más libre vida (cualquiera sea el modo como esto se entienda); todo lo cual difundido por el geométrico desarrollo de los medios de comunicación (de Gutemberg a los satélites) fueron constituyendo un nuevo cuadro de desafíos históricos, en que primero por efecto demostración y luego por desarrollo interno, lo posible, por tal devino imperativo: los desafíos de la modernización.
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Estando entre nosotros estos imperativos -como a todas luces lo están- irrealizados, es obvio que la modernidad (ilustrada) como bloque cerrado y culminado, no corresponde a nuestra realidad objetiva. Lo que corresponde es una noción abierta, de una modernidad pendiente.
3.       (…) como bien dice Octavio Paz:
(…) Los hispanoamericanos (y también los liberales españoles) en lugar de repensar y reelaborar esa tradición, en lugar de actualizarla y aplicarla a las nuevas circunstancias, prefirieron apropiarse de la filosofía política de los franceses, ingleses y de los norteamericanos… Pero no bastaba con adoptarlas para ser modernos: habría que adaptarlas. La ideología liberal y republicana fue una superposición histórica. No cambió a nuestras sociedades, pero sí deformó las consciencias: introdujo la mala fe y la mentira en nuestra vida política…
(A mi ver, más que un juicio moral interesa hacer presente aquí, esa especie de torcimiento valórico de apreciación que tenemos acerca de la realidad nuestra, esa óptica descentrada que nos provoca vergüenza de lo propio que es verdad, porque aparece antimoderno y se hace tabú: precisamente porque no hemos sabido asumirlo en una modernidad apropiada real a nuestra autenticidad. Con lo cual nos autoprovocamos una especia de circulo vicioso de hipocresía intelectiva, de naturaleza inconsciente, antes que de naturaleza moral).
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Respecto de nosotros, los arquitectos en Chile, en repetidas oportunidades hemos hecho notar cómo a fines del siglo XVIII, expresamos con nuestro notable Neoclásico, una ilustración de prestado que en verdad no vivimos. Luego hicimos proliferar los más espléndidos y exóticos revivals románticos, sin haber tenido en verdad romanticismo. Y luego, en el primer tercio de este siglo, importamos las gestualidades de la arquitectura moderna, antes que los hechos históricos a que ella responde (industrialización, masificación de aspiraciones, etc.) existieran siquiera entre nosotros, importando las soluciones, sin tener todavía los problemas. Y como se sabe, esta arquitectura moderna antiestilística por definición en tanto se autoconsideraba respuesta a condiciones objetivas (que aquí no existían) fue tratada entre nosotros como un estilo más, agregado al repertorio de nuestro eclecticismo. Lo que señala inequívocamente que a las elites arquitectónicas no les interesaba dar respuesta a los problemas reales propios, sino más bien hacer la mimesis de las modernidades europeas y norteamericanas de entonces.
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…Desde el siglo XVI nuestra historia, fragmento de la de España, ha sido una apasionada negación de la modernidad naciente (…) El ingreso a la modernidad exigía un sacrificio: el de nosotros mismos. Es conocido el resultado de ese sacrificio: todavía no somos modernos, pero desde entonces andamos en busca de nosotros mismos…
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(…) se habría tratado en modernizaciones en cierto modo a contrapelo del ser histórico, con escasa capacidad para desencadenar las energías creativas que el pueblo real genera, en las escasas oportunidades en que las estructuras valóricas y formales, llegan a calzar verdaderamente, con nuestra identidad. Me parece que esto queda al menos ejemplificado con dos observaciones de facto. La primera se refiere a la generalizada opinión de que en Chile, lo que siempre y con seguridad funciona con altísima eficiencia son las estructuras informales. Lo que nos sugiere que bastaría calzar valóricamente las estructuras formales que funcionaron mediocremente, con las informales -las estructuras valóricas subyacentes- para tender a generalizar esta eficacia que hasta ahora las modernizaciones en general no han tenido. Y la segunda observación, es que no obstante que la totalidad sin excepciones de los modelos de modernidad intentados, se han levantado en nombre de alguna forma de eficiencia en los cánones de la modernidad ilustrada, el hecho es que los resultados en los términos de esa eficacia han resultado bastante magros. Lo que nos sugiere revisar la condición ilustrada de estos modelos de modernidad, que parecen incapaces de penetrar vivencialmente en nuestro sujeto histórico real.
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Es decir, en otras palabras: ¿es posible seguir sustentando la tesis tan implícita como extendida de que nuestros fracasos de modernidad se deben a una sustancial inaptitud de los pueblos sudamericanos ante las instituciones de la modernidad? ¿No será que a la inversa, estos fracasos se podrían deber a la substancial inaptitud de las instituciones de la modernidad ilustrada ante nuestro sujeto histórico real; que culturalmente no proviene del cosmos ilustrado, sino que del cosmos barroco-indiano?
…¿Fracasaron nuestros pueblos? Más exacto sería decir que las ideas filosóficas y políticas que han constituido la civilización occidental moderna, han fracasado entre nosotros…
5.       ¿Existen entre nosotros, en estado de latencia, los gérmenes culturales que nos permitan esperar el advenimiento de una modernidad otra? Hay algunos síntomas. Entre ellos, el fenómeno de la religiosidad popular que nos remite al sustrato cultural formado a partir del encuentro barroco-indiano ya en el siglo XVI (…) refiriéndose a este fenómeno, en un escrito de contexto religioso cultural (la religión en cuanto imago mundo trascendente está siempre en el núcleo de la cultura) (…)
Recuperar el Barroco, es recuperar la modernidad Católica (…) y es lo que posibilita… el auténtico trascender del Barroco como modernidad incompleta (…) En la extremaunción de la modernidad vigente, Del Noce recupera una modernidad más compleja y verdadera. Un nuevo punto de partida… De ahí que la obra de Del Noce se completa (cuando) se encuentra en el punto crítico en Descartes, indiscutible iniciada de la filosofía moderna en cuanto moderna. Allí percibe el origen problemático de la Modernidad, su esencial bifurcación conflictiva, que forma dos tradiciones modernas, la católica y la inmanentista. La católica viene del Barroco con su ápice clásico en Descartes. Malebranche, Pascal y Vivo… Barroco que fecunda el nacimiento de América Latina.
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Por otra parte, en el plano específicamente arquitectónico, en los últimos años recién estamos aprendiendo a valorizar una arquitectura moderna latinoamericana otra, entre cuyas figuras destacan como se sabe, el mexicano Barragán, el colombiano Salmona, el uruguayo Dieste y otros.
