Martín Hernández, M. J. (1997). Sobre el Proyecto. En La invención de la arquitectura
Martín Hernández, M. J.
(1997). La invención de la arquitectura (1st ed.). Celeste.
También en Astrágalo (en
línea): https://issuu.com/caeau/docs/astragalo-03-final
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En su ensayo Progetto, Massimo Cacciari ha
sintetizado los tres sentidos que ha tenido el concepto “Proyecto” en la
cultura moderna. Así, la operación proyectual puede entenderse, en primer
lugar, como una estrategia de previsión, de anticipación, una “estrategia con
base a la cual algo debe ser conducido-afuera, a la presencia”, el “proyecto” sería,
de este modo, “pro-ducción, vía-hacia-el-futuro”, un camino en el que, como
pasa en el proyecto técnico-científico, se oculta todo presupuesto en favor de
ese futuro: se trataría de la veta proyectual introducida por la idea de
progreso y característica de la modernidad. En la segunda versión, el proyecto
no se ve como esa anticipación, como la “vía-hacia” la consecución de algo,
sino que es la “vía-desde”, una “superación” de la situación presente en la que
ahora “se advierte el “tirón” del “ímpetu” y no su capacidad de predicción; ya
no habría idea de progreso, como en el primer caso, sino “el fatigoso brotar
hacia la presencia”: en efecto, ahora sí que hay presupuesto, pero está ahí
para ser mediatizado, analizado, “de-construido”, un lugar desde donde se
partiría hacia la construcción de lo nuevo. Por último estaría el entwurf
—el proyecto que estudia Heidegger en El Ser y el Tiempo y que es
característico de cualquier ejercicio de “comprensión”-, por el que “el modo de
ser” de las cosas es el “poder ser”, esto es: lo que las cosas serán está ya
implícito en las mismas cosas. El “ser-ahí” heideggeriano “es -dice Cacciari- “arrojado”
en el modo de ser del proyectar”; en este tercer “proyecto”, por lo tanto, ya
no hay plan porque el futuro estaría incluido, precisamente, “en el mismo ser”.
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Los tres “proyectos” descritos por Cacciari resumen la
historia de la acción proyectual en el siglo XX: primero fue la ilusión del
progreso, el optimismo ilimitado; luego, ha venido la crítica de presupuestos, la
de-construcción. Al final, estaríamos en el pesimismo “existencialista” que se
deriva de entender que todo —"incluso el mal”— estaría ya en el ser; de
suponer, por tanto, la inutilidad de todo proyecto. En la cultura moderna, el
proyecto se ha definido siempre como anticipación, como pre-figuración, es
decir, como dominio del devenir. Cacciari ve en ese “sueño” proyectual —el
dominio del azar, el control de lo imprevisto, la previsión de la casualidad —
su misma imposibilidad: el proyecto, para serlo, debe descontar a priori el
azar trascendiendo así la realidad; el problema está en que al hacerlo se está
negando el acontecer de la propia realidad.
La salida a esta situación viene dada por Gianni Vattimo en
abierta polémica con el aparente nihilismo de Cacciari. Ciertamente “el proyectar
como fundamentación absoluta —dice Vattimo— no existe”, pero sucede que el
proyecto no se mueve en el mundo de la metafísica (el mundo donde parece que
Cacciari lo describe), allí donde, en efecto, entre “el ser” y “el devenir” hay
una oposición absoluta. En ese mundo de los mitos el proyecto es verdaderamente
imposible; pero ése no es el lugar de la ciudad: ésta se define en una total relatividad
de arquitecturas, a través lo largo de la historia por la sociedad que los
habita (lógoi). Para Vattimo, proyectar es “estar en relación con estos lógoi”.
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El proyecto, por tanto, es “pro-yección” de formas “ya
escritas en la tradición”. La arquitectura pierde así su carácter proyectual
absoluto, donde podría situarse tras la lectura de Cacciari, “y se cualifica —sigue
Vattimo— como actividad hermenéutica”. Ese proyecto que renuncia a la novedad,
que nace, en todo caso, de las disponibilidades técnicas, que construye, en
palabras de Franco Rella, “el espacio de la diferencia”, donde las cosas —Como
también sucede en el lenguaje— “puedan mostrar su diversidad: sus valores”,
viene a ser, precisamente, el proyecto de lo posible, el medio a través
del que encontrar el “fin del nihilismo cacciariano”.
