Rubert de Ventós, Xavier (1998): Crítica de la modernidad. Barcelona: Anagrama

 Rubert de Ventós, Xavier (1998): Crítica de la modernidad. Barcelona: Anagrama

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Vértigo del sentido o cómo dar liebre por gato

 

Desperté y busqué alrededor un acontecimiento no transformado en noticia, una función no codificada por una institución, un gesto que no perteneciera a un lenguaje no-verbal, una práctica que no fuera una profesión, una forma que no actuara como imagen. Salí a su encuentro pero en todas partes me daban liebre por gato (…) La política y el sexo, el comercio y la información: todo me aparecía cada vez más sublime y cultural (…) elevado a símbolo de la idea que encarnaba (…) Dondequiera que dirigiera mis pasos me encontraba con algo ya adaptado a mí de antemano -a mi percepción, a mi aceptación o asimilación (…) En un mundo excesivamente "facilitado" y previsible, la dificultad se me ofrecía también como un servicio o mercancía delicadamente diseñada para inquietarme y sorprenderme (…) para introducir en mi experiencia los mínimos básicos de resistencia que me permitirían recobrar el equilibrio cuando me sintiera llevado por el vértigo del sentido.

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Un nuevo fantasma recorre Europa: el idealismo.

(…)

“Todos los intereses de la vida del espíritu -decía Hegel- acaban transformándose en una realidad exterior -hábitos y costumbres, vida social, administración, familia y Estado- que el individuo halla ante sí ya conformada y con la que tiene que entrar en contacto como lo hace con la naturaleza”. Pero aquí Hegel pensaba sólo en una segunda naturaleza hecha por nosotros -no para nosotros. Hoy, sin embargo, las mercancías glamurizadas y las instituciones personalizadas no nos aparecen ya como nuestra obra o producto, sino como nuestro medio o paisaje natural -un paisaje perfectamente sintonizado con nuestra percepción y diseñado para nuestra aceptación.

“La desgracia del hombre -había escrito Kierkegaard- jamás proviene del hecho de no ser dueño absoluto de las condiciones externas; este dominio, por el contrario, es lo que le haría completamente desgraciado.”

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¿Cómo abrir una brecha en este cerco del hombre por sus propios productos o imágenes? El único medio, claro está, sería bajar la guardia para permitir el reflujo de todo aquello que está más allá de nosotros, de nuestra capacidad de entender y organizar. Pero hasta el momento sólo se ha intentado superar este aislamiento ampliando más y más el ámbito de lo controlado: tratando de aliviar los males del control técnico del mundo… mediante su control semántico.

(…)

Para Slater y los “psicólogos radicales” americanos, en efecto, se trataría de ir sustituyendo la producción de objetos por la producción de relaciones: el hardware tecnológico por el software social.

(…)

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En las “fábricas de relaciones” californianas y en sus numerosas sucursales se ha llegado así a la total espiritualización de la producción: lo que se elabora y promociona son ya las emociones mismas; espontaneidad e intimidad, relax e informalidad. Por lo que el sistema económico parece estar alcanzando un estadio en el que podrá permitirse prescindir de la mediación del producto físico para concentrarse en la manufactura directa de las sensaciones o gratificaciones mismas: grupos de encuentro, juegos comunicativos, terapia de sentimientos, desarrollo del potencial humano, concienciación del propio cuerpo, feed-back bioenergético, masaje psíquico, pedagogía del contacto…: un nuevo supermercado de experiencias y relaciones “significativas” donde se pueden adquirir, al gusto, motivaciones, raigambres o descondicionamientos instantáneos.

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La producción de relaciones no parece pues, contra lo que pensaban los psicólogos contraculturales, un cambio en nuestro sistema productivo o una alternativa al sistema ideológico dominante. Más bien parece la más fiel y refinada expresión de la “estrategia de la mercancía” descrita por Marx en la Introducción general, pues ahora el mercado no controla ya sólo las “relaciones de producción”, sino todas las relaciones.

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Nietzsche mismo fue un ferviente defensor de este respeto, aunque en su afán por desvelar los más secretos móviles e intenciones pocas veces supiera mantenerlo.

“Hoy ya no creemos -escribe- que la verdad siga siendo verdad cuando se revela… El pudor con el que la Naturaleza se ha escondido detrás de velos y enigmas debería ser tan tenido en gran estima… Hoy consideramos una cuestión de decencia el no querer ver todo desnudo, presenciarlo todo, entender o “saber” todo.”

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II. La teoría como sintonía y entropía

1.      La neutralización de lo singular

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Teorizar es, pues, apartarse de una experiencia singular e incomprensible para volver a ella armado ya de palabra y de representación. Nos ponemos a teorizar porque nuestra mente no está sintonizada con la realidad que experimentamos -y lo que así pretendemos es elevarla al nivel de abstracción requerido para que no se nos escurra entre las neuronas.

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Para Kant la única experiencia inmediata era la experiencia estética en la que se producía un feliz acuerdo entre lo sensible y lo inteligible. Yo entiendo, por el contrario, que tanto o más habitual -e incluso fundamental- que esta sensación de lo ajustado o acorde es también su contraria. ¿No mostró Popper que más que alcanzar la verdad, lo que la ciencia puede es detectar, identificar y eliminar el error?, ¿que la experiencia no se puede justificar pero sí desmentir? (…) Lo acorde y ajustado, en cambio, no destaca sino que tiende a desaparecer en el conjunto de que forma parte.

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Nada, pues, de gratuito o deportivo en la teoría: no se siente uno atraído por, sino expulsado a ella.

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