En un libro notable de reciente aparición, el arquitecto chileno Enrique Browne que precisamente denomina esta corriente como otra arquitectura (…) establece un lúcido y pormenorizado contraste entre la arquitectura moderna triunfante entre nosotros, que él bien llama desarrollista y esta arquitectura otra. En que a diferencia de la lógica universalizante y más bien rupturista de la primera, esta otra se caracteriza por el respeto al contexto en sentido amplio, la creación de lugares, el uso de tecnologías intermedias, y la innovación a base de lo existente y tradicional. A mi ver, estos valores son todos uno a uno, valores inversos a los disvalores de la modernidad ilustrada, que hoy con razón se critica desde la postmodernidad del hemisferio Norte.
Pero estos tres arquitectos (y la actitud que encarnan) no son ni pueden ser postmodernos (…) son plenamente modernos, solo que de una modernidad otra. El mismo Browne en su libro selecciona una cita de Dieste que me parece a mí muy clara en este sentido. Refiriéndose a su trabajo de la cerámica armada, dice Dieste: …usando todos los refinamientos de la técnica actual, sin ninguna preocupación folclórica y falsamente tradicionalista, pero tampoco copiando técnicas, sino recreándolas… Esta es la manera de ser fieles a la verdadera tradición que es siempre la fuente de todo lo revolucionario, en esto como en todo…
(…) podemos advertir que al menos como hipótesis, se puede sustentar que en nuestra realidad contemporánea existe en estado de latencia y de incipiente germinación, elementos objetivos que nos anuncian la posibilidad de otra modernidad a la nuestra. Y esto, en los dos planos más relevantes a nosotros: el plano sociológico histórico de la cultura, y en el plano específico de la arquitectura.
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Ya hemos visto que la modernidad como entelequia metafísica, es ahistórica; de modo que la crisis debe ser referida a una modernidad con apellido, la modernidad ilustrada. Y dentro de ella parece claro que lo que precisamente está en crisis son algunos valores adheridos a ella y que ella representa: valores de la ilustración. Está en crisis el racionalismo analítico, que al tener que disectar para intelegir, es esencialmente torpe para percibir las realidades vivas holísticas. Está en crisis la reducción totalizante de lo cultural a la lógica de lo civilizatorio, a partir del espíritu objetivo de Hegel que por su reduccionismo universalizante tiende a homogeneizar e ignorar las diversidades y particularidades vivenciales de los microcosmos simbólicos. Está en crisis el positivismo incapaz de percibir lo inconmensurable. Está en crisis el empiricismo que sólo recibe las respuestas que él mismo prerresponde en las preguntas, sin advertir esta pseudointeracción tautológica. Está en crisis la Diosa Razón que origina los absolutismos ideológicos y subsecuentes totalitarismos políticos (y arquitectónicos). Está en crisis la aproximación soberbia y voluntarista de la realidad -al modo de Prometeo- que ignorante e irrespetuosa del delicado y secreto orden del cosmos, genera desequilibrios en la ecología natural y la ecología humana.
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¿Qué es entonces lo que está en crisis? ¿La modernidad? ¿O la Ilustración?
(…) llama la atención que en la postmodernidad, lo que vale es su crítica negativa a la modernidad ilustrada, pero que en materia de propuesta es extremadamente débil y confusa. Si uno la pudiera reducir a un punto principal, la propuesta de la postmodernidad que es la deconstrucción es una especie de apropuesta. Deconstruir el lenguaje, deconstruir los símbolos, deconstruir las formas y las estructuras, desarmar una cosa para rearmar lo mismo, solo que ubicando elementos convencionales en situaciones no convencionales, para provocar la sorpresa y la ironía; ¿no es el mismo cambio por el cambio que se critica a la modernidad ilustrada, solo que ahora llevado al paroxismo, mediante la elegante frivolidad del desencanto? ¿Es esto el inicio de algo?
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MODERNIDAD APROPIADA
7. El término de búsqueda de una modernidad apropiada intenta poner un nombre intrínseco y explícito en lo posible, a una actitud considerada deseable para abordar los desafíos planteados por los hechos históricos modernos (…)
Podríamos hablar de búsqueda de una arquitectura propia. Aunque bien entendido podría ser un buen término, se prestaría muy fácilmente para un mal entendido: el de que la arquitectura propia es exclusiva (…)
Podemos hablar entonces de una arquitectura apropiada (…)
Apropiada en cuanto adecuada (…) Apropiada en cuanto hecha propia (…) apropiarlo en el sentido de hacerlo propio.
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Apropiada en cuanto propia. Con todo, hay peculiaridades nuestras bastante abundantes que son objetivamente propias, y a las que sólo es posible responder con soluciones propias (…) la noción de arquitectura apropiada implica y sugiere el camino de buscad primero la apropiación a la realidad y su ajustamiento, y lo demás (el genio inédito cuando sea el caso) se os dará por añadidura.
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(…) la proposición de búsqueda de modernidad apropiada como actitud común de los arquitectos latinoamericanos, implica por definición, la exigencia de diversidad apropiada a cada realidad, de los resultados arquitectónicos concretos.

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Algunas características de la nueva arquitectura latinoamericana
Enrique Browne
EL PROBLEMA DE LA IDENTIDAD
América Latina es, de hecho, una unidad geográfica e histórica (…) tenemos también un futuro en común.
America Latina es una. Pero me produce cierta inquietud la “búsqueda de su identidad cultural”.
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Porque América Latina es una historia y una geografía: no una esencia. Se tiende a suponer que la multitud de características que comparten nuestros países escondería una substancia última o “identidad”, lo cual daría cohesión a dichos rasgos. Pero esta esencia a mi entender, no existe. Doy mi parecer en forma burda. Sin embargo mi posición no es tan rara. El filósofo escoces David Hume (1711-1776) criticó la noción tradicional del “yo” alegando que esta supuesta entidad no se deriva de ninguna “impresión” sensible. Los llamados “yos” son solo haces o colecciones de diferentes impresiones. Para “aguantar” su persistencia se supone una substancia subyacente, “algo misterioso que relaciona las partes, independiente de tal relación”. Pero tales suposiciones carecen de base. Por lo mismo Hume consideró que el problema de la identidad substancial es insoluble, y se contentó con la persistencia de haces de impresiones en relaciones de semejanza, contigüidad y causalidad. Por razones semejantes, creo que la búsqueda de una “identidad cultural latinoamericana” como algo en sí, traslada el asunto a un nivel metafísico o religioso que no viene al caso.
