Frampton, Kenneth. “Hacia Un Regionalismo Crítico: Seis Puntos Para Una Arquitectura de Resistencia.” En La Posmodernidad, 37–45. Barcelona: Kairós, 1988.

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Hacia un regionalismo crítico: Seis puntos para una arquitectura de resistencia

Kenneth Frampton

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Si bien el fenómeno de la universalización es un avance de la humanidad, al mismo tiempo constituye una especie de destrucción sutil, no sólo de las culturas tradicionales, sino también de lo que llamaré en lo sucesivo el núcleo creativo de las grandes culturas, ese núcleo sobre cuya base interpretamos la vida, lo que llamaré por anticipado el núcleo ético y mítico de la humanidad. De ahí brota el conflicto. Tenemos la sensación de que está única civilización mundial ejerce al mismo tiempo una especie de desgaste a expensas de los recursos culturales que formaron las grandes civilizaciones del pasado. Esta amenaza se expresa, entre otros efectos perturbadores, por la extensión ante nuestros ojos de una civilización mediocre que es la contrapartida absurda de lo que llamaba yo cultural elemental. En todos los lugares del mundo uno encuentra la misma mala película, las mismas máquinas tragaperras, las mismas atrocidades de plástico o aluminio, la misma deformación del lenguaje por la propaganda, etc. Parece como si la humanidad, al enfocar en masse una cultura del consumo básico, se hubiera detenido también en masse en un nivel subcultura. Así llegamos al problema crucial con el que se encuentran las naciones que están saliendo del subdesarrollo. Al fin de llegar a la ruta que conduce a la modernización, ¿es necesario desechar el viejo pasado cultural que ha sido la razón de ser de una nación?... De aquí la paradoja: por un lado, tiene que arraigar en el suelo de su pasado, forjar un espíritu nacional y desplegar está reivindicación espiritual y cultural ante la personalidad colonialista. Pero a fin de tomar parte en la civilización moderna, es necesario al mismo tiempo tomar parte en la racionalidad científica, técnica y política, algo que muy a menudo requiere el puro y simple abandono de todo un pasado cultural. Es un hecho: no toda cultura puede soportar y absorber el choque de la moderna civilización. Existe esta paradoja: cómo revivir una antigua y dormida civilización y tomar parte en la civilización universal.

Paul Ricoeur, Historia y verdad

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1.      Cultura y civilización

La construcción moderna está ahora tan condicionada universalmente por el perfeccionamiento de la tecnología, que la posibilidad de crear formas urbanas significativas se ha hecho en extremo limitada. Las restricciones impuestas conjuntamente por la distribución automotriz y el juego volátil de la especulación del terreno contribuyen a limitar el alcance del diseño urbano hasta tal punto que cualquier intervención tiende a reducirse ya sea a la manipulación de elementos predeterminados por los imperativos de la producción, ya sea a una clase de enmascaramiento superficial que el desarrollo moderno requiere para facilitar la comercialización y el mantenimiento del control social (…)

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Las estructuras de la ciudad, que a principios de los años 1960 seguían siendo esencialmente del siglo XIX, han sido cubiertas progresivamente por los dos elementos simbióticas del desarrollo metropolitano: el alto edificio autoestable y la sinuosa autopista (…) El típico centro de la ciudad que, hasta hace veinte años, todavía presentaba una mezcla de barrios residenciales con industria terciaria y secundaria se ha convertido ahora en poco más que en paisaje urbano burolandschaft: la victoria de la civilización universal sobre la cultura modulada localmente. La penosa situación planteada por Ricoeur – es decir, “cómo llegar a ser moderno y volver a las fuentes”- parece ahora circundada por el empuje apocalíptico de la modernización, mientras que el terreno en el que el núcleo mítico-ético de una sociedad podría arraigar ha sido erosionado por la rapacidad del desarrollo.

Desde los inicios de la Ilustración, la civilización se ha preocupado esencialmente de la razón instrumental, mientras que la cultura se ha dirigido a los detalles específicos de expresión, a la realización del ser y la evolución de su realidad psicosocial colectiva.

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2.      El auge y caída de la vanguardia

La emergencia de la vanguardia es inseparable de la modernización de la sociedad y la arquitectura. Durante el último siglo y medio la cultura de vanguardia ha asumido diferentes papeles, unas veces facilitando el proceso de modernización y actuando así, en parte, como una forma progresista y liberadora, y a veces oponiéndose virulenta mente al positivismo de la cultura burgues. En general, la arquitectura de vanguardia ha jugado un papel positivo con respecto a la trayectoria progresista de la Ilustración.

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(…)

A pesar de esta postura intelectual defensiva, las artes han seguido gravitando, si no hacia el entretenimiento, sí ciertamente hacía la mercancía y – en el caso de lo que Charles Jecks ha calificado desde entonces como arquitectura posmoderna- hacia la pura técnica o la pura escenografía (…) A este respecto, como ha escrito Andrés Huyssens, “en consecuencia, la vanguardia norteamericana posmodernista, no es sólo el juego final del vanguardismo. También representa la fragmentación y el declive de la cultura adversaria”.