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El propio Cacciari, en esta polémica que fue apareciendo en
una serie de números de la revista Casabella, llega también a proponer una
salida a partir de la noción de “constructividad” del proyecto, de su capacidad
para “construir a partir de entidades dadas”. El objetivo —dice— es “construir
un orden que excluya la ley”, a base de elecciones sucesivas (“en el encuentro de
lo arbitrario con el contexto”) en un mundo de indeterminación donde se encuentran
el sujeto y el objeto”. Ante la imposibilidad de plantear principios universales,
lo que procede ahora es la consideración de cada proyecto como una modesta
construcción crítica.
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(…) el “secreto” de Loos: la profunda identidad entre
construir y pensar en toda la operación arquitectónica loosiana, una identidad
que radicaba, tal como lo había descrito el propio Loos, en su aspiración al
realismo. Das Andere (Lo Otro) fue el título del suplemento —redactado
enteramente por Loos— de Kunst, la revista de arte dirigida por Peter
Altenberg. En él, Loos enseñaba patrones de comportamiento, proponía cambios en
las costumbres, criticaba “programas de variedades”, sugería una vuelta a las
“tradiciones”, a “aquellos tiempos en que Viena estaba todavía en el corazón de
la cultura occidental”. En suma, Loos deslizaba una serie de reflexiones en
torno a la vida, al “habitar”, y esto era “lo otro” del arte y de la
arquitectura (…)
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(…) “la mejor forma existe ya” '”, por lo que lo único
posible era la búsqueda de la perfección. ¿Y el proyecto de arquitectura? Debía
ser moderno, pero esto significaba transformar la tradición misma sólo en
aquello susceptible de mejora (…)
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A principios del siglo XIX, el “proyecto” era —según leemos
en la voz correspondiente redactada por Quatremére de Quincy para la Encyclopédie
Méthodique en 1825— tanto el detalle de costos de un edificio como el
dibujo que lo representaba en planta o alzado. Precisamente el “proyecto” se
definía en el seno de la Ècole des Beaux Arts —de la que
Quatremere era su secretario— como “un mecanismo de trabajo que parecía crecer
y perfeccionarse a medida que el arte y el genio declinaban”. Por tanto, por
entonces, el proyecto era un sustituto pobre de la arquitectura, mientras la
acción arquitectónica propia –“la acción de abrazar no sólo la idea general,
sino todos sus desarrollos, tanto en la búsqueda de sus detalles, de sus
conveniencias, de sus relaciones con el todo, cuanto de los medios que deben
asegurar la ejecución del todo y sus partes” -seguía residiendo en la “composición”.
Justamente la sustitución a principios del siglo XX de la
“composición” por el “proyecto” para definir el proceso de invención arquitectónica
coincidió con el auge de la ingeniería A finales del siglo anterior
—considerada por entonces como la aristocracia de las profesiones y quienes
identificaban la palabra “proyecto” con el “progreso” propio de la modernidad—
y con la conciencia, ya en plena fiebre vanguardista, de la cuestión
estilística como falso problema, identificándola con la composición (…)
Nota al pie: A.
C. Quatremére de Quincy: Voz “Progetto” en el Tomo II de la Encyclopédie Méthodique.
Architecture, de 1825. Dizionario storico di Architettura Marsilio,
Venezia, 1985 p. 240. Y sigue diciendo: "De los más famosos arquitectos
que han levantado edificios, incluso grandiosos, en los siglos XV, XVI y XVII no
hay más que unos pocos dibujos bien alejados de tener la extensión, la finura
de ejecución y la importancia que se ve poner a los nuestros en la escuela por
parte de alumnos mediocres”. Y dice en la voz “Disegnare”: “Creemos que este
arte (dibujar la arquitectura) se ha ampliado o perfeccionado en razón inversa
del número de trabajos y edificios que se hacen”, p. 191.
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De hecho, Mies van der Rohe fue más allá que Loos porque “revela
la naturaleza de este ‘estilo’ —dice Francesco Dal Co— y representa su
esencia”. Para ello, la Arquitectura debía dejar de ser Arkitektur para
pasar a ser Baukunst, es decir, debía abandonar los estrictos límites de
la necesidad y olvidarse de la quimera del arte puro para convertirse en el
“Arte de Construir”. Pero para conseguirlo era necesaria una actitud que
también Dal Co ha descubierto a través de las lecturas y la obra del propio
Mies; una actitud de espera, de escucha atenta y de silencio (el mismo silencio
que los edificios de Mies hacen posible, para que también sea posible en ellos
el pensamiento). Sólo entonces la “idea” se podría revelar'”. Una idea en la
que reside la razón de ser de la arquitectura misma.