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No significa esto que, en este continente trizado en pedazos, no sea vital reforzar los lazos culturales.
Porque insisto, el problema no es tanto de identidad como de realismo. Ni los pueblos ni los arquitectos pueden escapar de las circunstancias en que les toca vivir. Sea para aceptarlas, sea para rechazarlas. Asumir las condiciones de su época y lugar, y tratar de superarlas, es el problema de nuestra arquitectura. La identidad no se busca: se construye trabajando.
CIERTAS PRECISIONES
Lo innombrado de alguna manera no existe. El nombre identifica y confirma la existencia. Sin embargo, ello no significa que sea conveniente por ahora bautizar este movimiento con un solo nombre y apellido. Ello podría rigidizarlo, opacar su diversidad y derivar discusiones estériles. Personalmente he hablado de “Otra arquitectura” por cuatro razones:
1.       Porque, como anticipé, quizás no sea bueno tratar de bautizar todavía un movimiento multifacético y en formación. Deliberadamente hablo de “otra” arquitectura y no de “la otra”. Éste último término denomina, el anterior no. Solo señala algo diferente (…) Al decir “otra” el nombre queda pendiente.
2.       Digo “otra arquitectura” porque se trata de una distinta a aquella que se hizo en América Latina desde 1945 en adelante, y que fue muy difundida internacionalmente (…)
3.       Porque también es distinta a aquella que hoy se hace en otras partes del mundo, sea “postmodernista”, “neorracionalista”, “high tech”, etc.
4.       Por último, digo “otra arquitectura” porque ésta refleja -utilizando un término de Octavio Paz- la profunda “otredad” o alteridad cultural de América Latina dentro de la civilización occidental.
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(…) Sin embargo, parece conveniente precisar algunos puntos de esta arquitectura “otra”.
Lo primero tiene que ver con la distinción entre lo contemporáneo y lo moderno.
(…) Cualquier obra reciente, en un lugar apartado de la civilización industrial, puede utilizar tipologías y métodos constructivos tradicionales, adecuándose así a un contexto socioeconómico premoderno. En este sentido es contemporánea, es decir, “actual”.
Pero moderno a mi entender, es otra cosa. Como señalan, acertadamente Marina Waisman y otros, la conciencia de lo moderno apareció en el Quatroccento, cuando se formuló por primera vez la distinción entre los viejos o “antiguos” (los góticos) y los “modernos” (los nuevos del renacimiento). Por moderno se entiende desde entonces lo “nuevo” e implica progreso y superación de lo anterior.

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Identidad nacional, caracterización arquitectónica
Carlos Eduardo Comas
La expresión arquitectónica de identidad nacional ha sido una preocupación constante en congresos, seminarios y encuentros de arquitectos latino-americanos en la pasada década. Es la preocupación por volver presente y sensible, a través de formas materiales, una manera peculiar de ser y de aparecer las naciones latinoamericanas.
(…)
Las estrategias de un proyecto que se ponga a su servicio son dos y no parecen haber perdido aún ni su validez conceptual ni su relevancia operacional.
La primera estrategia consiste en la repetición de soluciones arquitectónicas consideradas emblemáticas del país, en función de sus tipicidades y/o de sus generalidades: elementos materiales y/o esquemas compositivos abstractos, ya sea tomados a-estilísticamente, ya sea encuadrados dentro de las normas que configuran un estilo (…)
La segunda estrategia consiste en la reiteración de atributos que se consideran distintivos del temperamento, paisaje, clima o modo de vida nacional teniendo como telón de fondo las capacidades técnicas y los recursos naturales disponibles. Se trata en este caso de poder hacer uso tanto de ornamentaciones y decoraciones figurativas como de procedimientos analógicos abstractos.
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La primera estrategia enfatiza precedentes arquitectónicos y se puede llamar “sustantiva”. La segunda, “adjetiva”, enfatiza las condicionantes del proyecto. Las dos se complementan y refuerzan mutuamente.
(…)
En cualquier caso, desde que la caracterización de la nación se plantea como problema arquitectónico, la multiplicidad y heterogeneidad de precedentes que es posible postular como representativos de una nación, impone unos énfasis necesariamente selectivos, discriminatorios. La existencia de atributos problemáticos en cualquier país hace presión en el mismo sentido.

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Nacionalismo y universalidad en la arquitectura latinoamericana.
Francisco Liernur
Creo que a grandes rasgos podríamos hacer en Latinoamérica una división entre dos tipos de realidades culturales e históricas. Una, la signada por la presencia de importantes preexistencias culturales, indígenas o ibéricas: tal es el caso del Perú, ciertas áreas del Brasil o del Caribe, como Cuba y, sin duda, de México. La otra, fuertemente determinada por la presencia de corrientes migratorias, especialmente europeas, entre finales del siglo XIX y la segunda postguerra (…)
No estoy en condiciones de afirmar que las consideraciones que haré a continuación sean válidas para los primeros -lo que no debería excluirse-, pero creo que puede admitirse cierta generalización en el segundo caso. Aclaro, entonces, que sin que esto signifique un absoluto, en este límite de “latinoamericanidad” se moverá la mayor parte de las reflexiones que trataré de transmitirles.
Al menos a esta área, por ejemplo, me parece que pueden hacer extensivas las reflexiones que Jorge Luis Borges ha hecho en un trabajo publicado en 1932, titulado “El escritor argentino y la tradición”. (Descarto la paráfrasis “El arquitecto del cono sur latinoamericano y la tradición”, por complicada, pero no parecería inapropiada).
Como se recordará, la idea central que Borges expone en ese texto es que el problema que se enuncia no existe, que es retórico. Con la lucidez que caracteriza toda su obra, Borges demuestra allí varias cosas y las más significativas me parecen: que el culto del “color local” es un relativamente reciente invento europeo (Shakespeare se hubiera extrañado mucho si alguien le hubiera exigido no ambientar su “Romeo y Julieta” en Italia, o su “Hamlet” en Escandinavia (…) para nosotros debería resultar no menos “natural” tomar un punto de vista central respecto a otras culturas.
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LA PARTICULAR CONDICIÓN DE LA PERIFERIA
(…) Creo que si se ha advertido, como de hecho ha ocurrido, que el centro no existe como tal, para nosotros, para una visión desde la periferia, el problema se complica.