No obstante, es cierto que la modernización no se puede identificar de una manera simplista como liberadora in se, en en parte porque el dominio de la cultura de masas por parte de los medios de comunicación y la industria (…) y en parte porque la trayectoria de la modernización nos ha llevado al umbral de la guerra nuclear y la aniquilación de toda la especie. Así pues, el vanguardismo ya no puede mantenerse como un movimiento liberador, en parte porque su promesa utópica inicial ha sido desbancada por la racionalidad interna de la razón instrumental. Este “debate” ha sido quizá mejor formulada por Herbert Marcuse, quién escribió:

El a priori tecnológico es un a priori político, en la medida en que la transformación de la naturaleza implica la del hombre y que las creaciones del hombre salen de y vuelven a entrar en un conjunto social. Cabe insistir todavía en que la maquinaria del universo tecnológico es “como tal” indiferente a los fines políticos; puede revolucionar o retrasar una sociedad (…) Sin embargo, cuando la técnica llega a ser la forma universal de la producción material, circunscribe toda una cultura, proyecta una totalidad histórica: un “mundo”.

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3.      El regionalismo crítico y la cultura del mundo

Hoy la arquitectura sólo puede mantenerse como una práctica crítica si adopta una posición de retaguardia, es decir, si se distancia igualmente del mito del progreso de la Ilustración y de un impulso irreal y reaccionario a regresar a las formas arquitectónicas del pasado preindustrial. Una retaguardia crítica tiene que separarse tanto del perfeccionamiento de la tecnología avanzada como de la omnipresente tendencia a regresar a un historicismo nostálgico o lo voluble mente decorativo. Afirmó que sólo una retaguardia tiene capacidad para cultivar una cultura resistente, dadora de identidad, teniendo al mismo tiempo la posibilidad de recurrir discretamente a la técnica universal.

Es necesario calificar el término retaguardia para separar su alcance crítico de políticas tan conservadoras como el populismo o el regionalismo sentimental con los que a menudo se le ha asociado. A fin de basar la retaguardia en una estrategia enraizada pero crítica, resulta útil apropiarse del término regionalismo crítico acuñado por Alex Tzonis y Liliane Lefaivre en “La cuadrícula y la senda” (1981); en este ensayo previenen contra la ambigüedad del reformismo regional, como este se ha manifestado ocasionalmente desde el último cuarto del siglo XIX:

El regionalismo ha dominado la arquitectura en casi todos los países en algún momento en los dos últimos siglos y medio últimos. A modo de definición general, podemos decir que defiende los rasgos arquitectónicos individuales y locales contra otros más universales y abstractos. Además, empero, el regionalismo lleva la marca de la ambigüedad. Por un lado, se le ha asociado con los movimientos de reforma y liberación (…) Por el otro, ha demostrado ser una poderosa herramienta de represión y chovinismo…  Desde luego, el regionalismo crítico tiene sus limitaciones. La revuelta del movimiento populista – una forma más desarrollada de regionalismo- ha sacado a la luz esos puntos débiles. No puede surgir una nueva arquitectura sin una nueva clase de relaciones entre diseñador y usuario sin nuevas clases de programas…  A pesar de estas limitaciones críticas, el regionalismo es un puente sobre el que debe pasar toda arquitectura humanística del futuro.

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La estrategia fundamental del regionalismo crítico consiste en reconciliar el impacto de la civilización universal con elementos derivados indirectamente de las peculiaridades de un lugar concreto. De lo dicho resulta claro que el regionalismo crítico depende del mantenimiento de un alto nivel de autoconciencia crítica. Puede encontrar su inspiración directriz en cosas tales como el alcance y la calidad de la luz local, o en una tectónica derivada de un estilo estructural peculiar, o en la topografía de un emplazamiento dado.

(…)

El principal vehículo del populismo, en distinción por contraste con el regionalismo crítico, es el signo comunicativo o instrumental. Este signo trata de evocar no una percepción crítica de la realidad, sino más bien la sublimación de un deseo de experiencia directa a través del suministro de información.

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(…)

Puede argumentarse que el regionalismo crítico como estrategia cultural es tanto portador de cultura mundial como vehículo de civilización universal (…) La práctica del regionalismo crítico depende de un proceso de doble mediación. En primer lugar, tiene que “deconstruir” el espectro del conjunto mundial que inevitablemente hereda; en segundo lugar, tiene que alcanzar, a través  de una contradicción sintética, una crítica manifiesta de civilización universal. Deconstruir la cultura mundial es apartarse de ese eclecticismo del fin de siécle que se apropió de formas extrañas, exóticas a fin de revitalizar la expresividad de una sociedad enervada (…) La necesidad futura de volver a sintetizar principios y elementos procedentes de orígenes diversos y tendencias ideológicas muy diferentes parece presente en Ricoeur cuando escribe:

Nadie puede decir lo que será de nuestra civilización cuando haya conocido realmente diferentes civilizaciones por medios distintos a la conmoción de la conquista y la dominación. Pero hemos de admitir que este encuentro aún no ha tenido lugar en el nivel de un auténtico diálogo. Está es la razón de que nos encontraremos en una especie de intervalo o interregno en el que ya no podemos practicar el dogmatismo de una sola verdad y en el que no somos todavía capaces de conquistar el escepticismo en el que nos hemos metido.

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