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Pero en ambos casos —tanto en las arquitecturas de Loos como
en las de Mies— el hombre está ausente. Sucede que los arquitectos construyen,
pero no habitan en aquello que ellos construyen (y recordemos que para Goethe
ésa era la tragedia del arquitecto porque “¡cuán a menudo —escribió— no aplica
todo su espíritu, toda su inclinación, a la obra de crear lugares de los cuales
él ha de quedar excluido!”). En ese preciso momento, pues, construida la casa y
creado el lugar, el sistema arquitectónico se muestra en toda su resolución proyectual
pero vacío; debe después ser habitado. En la casa Moller de Loos, el interior
casi sagrado integra, también, el mobiliario y los elementos de decoración como
simples geometrías arquitectónicas, aunque “es difícil no observar en esos
ambientes un extraordinario predominio de lo vacío sobre lo lleno”. El mismo
deseo de vacío de la casa Tugendhat de Mies, en la que un mobiliario estricto, inamovible,
tanto como los pilares cruciformes de acero o el tabique semicilíndrico de
madera, rehúyen cualquier otra presencia.
68-69
Ya hemos completado la trilogía: pensar, construir y, por
último, habitar. Ésa es la lógica final del proyecto y conforma el título del conocido
ensayo de Martin Heidegger aunque, en su caso, hay que recordar que las tres
palabras no siguen ese orden. Para Heidegger, “no habitamos porque hayamos
construido, sino que construimos y hemos construido en la medida en que
habitamos” (el título del artículo de Vattimo ya citado era: “Habitar viene
antes que construir”), por tanto, el proceso que defiende Heidegger se inicia
en el Habitar y sólo después procede Construir: es el camino contrario al arquitectónico
tradicional. Habitamos “lugares”, esto es, espacios dotados de sentido”, y
“construir” es producir esos lugares. “Sólo si somos capaces de habitar —sigue
diciendo Heidegger— podremos construir”, por tanto, “el construir pertenece al
habitar y recibe de ello su esencia”. Y al final está el Pensar, el proyecto;
un “proyecto de lo posible” que es, también, un pensamiento del habitar.
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Pero aún no está todo dicho, porque el problema del proyecto
reside en la inevitable intervención del tiempo: “Es, en efecto —dice Argan—
situándose en el espacio y en el tiempo como la cosa se hace objeto o
representación, valor””. Desde los años setenta, la ciencia de los sistemas
irreversibles, ya plenamente establecida en muchas de las teorías generales
—sobre todo tras los trabajos, entre otros, del nobel Ilya Prigogine— afirma
que no se puede prever el porvenir, porque éste es “abierto, ligado como está a
procesos siempre nuevos de transformación y de aumento de la complejidad”. De hecho,
dentro de los sistemas entrópicos o irreversibles -como podría serlo el del
habitar- la intervención del tiempo es inevitable; es decir que dentro de
sistemas inestables e imprevisibles, y porque nuestra información siempre será
limitada (como vista, se dice, a través de una ventana muy pequeña) y en todo
caso histórica, el tiempo es el gran creador (….)
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¿Qué configuración puede tener entonces el “proyecto” bajo
esos supuestos? Octavio Paz ha encontrado en la estética japonesa un principio que
ha querido trasladar a su propia obra literaria y que propongo sea contemplado
en la arquitectura: “la estética japonesa —dice— juega con la idea de lo
inacabado y levemente imperfecto. Es como un certificado que da el tiempo a las
obras humanas — el certificado de autenticidad— (...) nada está totalmente
terminado, siempre debemos dejar algo sin agregar, sin finalizar” entre otras cosas
—sigue diciendo— “porque así es la vida”.
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La vida se desarrolla habitando en el mundo; y el lugar
donde el hombre habita en su mundo es la casa: “su casa —dice Friedrich Bollnow—
se convierte en el centro concreto de su mundo” ”, una casa de naturaleza casi
humana que puede resistir los embates de la naturaleza porque también sabe
soportar el paso del tiempo. Pero la única manera de poder durar es tener una
consistencia maleable, adaptable; es para esto último para lo que, además, la
casa debe ser “inacabada e imperfecta”. Sólo en ese momento se estará ante una casa
real, porque se habrá proyectado desde lo “próximo”, lo posible y lo cotidiano
*; porque para ello se habrá circulado dentro de los límites.
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