Emanuel Wallerstein, y también Braudel, según tengo entendido, definen al capitalismo como un sistema de “economía-mundo”. Un sistema cambiante, móvil, y no una construcción definitiva y estable. Esta economía mundo se caracteriza según Wallerstein porque continuamente su centro está en desplazamiento y porque, en consecuencia, lo están también, cambiando de posiciones relativas, las entidades de la periferia y de la semiperiferia de este sistema.
Se trata de una afirmación importante para nuestro tema, porque nos obliga a pensar que la “dependencia directa” de algún centro cultural no es más que, a lo sumo, una condición hegemónica transitoria, en disputa permanente con los intentos de hegemonía provenientes de otras áreas del sistema.
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A mi modo de ver, las situaciones locales pueden identificarse por las elecciones relativas que se realizan en los sistemas simbólicos disponibles de “los” centros, elecciones que están signadas a su vez por la necesidad de instalar condiciones de hegemonía cultural de esas situaciones locales.
Dicho de otro modo: reconocido el hecho de que el “movimiento moderno” es una invención historiográfica transitoria, vale decir, que nunca existió una entidad de tal tipo; admitiendo apenas que en los centros se produjeron una multiplicidad de expresiones diversas, artísticas, arquitectónicas, político-culturales, de gestión urbana y económica, etc…, que dieron lugar a nuevas ideas y conformaciones (…) debemos preguntarnos por lo sucedido en cada uno de nuestros países a partir de esta constatación. Y para eso tenemos dos respuestas posibles: o bien se produjo un reflejo simple de todas estas manifestaciones, o bien se han producido algunos, con ciertas inflexiones, y allí podremos encontrar los rasgos de tan buscada particularidad local, la identidad, la propia personalidad. Preguntarnos el porqué de las conformaciones hegemónicas en cada caso, nos permitirá ahondar en el conocimiento de esa personalidad.
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En primer lugar, me parece que podemos distinguir, al modo de Marshall Berman, entre tres distintas nociones.
Modernización, como el proceso socioeconómico de transformaciones que ha caracterizado a la historia humana de los últimos siglos. Un proceso en el que la industrialización, la mercantilización, la urbanización, la burocratización y la secularización son los principales acontecimientos.
Modernidad, como el modo de experiencia vital que es compartido por los hombres y mujeres de nuestros días en todo el mundo. En palabras de Berman: “Ser moderno es encontrarnos a nosotros mismos en un entorno que nos promete aventura, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros mismos y del mundo, pero que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que conocemos, todo lo que somos”. El tiempo de la modernidad, en síntesis, es como aquel en que “todo lo sólido se desvanece en el aire”.
Modernismo, o modernismos, como las formas de conciencia de la modernidad.
Entre estos tres términos no siempre se producen coincidencias. Es más, con bastante frecuencia entran en contradicción. Desde este punto de vista puede haber modernismos que sustenten, o que ponen en cuestión las formas dominantes de la modernización.
El fenómeno físico que es producto por excelencia de la modernización es la metrópoli. Frente a la ciudad que es sede de los valores, la metrópoli es el sitio donde éstos, como dice el título de Berman, “se disuelven en el aire”; la ciudad es un orgánico complejo de lugares, la metrópoli es su ausencia; la ciudad es sede de las diferencias, la metrópoli de la igualación, de la materialización universal; la ciudad es el refugio de la comunidad, la metrópoli la sede de la sociedad; en la ciudad radica la cultura, en la metrópoli se expande la civilización.
(…)
La metrópoli de nuestros países, nuestra forma de “modernidad”, entonces, expresa esta fenomenal tensión entre un sector integrado a las formas, a los ritos, a los estándares, a los consumos de la “civilización” y otros, los “otros”, precisamente, “cuya existencia en la diferencia”, cuya brutal desintegración como sujetos individuales y sociales es imprescindible para que esta “modernización” funcione.
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¿Se trata, entonces, de rechazar la “modernización”, de excluir todo “modernismo” apelando a la ética? Creo que, como en el enunciado borgeano, la pregunta es sólo retórica. Porque no hay posibilidad de exclusión de esa “modernización”. Pero además, porque, según pienso, podemos sí imaginar “modernismos” diferentes (…)
Schoenberg lo ha dicho en modo conmovedor: “el arte no es el grito de quienes se adaptarán a ese destino, sino de aquellos que lucharán contra él; de quienes sirven blandamente a los “oscuros poderes”, sino de aquellos que se sumergen en la maquinaria para comprender su construcción, de quienes desvían la mirada para protegerse de las emociones, sino de aquellos que abren los ojos para abordar lo que ha de ser abordado”.
Una observación desprejuiciada de la “arquitectura moderna” y del “modernismo” en América Latina debería reconocer, al menos, dos características nada despreciables, aun en los términos de esa “búsqueda de identidad” tan profundamente modernos, a los que nos hemos referido antes.
Una de estas características es que el “modernismo” ha permitido a lo largo del siglo XX instaurar una serie de criterios, signos, sintaxis, modalidades constructivas comunes a toda la región. Y, junto con ello, frente a la disolución de la “estructura antigua” que caracterizaba al mundo colonial, por parte del impacto de las distintas corrientes de fines del siglo XIX, ha instaurado las bases de una nueva tradición, la tradición de lo nuevo, precisamente.
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Pero también hay una razón más profunda para reinvindicar nuestro “modernismo”, críticamente; no para instalar el camino faustiano de la homogeneización absoluta, sino para desarrollar, apoyándose en su núcleo más importante los caminos hacia el futuro. Y el más importante núcleo que yo reivindico de la “modernización” es el de la libertad. Libertad de los tabúes ideológicos que impedían mirar sin miedo el rostro de las cosas y de los seres, libertad para hacer surgir las fuerzas más profundas, más íntimas, más ocultas de la sociedad y de cada uno de nosotros y con ella forjar nuevas imágenes y mundos nuevos, libertad para unirse y desunirse con los otros en siempre nuevas expresiones corales de la creatividad colectiva, para combinar, desarmar y reconstruir las formas que expresen nuestros sentimientos renovados.
Puede resultarnos útil para esto la distinción que Berman propone entre “modernización desde arriba” y “modernización desde abajo”, distinción que coincide con otros análisis en el caso de países como los nuestros.
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Hacia una postmodernidad propia
Ada Dewes
(…) En efecto, estaré a favor de ciertas fusiones entre teoría y obra arquitectónica, en contra de una dualidad que no debe existir (…)
Para que una teoría pueda llamarse tal, debe cumplir la condición mínima de su coherencia, la coherencia es un principio intrínseco de no-contradicción, si se quiere de no-dualidad. Una segunda condición mínima es la adecuación de la teoría a su objeto de estudio, un principio de conformidad, de equivalencia, evidentemente no dual (Hjelmslev). Una teoría que no es coherente, no es teoría; una teoría que no es adecuada, no sirve para nada. Una teoría no adecuada tiene poca probabilidad de sobrevivir como teoría.
(…) La coherencia entre obra y realidad ya no concierne la relación entre metatexto y texto, sino entre texto y contexto. Ninguno de estos textos es menos “real” que el otro, por lo tanto, no puede haber dualidad por este rumbo.
(…)
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Regreso por lo tanto a la relación entre metatexto teórico y texto obra arquitectónica. Tengo la impresión que se alude a la vieja oposición entre teoría y práctica. Sin embargo, propongo considerar que toda teoría tiene su práctica analítica, su práctica de producción de textos. Por otro lado, en toda obra arquitectónica, por pragmática que se quiera, se plasmó no sólo una concepción de la arquitectura, sino del mundo: subyace una “teoría”. Son dos “teorías” y dos “prácticas” perfectamente diferentes; su dualidad suele ser tal que ni siquiera llega a ser relación. Y también hay que decir, sin tardanza, que no existe una teoría de la arquitectura. No obstante creo que es esta formulación donde una teoría, sin abandonar sus exigencias, puede externalizar la concepción contenida en la obra; conscientizada, esta concepción puede modificarse y/o encontrar otras formas de expresión. Pienso que hay que fusionar teorías y prácticas, metatexto y texto: los teóricos deberían diseñar y los arquitectos deberían hacer teoría, y encontrarse en algún punto intermedio del espacio que los separa.
(…) considero indispensable precisar cómo concibo tal fusión entre teoría y obra arquitectónica.
Venimos de pasar por una época particularmente metadiscursiva en la arquitectura y en el arte en general. Esto quiere decir que la arquitectura -no siempre, no todos- tomó en sus manos a su propia “teoría” (Barthes): la práctica arquitectónica ha sido una reflexión sobre la arquitectura en arquitectura. Con un entorno reflexivo sobre sí misma, esta arquitectura contempla el lenguaje arquitectónico en sus formas, mecanismos y funciones. Resulta entonces lo que comúnmente se ha denominado “formalismo” y que es una especie de “l’art sur l’art”, arte sobre el arte, meta-arte, meta-arquitectura, metadiscurso. Si bien no llega a ser una teoría tal como la habíamos definido, se trata de una concepción, y una arquitectura, literalmente reflexiva.
Ahora bien ¿Qué sucede si uno quiere hablar de sí mismo, si un lenguaje se comenta como lenguaje, si un lenguaje se autocontiene, si la arquitectura es el contenido de la arquitectura?
La lógica lo sabe (Tarski). Debe haber una especie de desdoblamiento que me permita verme “desde afuera”, desde otro plano y otro lenguaje, desde donde me cito y me reintroduzco, tal como soy, entre muchas comillas. Es en este sentido que la arquitectura formalista se ha interpretado en términos autorreferenciales (P. Eisenman); es así también como el arte conceptual ha elaborado un plano de expresión extrañamente compuesto de lenguas diferentes a las pictóricas, para no confundirse con la expresión pictórica de la cual habla, que es su “contenido”. O, al contrario, debe haber una especie de aplanamiento: hablo de mi mismo mostrándome “a lo bruto”, a lo “brutalista”. En este aso tengo que desalojar los otros contenidos, no puedo contar a la vez otra cosa que no sea “yo”. Es cuando en la arquitectura un cubo es un cubo y un aplanado un aplanado, porque “cubo” significa “cubo”; de otra manera esta arquitectura simplemente no hablaría de si misma.
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(…) Considero que hay que regresar a este lenguaje primario. Hay que liberar a la arquitectura de su condición aplanada en que las formas y materiales hablaban de si mismos y hay que reabrir la dimensión significativa, hay que regresar a los contenidos. ¿Cómo? Todo lenguaje utiliza las oposiciones de su significante. Hay que saber manejar el potencial de las diferencias espaciales de la arquitectura, hay que diferenciar. Dejemos, en el límite, que la teoría (o las teorías) pronuncien los metadiscursos, pero aprendamos de ellos para que nuestras intenciones ya no se opongan al contenido de la obra. ¿Qué decir? Los contenidos no son tan exclusivos de la arquitectura como pudiera pensarse, sino que probablemente sean comunes a todas las lenguas. Solamente puede desearse que lo que digamos sea lúcido, relevante, diversificado… y hasta vernacular.
(…) El imperativo de la innovación que encadena a las vanguardias con un ritmo cada vez más acelerado es el mecanismo de la modernidad, el dinamismo arraigado en la concepción del progreso, confiado en procesos teleológicos optimizables y en vías al desarrollo.
Las vanguardias operan una sintaxis de contradicción: efectúan un parricidio casi inmediato del movimiento anterior, pero a su vez se inscriben en un trayecto perfectamente lineal (…) los “ismos” articulan un número finito de posibilidades en el interior de un “programa” que, de hecho suelen saturar. Si, por ejemplo, cada movimiento pictórico ocupa un espacio contrapuesto al espacio del movimiento anterior, tenemos finalmente los espacios posibles de un programa expansionista. Por cierto, como la modernidad.
(…) Los “ismos” son la modernidad. Es claro que me refiero al artículo de C. Fernández Cox, pero únicamente en el aspecto de que parece haber sido apropiado, es decir, elevado al rango de una visión oficial (…)
Las “modernidades” planteadas en el artículo mencionado, en cambio son incompatibles con el modelo unitario y unificador de su doctrina madre. Simplemente no es posible que la modernidad llegue a identidades culturales entendidas en términos de diferencias culturales. Sobra decir que la homogeneidad de la “realidad” arquitectónica de nuestras ciudades modernas me da la razón.
A menos que estos híbridos de lo universal regionalizado fuesen interpretados como fases de evolución en un único proceso de desarrollo, “modernidades” coexistentes justamente por desfasadas. En efecto, es lo que subyace. Porque es moderna, en sí, la concepción de “nuestro retraso relativo” respecto a una meta de progreso ya alcanzadas por otros, y toda concepción de retraso implica, lógicamente, un desfase de tiempos pero no de metas.
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(…) Sugiero que se deje de hablar de catedrales góticas, por cierto europeas; sugiero incluso que se deje de apropiar la modernidad, por cierto tampoco propia. Sugiero que se abandone el colchón de seguridad que es esta faceta seductivamente cómoda del retraso, que nos permite respaldarnos en un consenso social ya limado por la historia, para poder aventurarnos con algo propio más no apropiado. Sin este colchón, por cierto, es difícil hablar de “armonía” y “belleza”. Permítaseme, además, el capricho de una sugerencia admitidamente muy personal: enterremos a los genios gigantes de la modernidad, no su reconocimiento ni su recuero, sino su influencia esclerótica en la conciencia y obra de arquitectos contemporáneos muy talentosos. Si verdaderamente queremos actualizarnos, sugiero que participemos en el desencanto de lo moderno.
No obstante reitero que no soy yo la que cree en retrasos, ni en este largo camino a recorrer para estar, en un futuro, donde están otros, los que, en un futuro, ya no estarán allí.
(…)
Aunque convendriese adherirnos a estas proposiciones, es importante reinvindicar la dignidad del derecho de veto de algo que, una vez más, no ha sido “nuestro”. Sospechamos de supuestas conspiraciones extranjeras que pretenden infiltrar conceptos arquitectónicos subversivos capaces de corroer la identidad nacional de nuestros edificios y conjuntos modernos. Esperemos mejor a ver que pasa; mientras tanto no queremos que se nos tiente; tentación de la cual responsabilizamos a la idea de exotismo. Queremos hacer lo nuestro: ¡hagámoslo entonces!
(…)
En el fondo no quisiera proponer ni defender nada etiquetado, excepto, tal vez, ciertas reflexiones inspiradas en la semántica. Sin embargo, me preocupa lo que queremos salvar a costa de apropiaciones: una modernidad pragmática que ya ha hecho mucho daño, que ha causado mucha “erosión cultural” (B. Strauss). Siento no poder compartir el “entusiasmo premoderno” acerca del “emergente emprendimiento empresarial informal” (Fernandez Cox). Tampoco creo que exista una dualidad entre optimistas y decadentes (…)
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Las “otras columnas” podrían ser, por ejemplo, aquellas de lo “real-maravilloso” de una literatura de mucha autenticidad e identidad latinoamericana (…) que busca describir la esencia de esta literatura es, sin duda, la coexistencia, la fusión de contrarios. Y la coexistencia, la fusión de contrarios es un rasgo que caracteriza a la así llamada “posmodernidad”. Prefiero hablar del pensamiento actual. La lógica sintáctica que encadena a los “ismos” modernos, lo habíamos dicho, opera contrarios; cada movimiento contradice al anterior. “La diferencia profunda” (Portoghesi) entre modernidad y posmodernidad es una última gran contra-dicción que involucra a esta misma sintaxis: de aquí en adelante se operan fusiones, neutralizaciones, Aufhebungen, coexistencias, combinaciones eclécticas y términos complejos de contrarios. Y con-fusiones de parte del público receptor.
(…)
Esta arquitectura actual es, y retomo, una arquitectura de coexistencias. ¿No nos convendría más que una arquitectura de “retrasos”, de fases siempre desfasadas en vías al desarrollo? (…)
Es una arquitectura del pasado porque el pasado coexiste en el presente arquitectónico como “eco”. Pocas cosas lastiman tanto al pensamiento moderno como la vuelta al pasado. Sin embargo, ¿hemos “avanzado”, en las últimas décadas? ¿Ha “avanzado” la arquitectura en este siglo? ¿Puede “avanzar”? ¿No sería el momento de cuestionar las metas? ¿Y de dónde queremos que se alimente nuestra identidad si tanto negamos nuestra infancia cultural?
Es una arquitectura ecléctica, es decir, ecléctica también por la coexistencia de formas arquitectónicas que pertenecen a diferentes estilos. Pocas cosas ofenden tanto, a nosotros arquitectos y diseñadores educados a jamás violar la “pureza” y “limpieza” de la unidad de lo moderno, como el eclecticismo. La identidad latinoamericana, ¿no sería ella misma una simbiosis algo ecléctica?
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Finalmente y entre muchos otros aspectos, es una arquitectura de una fuerte resemantización (de allí el efecto de lo narrativo). El ¿cómo funciona una casa?, este dogma aplastante de la optimización de pasos, es subordinado al ¿qué significa una casa? ¡Vaya que ha dolido! Sin embargo pongo a su consideración el cuestionamiento de la meta: si cotidianamente ahorramos pasos entre la estufa y el refrigerador (…) y economizamos principalmente para el propietario, esto no nos ha conducido a una arquitectura óptima, sino a hacer apartamentos cada vez más pequeños. Lo que frecuentemente se presenta como una arquitectura a la medida de la miseria es, en mi opinión libremente “marxista”, una miseria de la arquitectura (…)
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El regreso a la significación ha implicado la reflexión acerca de una “interioridad protegida” (claramente protectora de nuestra realidad urbana) y ha llevado al concepto “casa” a la reconsideración de los arquetipos arquitectónicos regionalmente diferenciados. De allí puede comprenderse el paso al “pensamiento espacial” como una especie de narración con el espacio arquitectónico, sin pasar por la verbalización o, si se quiere, “declaración teórica”.
Los teóricos de la significación (Greimas) empiezan a interesarse, mientras tanto, en el “contenido local” (Petitôt, Thom). El “contenido local” es la significación de un elemento de un lenguaje que depende únicamente de su posición en el espacio. El espacio es estructurante, es decir, en cierta medida fundamenta y condiciona al pensamiento, y por ello el contenido embrional de los conceptos les viene de su “identidad posicional”. Lo único que quiero hacer entender es el porqué de la discusión actual de la semántica alrededor de “la cuestión de la arquitectura como posibilidad del pensamiento” (Derrida). Y es justamente en este punto donde se encuentran una teoría semántica que trabaja sobre la espacialización de los conceptos, y una arquitectura interesada en la significación de sus espacios.
Me atrevo a pensar que la necesidad de reflexionar sobre la postmodernidad (…) es particularmente urgente (…) y lo es a partir de dos facetas de lo que, probablemente, viene siendo un mismo fenómeno.
En primer lugar (…) No cabe duda que esta práctica ha llegado a los despachos. Pretendidamente postmoderna, tal práctica es, sin embargo, profundamente moderna pues parte de la creencia de que la arquitectura puede transferirse de un contexto a otro, de que es primordialmente forma, y de que la buena arquitectura, y de que la buena arquitectura es una y siempre la misma y por ello basta con copias sus prototipos. Es la visión de una arquitectura prepotente que se impone a su contexto, que somete a su entorno; visión formalista que hace abstracción de los contenidos; multiplicación de parecidos -uniformización en vez de diversificación- que arriesga, en efecto, traicionar a un movimiento en su esencia y reconvertir a la arquitectura postmoderna en un estilo más de los muchos de la modernidad.
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La postmodernidad no es un nuevo “ismo” porque se opone a ellos en bloque: ni al anterior ni a alguno en particular, sino a todos. Lo que permitió concebir a los muchos estilos modernos como un todo, lo que caracterizó a tantas vanguardias tan diversas en términos de su unidad, lo que era constante fue, paradójicamente, la iteración del cambio: la lógica sintáctica de un encadenamiento por oposiciones. Lo moderno se define como lo nuevo, pero la novedad -por definición- suele no durar. La modernidad hilaba entonces las innovaciones de modo contestatario: una tras otra se deducía de la precedente negándola; sucesión de ruptura que, por ello, no deja de ser una progresión, en el límite, incluso programable.
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La modernidad se opone a este modo de operar. Por lo mismo no es ni siquiera algo nuevo en el sentido en el sentido en que lo era cada vanguardia, cada “ismo”. Ya que no quiso ser contestataria, no pudo contradecir a un preciso movimiento de los últimos modernos: lo continúa entonces (…) es a partir de este momento preciso que cambia la sintaxis del modo moderno de operar: los opuestos coexisten como términos complejos, se fusionan en términos neutros. La postmodernidad concilia las diferencias que habían determinado la ruptura entre las vanguardias modernas, al presentarlas simultáneamente.
(…)
Por otra parte, y es la segunda de las facetas de las cuales hablé, la necesidad de la teoría en la postmodernidad es “estructural”. Aunque prevalece la obra (anticipación de la arquitectura a la “declaración”), este texto-obra ha sido impregnado por las teorías, nunca es inocente, como lo formulara Eco (…) (…) para convencer de la verdad de las historias “ficticias” que narra, de la realidad de las “utopías” que propone, su obra se integra al saber, es documentada, erudita. El texto posmoderno fusiona al metatexto; la obra postmoderna absorbe la reflexión (…)
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¿qué puede proponerse acerca de la postmodernidad en términos positivos para esta discusión? Me permito resumir y desarrollar para este tema lo que he manifestado en muchas ocasiones, esperando que, finalmente, el abismo entre lo moderno apropiado y lo postmoderno propio sea más terminológico que profundo.
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El movimiento específico que formula lo postmoderno (…) comporta ciertas características precisas, virtualmente contenidas como contrarios (…) Como por ejemplo, la temporalidad del “entonces”, el espacio del “allá”, y el impersonal de los personajes: la indefinición, el neutro, la tercera persona: “el”, “se” (…) esta es la modalidad común y corriente de todo texto (…)
Todavía como rasgos del bagaje heredado, el espacio del “allá” tenía que ser un “interior”, “cultural”, “familiar” y algo “etéreo”. Algunos artistas procedieron de manera ejemplarmente literal: un espacio del “allá”, concluyeron, no admite ningún desplazamiento del sujeto (que lo reconvertiría en un “aquí”), sino únicamente una representación. Este lugar ausente se hizo presente en su dimensión espacial, para ser visto a través de maquetas (el implícito, sin embargo, es el concepto de signo). Siendo “cultural” en vez de “natural”, en vez de paisaje este espacio será arquitectónico, hábitat. El tiempo del “entonces” produce una arquitectura del pasado. (Cabe mencionar la aparente incapacidad de la arquitectura moderna para envejecer, para adquirir pátina. Condenado a la novedad, lo moderno solamente se descompone). Siendo “familiar” a la vez que excluyente, de manera muy particular, del sujeto, es el lugar donde el sujeto ha estado, en el pasado justamente, en su infancia, en su infancia “cultural”. Es donde vive su memoria, es donde la memoria colectiva se siente en casa.
(…)
El interés en lo regional así reanimado adquiere entonces matices de una búsqueda de identidad en la cual la memoria se sobrepone, si fuese necesario, a la autenticidad histórica. Algunos se recuerdan paradójicamente, de lo que nunca han tenido, en un mundo renovado, saneado, nivelado y aplanado (…) Lo cotidiano no es jamás banal (como lo ha sido en cierta comprensión moderna), pero sí privado: lo privado se monumentaliza, es heroizado (lo pequeño agrandecido). Y la casa ha sido definida como el lugar privilegiado de este cotidiano.
En efecto, la responsabilidad del arquitecto en los hábitos de cada día es grande: la casa refleja estos hábitos, pero también los prescribe.
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El interior de la casa postmoderna se entiende como alternativa a un exterior que se evade (urbano, moderno) (…) Es gesto característico de lo postmoderno trazar este espacio como diferente a la vez que coexistente, auto-delimitar un interior que se convierte en un retiro, un refugio. En vez de criticar las condiciones existentes, se construyen, se pintan y escriben las condiciones deseadas, aquellas con las cuales uno concuerda, se identifica, se siente en casa: espacios son envolturas, son pieles (H. Büchner).
(…) La postmodernidad, consciente, afirma entonces con mucha insistencia su verdad; recurre al texto figurativo para hablar de una arquitectura figurativa. La arquitectura postmoderna llega a tal grado de figuratividad que es a veces hasta onomástica; los lugares y tiempos que recicla son nombrables, nombrados. Pongámoslo así: la arquitectura postmoderna no quiere ajustarse a la “realidad”, sino convencer de la suya.
La simetría, por otra parte, parece un término complejo plasmado en un principio formal. Es la correspondencia de elementos espacialmente opuestos a la vez que inmediatamente comparables por su identidad. Esto, pero también la tranquilidad producida por el equilibrio, podría explicar la inclinación de la arquitectura postmoderna por la simetría. A su vez, la simetría constituye un eje rector que centra la casa.
El eje central así creado determina la precisa ubicación de un observador en el exterior para quien la casa es simétrica (y donde esta arquitectura sitúa, sin merced, a sus fotógrafos) El observador ve. La vista substituye al recorrido (esta manía moderna de recorrer). Los scénarii postmodernos son imágenes, espacios para la visión. Es para ellos que suele diseñarse la fachada. Famosa fachada postmoderna que, protegiendo el interior, despliega todo su esplendor escenográfico para la vista de aquél a quien deja literalmente en la calle; y esta es la significación de una fachada.
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En efecto, la obra postmoderna desaloja al hombre. Lo desaloja en el sentido de lo que suele llamarse un texto “desembragado”, el “yo” y el “tú” de la enunciación no entran en su “interior”. Esta propiedad, vagamente percibida e inmediatamente denunciada por quieres de repente, después de conjuntos habitacionales y otras máquinas par vivir, se reclaman del humanismo, es una respuesta al marcado antropocentrismo de la última modernidad. En las artes plásticas este “hombre” había sido definido como un sujeto “real”, “físico”; el mismo que andaba recorriendo y participando en diversas vanguardias como constitutivo de la obra. Ahora bien, las maquetas podían resolver de manera muy absoluta el desalojo de este sujeto al salirse, (propiedad de la maqueta), de la escala humana “real”. Manteniendo su reducción, también salieron de dicha escala por el opuesto, el agrandamiento: la monumentalidad de los espacios representados (lo grande en pequeño) dio inicio a una arquitectura doblemente fuera de escala (humana).
La arquitectura postmoderna propiamente dicha, aún cuando no pueda ser tan literal, tampoco está hecha a la medida física del hombre; también ubica a sus observadores en la calle, y también es monumental (…)
Esta desmesura puede interpretarse como un movimiento a lo largo de un eje, como un acercamiento y alejamiento más allá y más acá de la medida óptima, atravesándola como a un punto, y por tanto sin referencia a ella. Eje vertical que corresponde al eje horizontal trazado por la simetría; eje a lo largo del cual los detalles -este gusto por los detalles- retoman el todo de la obra en términos de parecido, de identidad. Con el cuidad que viene al caso (y con la modestia de las medidas al alcance de la arquitectura) llamaría fractal a la verdadera dimensión de este eje, justamente por la simetría otra de identidad de formas a escalas diferentes, y por la suspensión del punto de referencia “hombre” (Teoría del caos, Mandelbrot). Y diría que la casa postmoderna se articula en el cruce de estos dos ejes.
Una arquitectura postmoderna propia, propiamente latinoamericana, retendría estos y otros aspectos suficientemente generales y necesariamente abstractos propios de la postmodernidad, pero su interpretación, su solución formal sería local por definición. Para la postmodernidad, es una paradoja querer importar una casa en la cual uno se siente en casa, y con esto se descarta tanto el universalismo moderno como el falso postmodernismo del cual hablé (…) La casa postmoderna narra: en el límite puede haber recetas acerca del cómo, acerca de los mecanismos arquitectónicos de la producción de sentido, pero el qué decir es asunto del arquitecto, de los que habitan, y de un complejo de particularidades a las cuales se responde. Una postmodernidad propiamente latinoamericana, necesariamente propia, tendría que pensarse y recrearse a partir de arquetipos arquitectónicos y de una cotidianidad cultural regionales y probablemente a partir del “entonces” que -a juicio personal- considero de una riqueza extraordinaria. Más aún, es una riqueza tal y tan diferenciada de región a región que, creo yo, va a fracturar hasta a la concepción misma de la unidad de lo latinoamericano. Juicio personal imperdonable.
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Pero es precisamente este juicio el que me permite concluir con toda libertad. No creo que sea pertinente juzgar la arquitectura postmoderna a partir de la arquitectura moderna y de su futura adecuación eventual a condiciones y circunstancias que, hasta la fecha, no le han importado. Con todo el tiempo a su disposición, la modernidad no ha producido (¡ni respetado!) la diferencia cultural y arquitectónica que le pedimos; al contrario, la redujo y sigue reduciéndola. No es que no sea capaz de variaciones, o de rupturas, pero tiende a pensarse a lo largo de la recta de lo optimizable, tiende a igualar, a uniformizar, a universalizar, en cada una de sus fases por opuestas que éstas sean entre sí, porque su meta, aún en su indefinición es una, es progreso. Coexistencias simplemente no son su asunto.
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Sin embargo, no es este el punto que me preocupa. En cierta medida, a un cierto nivel, la modernidad no es ni siquiera un contendor para la postmodernidad -y viceversa-, simplemente porque es su continuación. Aunque cambiada al alterarse su propio modo de operar, sus mecanismos, su esencia y si se quiere neutralizada, la modernidad también es coexistente, prolongada, retomada y presente para la postmodernidad. Lo anterior no debe malinterpretarse: sería un error inferir que todo se permite, que se puede llegar a ser postmoderno continuando siendo moderno; de ninguna manera hay que confundir los niveles, y las diferencias son tal vez sutiles, pero tajantes. El punto que me preocupa es el siguiente: no hay lugar desde donde juzgar, para formularlo de manera exagerada.
(…)
Todo parece tener el mismo aliento. Hacer coexistir lo que es diferente implica también desdiferenciar, o neutralizar algo a otro nivel en el cual otro término contrario es invitado a coexistir; algo parece escaparse, como pez al querer agarrarlo, por escalones de metaniveles. La significación misma vive de la diferencia, es una diferencia; sin embargo no parece semantizable, a la larga, un texto que neutraliza tanto, que fusiona todo el tiempo. No obstante no es más que un aliento lo que se percibe. La postmodernidad continúa haciendo suyo el campo de esto y aquello, de una cosa y la otra, y de repente comienza a proyectarse como all-embracing.
Es posible que el deseo mismo de querer oponerse de repente, este reclamo súbito de la otredad, no sea más que un acondicionamiento heredado de tiempos modernos. Pero no parece haber otredad que, tarde o temprano, no sea integrada. Para formularlo de modo muy exagerado: la postmodernidad no deja concebir un lugar desde donde se le pueda oponer, juzgar.
Lo primero que se ha apropiado es el espacio del “allá”.




Referencia
Fernández Cox, Cristian; Browne, Enrique; Comas, Carlos Eduardo; Santa María, Rodolfo; Liernur, Francisco; Dewes, Ada; Waisman, M. (1991). Modernidad y postmodernidad en América Latina. Estado del debate (1st ed.; D. Arango de Jaramillo, Silvia; Serna, ed.). Bogotá: Escala.


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